Sánchez Gordillo es uno de esos radicales, apocalípticos, imprevisibles e indisciplinados frutos de la tierra, capaces por sí solos de subvertir el orden constituido por la autoridad, consagrado por la santidad y aceptado por la credulidad. No postula alambicadas construcciones teóricas. Rawls le sonaría a chino. Tiene un concepto simple, directo y certero de la justicia, pero que deja en evidencia la gigantesca hipocresía de un sistema que premia a los delincuentes, los ensalza, los hace gobernantes, presidentes, papas, mientras castiga y explota a las víctimas y persigue y reprime al hombre justo, dejando el conjunto en manos de unos políticos, gestores, justificadores y leguleyos cuyas conciencias compra como el que adquiere sardinas en la plaza.
Eso es Sánchez Gordillo por encima de todo: un hombre justo, uno que no cabe en el marco de las ordenanzas, los códigos o los misales, uno que habla poco pero hace mucho y lo que hace es lo que ha dicho que iba a hacer, no lo contrario como algún otro botarate que así llega a presidente del gobierno. Ya es milagroso que Gordillo haya llegado a alcalde. Demuestra que los vecinos de Marinaleda saben lo que hacen cuando votan y no como millones de españoles, que votan contra sí mismos sin enterarse. Como todos los escasos hombres justos, Gordillo es un incordio y una incomodidad para una sociedad que hace ministro de Cultura a un pedante, de Justicia a un hipócrita, de Defensa a un fabricante de armas, de Trabajo a una holgazana, de Sanidad a una analfabeta, etc. Es un incordio para los académicos porque no se deja clasificar; para los periodistas porque no se puede manipularlo; para los políticos porque no se deja comprar; para los curas porque no es un inmoral como ellos.
En definitiva, un elemento de la naturaleza que a veces nos es propicio y otras nos amarga la velada.
En la mejor tradición insurreccional andaluza que historiaran los Bernaldo de Quirós y los Díaz del Moral, el gesto de Sánchez Gordillo ha encendido España entera y ha dejado con el culo al aire a las legiones de escribas, fariseos, políticos, parásitos, intelectuales y dignos delincuentes de traje y corbata encargados de justificar el orden existente con el espíritu del lacayo panglosiano. Al plantear el asunto con tanta contundencia y simplicidad deja en evidencia los artificiosos distingos mediante los que los paniaguados del capital hacen pasar por justicia una olla podrida de crímenes, robos, saqueos, violaciones, estafas y sobornos.
Viene ahora el contraataque de las fuerzas del orden mandadas por unos políticos suyo único mérito es ser amigos de Rajoy y azuzada por unos periodistas a sueldo de este y sus conmilitones. Comenzaran los debates sobre si esta ley o este precepto, este punto o aquel artículo con los que se pretenderá encauzar ese río desbordado de indignación popular que el gesto de Gordillo ha hecho pasar por medio de la podredumbre del sistema como Hércules hizo con el río Alfeo y los establos del Rey Augías.
Y si alguien cree que me excedo al calificar el sistema de corrupto, que explique cómo es posible que un hombre condenado por delincuente como Mario Conde pretenda organizar un partido político.
Esas son las tres posibilidades reales: Gordillo-Rajoy-Conde.
Y hay que elegir.
Sin duda, Palinuro elige a Gordillo.
(La imagen es una foto de Audiovisuales Acampñadazgz, bajo licencia Creative Commons).