Uno de los rasgos de las épocas convulsas o turbulentas es la proliferación de escritos de agitación, de polémica y debate directo, panfletos, opúsculos, manifiestos, muchos redactados a vuelapluma, al calor de los acontecimientos, otros más reposados, defendiendo puntos de vista muchas veces antagónicos. Son el reflejo escrito de las polémicas, las controversias, quizá los sobresaltos y las revoluciones que están teniendo lugar en las calles y a los cuales, algunos de ellos, también contribuyen por constituirse en proclamas, orientaciones para la acción; un anhelo que esta literatura comparte pero rara vez consigue. Casos como el escrito del Abate Siéyès, ¿Qué es el Tercer Estado? son excepcionales. Según parece, en los veinte años de la revolución inglesa del siglo XVII, que van desde la disolución real del "Parlamento corto" en 1640 hasta la restauración monárquica de 1660, se editaron más de veinte mil títulos de panfletos y manifiestos dando vueltas a los temas del momento: el derecho divino de los reyes, la supremacía del Parlamento, la iglesia de Inglaterra, los derechos individuales, las prerrogativas regias, la hacienda pública, el ejército permanente, el deber de obediencia/desobediencia, etc, etc. Algo parecido está pasando en España aunque en mucha menor medida pero no porque las aportaciones sean más escasas sino porque hay muchos medios para articularlas y el libro, el panfleto, el manifiesto solo es uno de ellos cuando antaño era el único. Es un poco tardía pues la avalancha ha llegado a raíz del ¡Indignaos!, de Stéphane Hessel, pero es como si el término hubiera resultado un conjuro. Hay ahora bastantes libros sobre los indignados y la indignación. Este mismo de Alberto Garzón ((2012) Esto tiene arreglo. Un economista indignado en el Congreso. Barcelona: Destino, 107 pp.) lo incorpora en el subtítulo.
Es el segundo texto que leo de Garzón pues antes había leído el libro sobre la crisis que publicó conjuntamente con Juan Torres López, su maestro, y Vicenç Navarro. También lo sigo bastante en Twitter, en donde tiene una presencia permanente. Aunque no lo conozco personalmente ya me suena muy familiar, casi como de casa. El libro está hecho, según él mismo avisa, a base de entradas de su blog Pijus Economicus porque, además de tuitero, el autor es un animoso bloguero, un ejemplo de ciberpolítico porque es diputado en el Congreso por Málaga. Este origen presta a la obra dos caracteres típicos de la blogosfera: es muy rápida, muy directa, muy clara, pero escasamente estructurada. El autor trata de darle una cohesión interna que no tiene, porque la única que podría darse es la que no se formula, aunque se mantiene latente en toda la obra: la visión marxista clásica y la propuesta de la socialización completa de los medios de producción. Sin duda se hace referencia a que existe una teoría económica marxista (de hecho es una de las tres corrientes que señala, la clásica, la keynesiana y la marxista), pero en ningún momento se afirma que sea la correcta o más acertada.
Igualmente, al abordar la cuestión de cómo conseguiremos llegar a donde queremos ir, distingue tres posibilidades en la relación del Estado y el mercado que es la médula misma de la economía política y la política económica: el socialismo estatal, la socialdemocracria estatal y la economía social (pp. 84-86). Reconoce que la segunda cuenta con mayoría pero, si no he leído del todo mal, en cuanto a la primera, el socialismo estatal insinúa que, merced sobre todo a las nuevas tecnologías quizá podría ensayarse de nuevo. No me lo parece en absoluto; pero esta es quizá la nota más peculiar del libro, que está escrito desde una perspectiva no explícita. Hay dos modelos fracasados, el neoliberal (que provoca la crisis) y el socialdemócrata (que no puede contrarrestarla), pero no se formula claramente la tercera y solo se juega con ella como una hipótesis utópica.
El resto de la obra tiene momentos muy acertados y resulta premonitorio en otros. A veces es un poco prolija en lo pedagógico, como cuando se lanza a explicar la crisis de la deuda; pero eso probablemente sea de agradecer para un público lector más amplio. Coincido especialmente con esa idea de que lo que buscan las "soluciones" neoliberales de la crisis es la chinarización de España (p. 75). Efectivamente es como si la Unión Europea estuviera dibujando una nueva división internacional del trabajo, de forma que España debe ser país de servicios y de exportaciones baratas competitivas con las chinas.
El propósito final del autor de superar el capitalismo suena bien, hasta razonable, pero no se atisba cómo, ni el libro, a pesar de su título, propone algo específico. Se evidencia al final un intento de recomposición de un sujeto, una base social que, me da la impresión, el autor localiza en la clase, aunque admite que haya quienes la residencien en la multitud o en la muchedumbre. En todo caso aquí no sobra nadie, hay que hacer una amalgama de todos los recursos, los sindicatos, los partidos, el 15-M. Sobre la compatibilidad entre los partidos y el 15-M queda algo por debatir pero no es el momento ahora. El hecho es que Garzón termina su alegato reconociendo la importancia de los factores de formación y comunicación (la hegemonía está ahí) y singularizando especialmente la función decisiva de la red. Así es. La revolución será digital o no será.