Parece que se confirma la idea que Palinuro adelantó el viernes, 14 de enero, antes de que el déspota Ben Ali y su familia de ladrones abandonara Túnez en una entrada titulada Túnez, internet, la multitud, de que la revuelta tunecina era sobre todo cosa de internet, las redes sociales, el ciberespacio, y que la oposición de izquierda iba a remolque de los acontecimientos, con la lengua fuera. Así, Público decía ayer que las protestas estaban movidas por los sindicatos y Facebook. Facebook en concreto (pero no sólo) sirvió para que se difundieran por la red los vídeos hechos con móviles que demostraban la brutalidad policial en la represión de manifestantes. Un paso más en la suposición de que la revolución será digital o no será, sobre todo en países como estos árabes, que no son todo el Islam pero sí parte importante de él. Una veintena de Estados que van desde el océano atlántico al golfo pérsico, casi todos regímenes autoritarios, muchos corruptos, algunos semiteocráticos y todos con unas sociedades civiles que parecen ancladas en edades bárbaras.
Ya hay quien señala que la revuelta tunecina está directamente ligada a las revelaciones de WikiLeaks sobre la corrupción de un régimen mafioso y cleptocrático, hasta el punto de que se habla de la primera revolución de WikiLeaks. Como era de esperar. Ese maldito Assange ha causado muchos dolores de cabeza en los países occidentales y en los Estados Unidos lo odian por chivato y seguramente les gustaría tenerlo en Guantánamo y sin wi-fi. Pero tales disgustos son nada comparados con la que se puede armar en los países árabes ya que en estos las revelaciones no son de si los ministros se ponen de alfombra de los EEUU o los fiscales y jueces actúan según interesa al embajador gringo, que ya es grave, sino sobre cómo los gobernantes, los "príncipes de los creyentes" o los "líderes fraternales y guías de la revolución" se lo llevan crudo. Pues ¿no resulta que el tunante tunecino emprende el camino del exilio con una tonelada y media de oro? Nada de extrañar que los hechos de Túnez estén sacudiendo otros regímenes árabes, países como Egipto, en donde Hosni Mubarak lleva treinta años en el poder, un par más que el bueno de Ali, o Libia, en donde el incombustible y pintoresco Gadafi lleva de hecho 42 años. El mismo Gadafi que ayer ordenó bloquear Youtube. Estos déspotas se enteran de por dónde viene el enemigo; pero hay que ver si no se han enterado demasiado tarde. Porque no basta con cerrar Youtube; hay que bloquear las redes sociales, Facebook, Hi5, Flickr, LinkedIn, buscadores como Google y, sobre todo, hay que cerrar Twitter, que se propaga como la pólvora a través de los móviles. La capacidad de la gente de comunicarse es casi infinita y eso no puede combatirse con mazmorras, policías o guardias pretorianas. Son medios inservibles. Y esto sin contar con que el cierre del ciberespacio sólo puede hacerse a un costo económico y comercial altísimo, probablemente prohibitivo. La red ha integrado la comunicación política con la económica, la financiera, la cultural, en un solo stream en el que ya no se puede interferir.
Los países árabes presentan además una característica que los hace terreno abonado para un movimiento en el ciberespacio, una revolución trasnacional, ya que forman una unidad cultural y civilizatoria, la Umma. Está muy gracioso ese ministro egipcio subrayando que cada país tiene sus epecificidades, como si Túnez fuera a Egipto como a Groenlandia. Muy gracioso, sobre todo, a la vista de la andanada de entusiasmo que la revuelta tunecina ha despertado en todo el mundo árabe, en donde se gloría a nuestros hermanos tunecinos.
La revuelta de Túnez, país tradicionalmente alabado por su sensatez, parece democrática, laica, popular, espontánea, no movida por partido alguno. Pero ese puede no ser el caso en otros lugares en que la oposición esté organizada y sea fuerte, cual suele suceder con esas organizaciones de fanáticos a los que llaman fundamentalistas, como los Hermanos musulmanes en Egipto. La revolución en el Islam puede ir hacia delante o hacia atrás. Y siempre se hará a través de la red porque ésta es un medio, no un fin; y, como medio o instrumento, rinde más a quien mejor sabe manejarlo, con independencia de la calificación moral de su finalidad. Que se lo digan a los israelíes, que han creado un virus para atacar el sistema de computadoras del Irán que controla su capacidad nuclear, para destruirla, claro.
Por lo demás, quien crea que el efecto WikiLeaks ha terminado en los países occidentales y que probablemente quedará anegado en un proceso por abusos sexuales y un litigio sobre extradición, cree erróneamente. Las próximas filtraciones de WikiLeaks van a afectar el meollo mismo del sistema económico y financiero, la banca. Es posible que, cuando la gente sepamos lo que ha estado haciendo la banca cunda ese ¡Indignaos! del nonagenario Stephan Hessel y prenda también en quienes no han organizado su vida según el espíritu caballeresco de la Resistencia. Bien por las generaciones.
(La imagen es una foto de Arab League, bajo licencia de Wikimedia Commons).