Animado por un magnífico artículo de Félix de Azúa en El País, titulado Caballería de chispa y pedernal, me fui a ver la exposición sobre el toisón de oro de la Fundación Carlos de Amberes que, a pesar de ser empalagosamente monárquica, me cae bien porque está en la madrileña calle de Claudio Coello en la que nací. Cada cual tiene sus rarezas.
Así que el toisón de oro y la monarquía española. El valor de los símbolos. El mundo de la heráldica. Los colores, los signos, las figuras, los estandartes, los blasones, los emblemas, todo lo que permitía distinguir a los malos de los buenos, a los buenos de los mejores, a los mejores de los excelentes, a los excelentes de los sublimes, habitualmente un puñado en un tiempo en que los combatientes iban tan cubiertos por armaduras que no se distinguían sus rasgos personales. Los caballeros de la orden del Toisón de Oro, creada por Felipe el Bueno, duque de Borgoña en 1429 en el espíritu de las órdenes de caballería; segunda sola, según informa Miguel Ángel Aguilar, director de la Fundación, a la de la Jarretera inglesa. Está bien que sea el espíritu de la caballería originariamente entendida como militar, como las órdenes del Temple o de San Juan, Santiago, Calatrava, Montesa o Alcántara, todos guerreros. En la del Toisón de Oro, predominaba lo guerrero en Carlos el Temerario y Carlos I de España; luego ese afán militar desapareció y la orden adquirió un carácter de ostentación más pacífica, con Felipe II y los subsiguientes Austrias, que jamás combatieron en guerra alguna, al igual que los Borbones. Carlos III era más bien municipal, Carlos IV y Fernando VII se pusieron en manos del enemigo, Alfonso XIII se declaró neutral y no sigo.
En cuanto pasó de los burgundios a los austrias, a través del matrimonio de María de Borgoña con Maximiliano de Austria, el toisón se convirtió en atributo de la monarquía, del Imperio y, luego, de carambola, de la Monarquía hispánica que se identificó con él, con el símbolo, de tal modo que, cuando cambió la dinastía, pasó a los Borbones y hoy los monárquicos sostienen que es el signo distintivo de la monarquía española y no les gusta recordar que también lo es de los austrias del Imperio Germánico y después, del Imperio austro-húngaro. De forma que hoy hay dos órdenes distintas del Toisón, con grandes maestres distintos y que otorgan el distintivo por razones también distintas.
El toisón es el vellocino de oro que viene directo de la expedición de Jasón y los argonautas a la Cólquide para hacerse con el talismán entre aventuras sin cuento. Una empresa heroica, típica de la caballería andante, en la que participaron, entre otros héroes, Hércules, Castor y Pólux y Orfeo. Encaja bien en la mentalidad y puede decirse que el vellocino es una forma del Grial. ¿Por qué no? Nadie sabed qué forma tenía. Unos, los más, lo imaginan como una copa; otros, como un plato; otros como algo más viril. También podría ser un vellón. Pero el mito de Jasón tiene elementos escabrosos en la presencia de Medea, así que pronto se dio un intento católico de cristianizar la orden (al fin y al cabo era reconocida por una bula papal) refiriendo el carnero a la historia de Gedeón en la batalla contra los madianitas del Libro de los Jueces en la Biblia. Pero esta asociación tampoco es muy ejemplar ya que Gedeón indujo al pueblo a la idolatría contra la que había empezado luchando. Además, las historias no tienen color. La de Jasón es mucho más atractiva y ofrece la ventaja de que pone en escena a Hércules quien en tiempos de los últimos austrias españoles había sido declarado personificación de la monarquía hispánica que incorporó a su escudo las dos columnas del plus ultra borgoñón, do todavía están. En el Casón del Buen Retiro, en donde Zurbarán había pintado diez de los trabajos del héroe para solaz de Felipe IV, en un fresco de Lucas Jordán es el mismo Hércules quien entrega el vellocino a Felipe el Bueno, con lo que ya se sabe quién es el héroe de la dinastía española. Un héroe inmortal.
Con su amplio collar de eslabones en forma de B de Borgoña y el vellocino colgando, la joya es bella y muy vistosa. Ese oro resalta poderosamente sobre el negro riguroso del estilo borgoñón que impregnó la corte española prácticamente hasta la muerte de Carlos II. Severidad, autoridad, lujo. Los felipes raramente lucen otra joya, pues el toisón no es compatible con otras órdenes, es exclusiva, única, grande. Así que la exposición se convierte en un paseo entre retratos de los austrias y los borbones, originales y copias de Altdörfer, Durero, Van der Weyden, Pantoja de la Cruz, Rubens, Tiziano, Carreño, Anguisola, Goya, Velázquez, Vicente López, Moro y algunos otros. Lo que une todos los retratos es el toisón, lo que salta a la vista es el sempiterno toisón, el signo de la realeza hispánica, pero lo que los ojos ven son los rostros de los monarcas, los felipes, Carlos II, Carlos IV, Fernando VII, Isabel II, Alfonso XIII, por ser prudents y citar algunos; rostros y biografías a los que viene grande la grande empresa. Y, con Isabel II, otra quiebra de la unicidad de la orden a empuje de los carlistas, que no renuncian a la ley sálica.
A la orden del toisón se ha atribuido una especie de misión europeísta, pues no en balde el grefierato sigue en Bruselas, si no me equivoco. Esa misión europea es el contrapunto de la original que comprometía a la orden a la reconquista de los Santos Lugares ya que el Rey de España es Rey de Jerusalén. Sin embargo, el Gran Maestre actual, Juan Carlos I, ha otorgado la orden a mahometanos como el Rey Husein de Jordania o Abdalá Bin Abdelaziz, de Arabia Saudita, con lo que la recuperación de la tierra santa quedará para momentos mejores.
Como buen símbolo cargado de historia, el toisón de oro es el centro de un mundo de leyenda, de miserias, fantasías y disparates, o sea, de propaganda. Alfonso XIII otorgó la orden a algún emperador exótico, como el del Japón, algún presidente de república; pero Juan Carlos, en línea de entender el toisón al modo de la legión de honor, ha incluido en el elenco algún literato (bien es verdad que don José María Pemán) y algún político leal, como Torcuato Fernández Miranda o Javier Solana y algún edecán. Además lo ha democratizado y feminizado, incluyendo varias reinas pues para eso lo portó sobre su generoso seno su tatarabuela la Reina castiza.
Es curioso contemplar cómo este símbolo de propaganda imprime su huella en las obras de arte. Los artistas siguen lo que los críticos después llaman "programas iconográficos" para ensalzar a sus mecenas. El arte es lo que va de añadido, lo que rodea el núcleo del mensaje del que el espectador quizá no sepa nada, es decir, el retrato de Carlos II por Carreño, el de Felipe II por Sofonisba Anguissola, el Carlos III, Carlos IV y Fernando VII de Goya. ¡Qué semblantes en los que está escrito el destino de este desgraciado país! ¡Qué arte que llega a lo profundo de la naturaleza humana! Y si esto es así con las obras de arte, con los objetos lo es más, las joyas (hay unas veneras del Toisón en pedrería que son alucinantes), las bruñidas armaduras, los yelmos, rodelas y celadas, los libros, las crónicas, las tallas. En todos figura el toisón. Tiene el valor de la marca Reino de España.