dilluns, 23 de juliol del 2012

En capilla.

De cómo despierte hoy la prima de riesgo dependerá que el Reino de España, la Gran Nación, sea intervenida o no. En realidad, esta alternativa es absurda porque, como sostiene Felipe González en una magnífica entrevista que le hace en El país Soledad Gallego-Díaz, el país ya está de hecho intervenido y por la muy módica cantidad de 30.000 millones de euros. En efecto, parece como si no hubiera alternativa. Es intervención sí o sí. There Is No Alternative o principio TINA. ¿Les suena? No se le caía de la boca a Margaret Thatcher. Lo invocan siempre los conservadores. En él se refugió Mariano Rajoy al presentar la batería de medidas de expolio de las clases medias y las más necesitadas; que no podía elegir sino entre lo malo y lo peor; que no había alternativa. Es un principio consolador al que se acogen otros politicos, aunque no sean conservadores. El mismo Felipe González, siendo presidente del gobierno, sostenía que su política económica (la de la reconversión industrial) era la única posible.
No veo cómo el principio TINA va a evitar que, si España queda en una situación imposible, Rajoy presente su dimisión. Llegó con la promesa de salvar a España del desastre (incluida alguna baladronada acerca de su capacidad para suscitar la confianza en torno suyo, con su mera prestancia) y la ha conducido a él. Solo le queda la dimisión. Esta salida presenta la ventaja añadida de acarrear la de los ministros, con lo que no podrán hacer más daño, especialmente los dos monaguillos de la iglesia en el gobierno, Wert y Gallardón. Los mentideros de la Villa y los que se dan en la redes, hierven de cábalas sobre cómo va el PP a librarse de la carga de una presidencia literalmente noqueada, si se optará por un gobierno de tecnócratas o si por uno de coalición nacional.
Así, claro, no vamos muy lejos. Pero es cuestión de preguntarse si se puede ir. La citada entrevista de González quiere ahondar en la comprensión de la situación actual. Gallego-Díaz es una periodista de fuste y categoría, plantea las cuestiones de forma directa y empuja a González a explicarse sobre las causas de la crisis, la forma de encararla y gestionarla y el juicio que le merece lo que se está haciendo. El expresidente se explica ampliamente pero no estoy seguro de que todo lo que dice sea inteligible. Uno tiene la sensación de que en su discurso a veces se pierden los términos de referencia.
No tiene mayor importancia. El momento de Europa y España es insólito, nuevo y, en algunos aspectos, inexplicable. Cuando la vicepresidenta del gobierno decía el viernes en rueda de prensa que no se explicaba por qué no había otro tipo de reacción en Europa era así, no lo entendía, al menos desde su perspectiva. Hay muchas cosas que no se entienden en la crisis. Y antes de ella. Abundan las cábalas sobre el destino del euro. Y por primera vez se repara en que quizá su precipitada puesta en marcha fue el primer patinazo de una historia imposible. Porque la pregunta debía de haber sido: ¿Pueden Estados independientes dotarse de una moneda común que no sea la del más poderoso entre ellos? La respuesta solo podía ser "no". Pero como los Estados decían no ser ya completamente independientes, dieron ese paso (bien es cierto que no todos) y entraron en un terreno que no controlan, que nadie controla y que muchas veces no se entiende. Una situación en la que un euro en Berlín vale y no vale lo mismo que en Madrid. Así lo señala también González.
Los mercados son entes que reaccionan en función de datos no solamente (muchas veces ni siquiera principalmente) económicos sino de todos, los políticos, los sociales y hasta los psicológicos. Los mercados no reaccionan igual ante Zapatero que ante Rajoy.
Rajoy es un presidente achicharrado por la hoguera de la deuda y la de los incendios forestales, los dos términos que encierran la clave de un fracaso monumental. Por atender a las urgencias exteriores descuidó las interiores. Perdió fuera y perdió dentro. Y lo hizo, además, con una irritante falta de estilo: cuando el incendio de Valencia, estaba en Ucrania viendo el fútbol; cuando el no menos terrorífico de Girona, ya nadie sabe en dónde está. Pero no está.
Lo mejor es que deje de estar del todo.
La oposición mayoritaria apenas levanta cabeza. Su permanente oferta al gobierno es permanentemente ignorada por una mayoría soberbia que se permite el lujo de desear que los ciudadanos en paro se jodan con las medidas que se están tomando. Y la está dejando en mal lugar frente a una opinión pública que vira sensiblemente hacia la izquierda según se van haciendo sentir las mordeduras de la crisis. En una situación de creciente polarización, las posiciones intermedias, aunque sigan siendo probablemente las más ricas y matizadas, no concitan el apoyo de las mayorías. Son las opciones nacionales minoritarias, IU y UPyD, las que parecen recoger la lealtad de esos sectores sociales que el PSOE está perdiendo. No creo que la evolución lleve a materializar el famoso sorpasso anguitiano, esto es, IU por delante del PSOE en votos, ni siquiera con el antecedente de Syriza y el PASOK. Pero sí es muy posible que haya un fraccionamiento del voto de la izquierda. Lo cual no estaría mal si pudiera formarse un gobierno de unidad al estilo andaluz. Pero lo más probable es que el fraccionamiento posibilite el gobierno de la derecha.
En todo caso, tiempo habrá de dilucidar estas cuestiones. Lo urgente ahora es saber cómo nos deshacemos de un gobierno fracasado y lo sustituimos por otro más eficaz.
(La imagen es una foto de La Moncloa en el dominio público).