La exposición de paisajes impresionistas en el Museo Thyssen, que aguanta hasta febrero, está muy bien. Tiene una prodigiosa variedad de piezas de las procedencias más diversas, un montón de ellas dificilísimas de ver. Además está bien pensada, con el texto imprescindible y muestras de antecedentes y consecuentes muy reveladores. Es un placer encontrar obra de tantos y tan variados genios unidos por un tema común: Renoir, Monet, Manet, Pissarro, la escuela de Barbizon, Van Gogh, Nolde, Sorolla, Darío de Regoyos, Anglada Camarassa, Cassat, Gauguin, etc.
El jardín es tema típico del impresionismo. La explicación de los manuales es que, por falta de medios, por no poder pagar modelos ni estudios, los pintores de la época tenían que salir al exterior y allí descubrieron la maravilla de la luz y sus hijos los colores; quedan deslumbrados y gran parte del impresionismo consiste en trasmitir ese deslumbre. Así da el impresionismo en el puntillismo a lo Sisley.
Pero no es cierto que sean los primeros en salir. Los pintores han pintado siempre también en el exterior. Desde los primitivos flamencos y los renacentistas (por ejemplo, Giorgione) en todas las épocas ha habido magníficos paisajistas, como Claudio de Lorena en Francia, y Hobbema en los Países Bajos (los dos siglo XVII), Constable en Inglaterra (siglo XVIII), Friedrich en Alemania (XIX), los norteamericanos al estilo Bierstadt o Church (también XIX). Pero esa es la diferencia: pintan paisajes; no jardines.
El jardín es un paisaje reducido, humanizado. Y no sólo porque lleve figura humana (muchos paisajistas lo venían haciendo), sino porque el propio objeto está humanizado. El jardín tiene setos, caminos, arriates, arbustos ornamentales. Es más, la exposición incluye algunos floreros de diferentes autores (recuerdo uno de Renoir) y, jugando con la idea, cabe decir que el florero es un jardín aun más humanizado.
Porque es eso, se trata de pintar un exterior que es "nuestro". En muchos casos el pintor pinta su jardín, el que él mismo ha trabajado con vistas a pintarlo. De este modo, a veces, el jardín impresionista podría clasificarse como autorretrato, en la medida en que el trabajo retrata al trabajador.
También en este aspecto simbólico son los impresionistas seguidores de una tradición: la del hortus clausus medieval, el jardín cerrado que simboliza el paraíso terrenal y la vida, en el que suelen habitar animales legendarios como el unicornio y objetos milagrosos como el manantial de la eterna juventud. No, en lo simbólico, el impresionismo no gana la batalla a la Edad Media.
Los impresionistas causaron una ruptura con el tranquilo mundo de la pintura academicista, una revolución, un escándalo, como pasa siempre con las vanguardias, por su uso de los colores, la luz y su incidencia en las formas. Es una rebeldía formal que rápidamente se convierte en una de contenido. La primera imagen es un cuadro de Klimt titulado La avenida del parque del castillo de Krammer (1912), en la Galería Austriaca, en Viena. La segunda es otro de Maximilien Luce titulado Calle de París, mayo de 1871 (1902) en el Museo d'Oray, París. El tema ahorra todo comentario acerca del cambio de contenidos. Un cambio revolucionario. Si alguien lo duda, que compare el cuadro de Luce con el de un contemporáneo, Meissonier, magnífico pintor "del régimen" por lo demás, titulado El asedio de París, 1870(1891), también en el Museo d'Orsay.
Me he alejado un poco del asunto jardines pero espero quede claro que pintar jardines es pintar el interior aunque sea en el exterior.