La política es muy aficionada a las figuras retóricas, las licencias poéticas, los tropos. Tanto la derecha como la izquierda. Las figuras de la derecha son muy características y dicen mucho sobre quienes las usan. En concreto me referiré a tres muy curiosas, dos metáforas y una cuestión contrafáctica.
Metáfora primera: la familia. Postular la familia como el origen del orden político, del reino, es antiquísimo. Está en Confucio y los legistas chinos, se convierte en doctrina imperante a través de Aristóteles y adquiere forma institucional con el derecho romano de la familia y la figura en torno a la que ha girado el orden político occidental hasta tiempos recientes, la del pater familias. Suele olvidarse que el pensamiento político moderno, nuevo, liberal, que arranca con la doctrina de Locke del "gobierno por consentimiento" se plasma precisamente como crítica de este al hoy olvidado tratado de Robert Filmer, característicamente titulado Patriarcha, or the Natural Power of Kings, que fundamentaba la monarquía absoluta en la figura del pater familias.
La autoridad de la familia llega hasta el día de hoy en el pensamiento conservador que dice estar dispuesto a todo por protegerla. Rajoy no deja de invocarla para ejemplificar su concepción del sentido común. Cuando recita sus habituales perogrulladas sobre la crisis, nunca falta la referencia a la familia. Él está haciendo con los recortes, dice, lo mismo que hacen las familias que se ven obligadas a reducir sus gastos cuando vienen mal dadas. La comparación tiene una trampa obvia que procede de la distinta forma de entender la familia: ¿alguien concibe una familia que ajuste los gastos a base de quitar el desayuno al niño, suprimir la medicina del abuelo, o arrebatar la beca al joven mientras dedica más recursos a mejorar el campo de golf del padre? No, ¿verdad? Sería inconsistente con nuestra idea de la familia como el territorio de la solidaridad, el sacrificio y el altruismo. Eso tiene que saberlo Rajoy con lo cual es obvio que el empleo de la metáfora es falaz. Los recortes del gobierno recaen sobre los sectores más débiles y desprotegidos porque la sociedad no es una familia sino el ámbito del egoísmo y la insolidaridad. Para que la sociedad fuera como una familia tendría que ser más una comunidad en el sentido de Tönnies o de los comunitaristas actuales, posibilidad que Rajoy, como buen neoliberal, niega tajantemente incluso aunque, en su ignorancia, no lo sepa. En la sociedad rige el principio de que "no hay almuerzo gratis"; en la familia, en cambio, el de que, para algunos, el almuerzo es gratis. Porque la familia es (aunque en muchos casos no sea así) un territorio desmercantilizado. Utilizarla como metáfora para disfrazar unas medidas injustas, insolidarias, abusivas y hasta despóticas es mendaz.
Metáfora segunda: el barco. También metáfora antiquísima. El estado es una nave y el gobernante, el piloto, el que lleva el timón, también llamado gobernalle. La crisis, visualizada como una mar embravecida, ha alentado mucho el uso de la metáfora del navío: todos estamos en el mismo barco, repiten los conservadores, y todos debemos remar en la misma dirección. Sabio consejo, sin duda, si se quiere que el barco se mueva. Pero el problema no está en la conveniencia de remar en el mismo sentido sino en saber si todos reman o si, como el famoso chiste de Quino, solo rema uno, Fernández, y los demás van de guateque. Todos estamos en el mismo barco, pero unos en la sala de máquinas, en la sentina, en la cocina y otros en el puente de mando, el salón de baile o la piscina. Y recordar que compartimos el navío a la hora de pedir a los desfavorecidos que pechen con las deudas y los despilfarros de los afortunados es cínico y desvergonzado.
La cuestión contrafáctica: ¿qué pasaría si...? se la oí ayer a un periodista de Vocento en una increíble entrevista a Sánchez Gordillo en la que solo le faltó llamarlo "ladrón desorejado". Es una figura muy socorrida. ¿Qué pasaría si todo el mundo se llevara el género de los supermercados sin pagar? Hace poco también en Telemadrid, una periodista de derechas se preguntaba escandalizada qué pasaría si todos los mineros se pusieran en marcha hacia la capital para protestar. Son preguntas retóricas que no requieren respuesta; es más, se prefiere que no la haya para que el efecto implícitamente apocalíptico de la interrogación vaya calando en los ánimos. Y, sin embargo, hay una respuesta bien clara y rotunda: ¿que pasaría si todos hurtáramos en los supermercados? Que los supermercados tendrían que contratar seguridad y/o se buscaría con ahínco una fórmula eficaz en contra de la pobreza, la miseria, el hambre. ¿Qué pasaria si los mineros, etc? Que estos tendrían más fuerza en sus reivindicaciones y el gobierno se vería obligado a ceder.
La retórica es una gran ayuda de la política, pero hay que emplearla bien, de forma menos trillada y falta de sinceridad.
(La imagen es una foto de La Moncloa en el dominio público).