dilluns, 23 de novembre del 2009

¡Ay de los vencedores!

Este libro, premio nacional de ensayo de este año (Reyes Mate La herencia del olvido. Errata naturae, Madrid, 2009 (1ª ed. 2008, 228 págs) es una recopilación de diez artículos con distinta ocasión y diversa temática en tiempos diferentes. Pero, para los conocedores de la obra del autor, tienen todos un innegable aire de familia, tanto que casi parecen variaciones sobre los temas caros a Mate, la compasión, el otro, la memoria (cito según me vienen a ella; habrá fallos y aciertos), los vencidos, el margen (la margen de los marginados), Latinoamérica, lo judío, la crítica a la falsa universalidad de las filosofías de la historia, las víctimas, el casticismo y, además, de la mano de los autores preferidos del autor, de los que ha bebido hasta identificarse con alguno de ellos como el Walter Benjamin de las Tesis sobre el concepto de la Historia pero también, cómo no, Emmanuel Lévinas (de él viene esa preocupación por el otro), Rosenzweig, Scholem (mucho pensamiento judío), y también Heidegger y Kafka de los que tiene admirable conocimiento.

El primer artículo, Pensar en español en tiempos de globalización parte de constatar un hecho lamentable: "tenemos una filosofía dependiente" (p. 43). Ya sé que no es consuelo pero no debe extrañarse: la cultura española en su conjunto es dependiente, está doblada (como las películas) de las extranjeras: los mejores hispanistas son ingleses y franceses (los enemigos seculares); las mejores ediciones críticas de nuestros clásicos pueden hacerlas eruditos gringos; el propio Reyes ha edificado su obra en permanente diálogo con autores algunos de los cuales consideraban que África empieza en los Pirineos y ya es ironía que su autor preferido, en el que se ha especializado, el filósofo del Angelus Novus viniera a morir a esta triste frontera. Pero Reyes se interesa por el "pensar" por el discurso filosófico y, tomando pie en la convicción de Heidegger de que tal cosa sólo pueda hacerse en griego y en alemán, busca alguna razón que explique esa situación de extraterritorialidad española y no me parece que repute secundaria la idea de que el discurso filosófico español, la mente, el lenguaje, la cultura, ese compuesto gaseoso difícil de aprehender y que no para quieto tiene la paradójica condición de ser internamente fratricida. Los hispánico es un discurso en el que vencedores y vencidos (hablando de América Latina no hace falta señalar) hablan la misma lengua; la misma lengua hablan Cortés y el inca Garcilaso de la vega (p. 55). Y aquí lo deja. Supongo que debemos entender que el pensamiento español es tan manco por esta esquizofrénica cualidad que, por otro lado, refleja la tradicional división interna a los españoles peninsulares donde, no sé cómo, siempre se configuran vencedores y vencidos.

Antes de seguir, una breve digresión sobre esta cuestión de los vencidos. Para Reyes esta condición es clave de arco de su interpretación de las grandes cuestiones filosóficas de nuestra época porque todo empieza y acaba en ellos: la filosofía como actividad anamnética y (ya que el olvido es injusticia y la memoria justicia), el recuerdo platónico se ocupa de la condición epistémica, la mirada del vencido lleva a la constitución moral del yo que, sin ella, no es persona. No creo exagerar si atribuyo al vencido, a los vencidos que ahora regresan de las regiones del olvido y son los únicos que pueden dar a nuestro universalismo pretendido la pátina de la verdad, una función casi demiúrgica. Pero hay que hacer una advertencia. Por odioso que parezca hasta ese concepto de vencidos tiene un fielato histórico, contingente, que pagar, no puede refocilarse en su aparente ser absoluto, en donde, me malicio, encuentra Reyes solaz frente a la amarga comprobación Benjaminiana de que el fascismo es la quintaesencia del progreso y la propia de que bajo los discursos únicos al estilo parmenideano se esconde el totalitarismo: pues vencidos fueron los nazis. Y los nazis son el otro polo de la dualidad que Reyes maneja como sistema del vencido (bien) y el nazi (mal). Cuando de Auschwitz se trata, los vencidos son los judíos. La condición de vencidos de los nazis es tan irrelevante que sólo ahora, en el siglo XXI comienza a haber tímidos intentos de preguntarse qué pasó por sus cabezas. ¿No hay nadie interesado en dar voz a estos vencidos? Obviamente, no. Ni una miserable subvención para investigar, ni un departamento universitario, ni un becario. Estos vencidos no alcanzan aquella noble condición de vencidos; estos apestan. Sin embargo, su mera existencia, con independencia de otros distingos obliga a admitir que antes de echar mi suerte con los vencidos de algún conflicto primero tendré que mirar el conflicto.

América Latina y la particularidad de la universalidad europea es un estupendo trabajo que queda resumido en su título: la pretendida universalidad europea es particularidad cuando se la contrasta con América Latina, con América, cuyo descubrimiento no ocupa lugar en el relato oficial del progreso del espíritu europeo según el cual los hitos son: Reforma, Ilustración y Revolución francesa. Como el relato filosófico-histórico, como el histórico a secas es tan de vencedor como la crónica de la guerra de las Galias, la pregunta que puede hacerse aquí es qué hubiera sucedido si España hubiera contado en ese hacerse del espíritu europeo en lugar de andar perdida en el Magreb. Porque aquí, el discurso español es de vencido. Por cierto que algo también cabrá decir de un discurso que es de vencedor y de vencido en el mismo sujeto pero por tiempos. La imposibilidad radical de los tozudos europeos al estilo del germánico Hegel o el no menos germánico Heidegger de arbitrar un universalismo que no fuera eurocentrismo abre el camino al rayo de luz de la interpretación de la minoría particular universalista por excelencia, la judía, expuesta en las Tesis sobre el concepto de la historia que, por si no lo he dicho ya, son la columna vertebral de la reflexión de Reyes. Así que si queremos saber por dónde caminará un universalismo que será tal por incorporar a los vencidos y hasta a los muertos así como los sufrimientos de todos, basta observar la "universalidad negativa" de esa figura cristológica del judío marxista alemán Benjamin.

Judaísmo, modernidad y capitalismo es un interesante ensayo en que aborda la cuestión de porqué Weber deja al judaísmo fuera del espíritu del capitalismo (que atribuye a los reformados) aun siendo consciente de que sin el judaísmo el principio mismo de racionalidad no sería de uso libre.

Auschwitz y la fragilidad de Dios. Arrancando de la célebre y archicitada frase de Santayana expuesta en Dachau, yendo de nuevo de la mano de Rosenzweig reitera (las reiteraciones son inevitables en este tipo de recopilaciones, aunque aquí se mitigan porque el autor las trae a cuento con finalidades distintas) el juicio de Benjamin sobre el progresismo del fascismo, algo que viene ya rodado desde las "florecillas pisoteadas al borde del camino" del triunfal paso del espíritu de Hegel que no cuestan nada representarse como un desfile de Moloch que llega hasta hoy mismo, cuando esas florecillas se han convertido en bajas colaterales, pero siguen siendo las mismas.

En Tanques judíos Reyes bordea a mi entender el territorio de la justificación proisraelí. Está claro que la confusión judío/israelí no es aceptable; casi diría que no era necesario mencionarlo. No está mal sin embargo, recordar que también hubo (y hay) un sionismo "bueno". Es manifiesto que el antisemitismo lo lleva Occidente (y a su través, medio mundo) en su misma sangre. Las observaciones de Reyes sobre Johan Baptist Metz, Kafka, etc son muy interesante. El judío es el Ungeziefer kafkiano. Y se entiende muy bien a qué condena a los judíos el dictum hegeliano de que la modernidad sea la secularización del cristianismo (p. 139). Supongo que el artículo fue escrito antes de la última ofensiva israelí sobre Gaza. Aun así, no me queda claro que el autor admita que alguien pueda criticar acerbamente a los israelíes, sin paños calientes, acusándolos del mismo racismo hacia los palestinos que ellos padecieron de parte de los nazis sin que ello lo convierta en un antisemita. Debo confesar que en cambio, para mí es obvio: no solamente no soy antisemita sino que admiro a los judíos; pero el comportamiento de los israelíes me parece muy próximo al de los nazis.

En tierra y huesos, Reyes da con los suyos en el solar patrio y hace un repaso de los problemas de la memoria histórica: su naturaleza, condición epistémica y moralidad con el que no puedo estar más de acuerdo. Memoria es hacer visible lo invisible y el recuerdo es justicia; así que a desenterrar a los asesinados y sepultados en las cunetas, sin más que hablar. Sobrado de tiempo y espacio el autor abre el campo de mira y se va al fondo de la admiración por la guerra que hay en la base cultural occidental (la epopeya, etc; la filosofía occidental como una "ontología de la guerra", según dice Lévinas, p. 197) en lugar de tomar nota de los sufrimientos del otro (p. 170). No estoy muy feliz con estos distingos que se me hacen un poco débiles y plañideros no ya porque el asunto estuviera dictaminado para sentencia desde los tiempos de Heráclito de Éfeso, sino porque no creo que estemos avanzando en ningún sentido discernible sustituyendo el culto al general invicto por el llanto por las víctimas. Ya sé que se me dirá que no es esa la cuestión sino la de hacer una composición en que se oigan las dos voces. Y aquí, sin querer sentar plaza de calloso, me asalta el escepticismo al comprobar que sucede con esa hipotética polifonía lo que señalaba el propio Reyes del discurso interno del pensar español: ¿cómo van a concertarse vencedores y vencidos, victimas y victimarios? Tiene eso un elemento de reconciliación por encima de las voluntades de los vencidos/muertos que no me gusta nada.

La presencia pública de la religión en la sociedad es, creo, el único caso en que aparece un concepto típicamente posmoderno en esta obra de Reyes (cuya escasa simpatía por la corriente de la época es notoria), a saber, la biopolítica que le sirve al autor para dar otro repaso a Auschwitz. Auschwitz es el terreno de la biopolítica (p. 186) en donde los seres humanos sólo son tratados como cuerpos. A partir de aquí, el punto más bajo, vamos remontando en posibilidades de redención, ya con la idea mesiánica y al amor del análisis de las tesis benjaminianas descubrimos que hay algo bueno, positivo, humano, en la religión: que nunca identificará racionalidad humana con racionalidad triunfadora y que no igualará realidad y facticidad (p. 186). Me parece bien pero no creo que el producto valga el precio del mero envoltorio: lo primero es imposible en una organización que ha sido perseguidora y perseguida, lo segundo también por tratarse de una organización con mensaje trascendental.

El muñeco mecánico y el enano jorobado es una ilustración del artilugio que fantaseó Benjamin para explicarse las virtudes del materialismo histórico, presididas, movidas quizá por la amarga aseveración de la tesis 8 que tanto juego está dando en la filosofía de hoy de que, para los oprimidos, "el estado de excepción es la regla" (p. 205). El último trabajo, Retrasar o acelerar el final es una interesantísima reflexión sobre un texto de Jacob Taubes (nur noch ein Jude) en el que da cuenta de una entrevista que tuvo con un ya muriente Carl Schmitt a petición de éste para hablar con él sobre su interpretación de las cartas de san Pablo a los romanos y a los tesalonicenses. Al parecer el viejo caimán quedó impresionado por la interpretación política paulina de Taubes y le dijo que se lo contara a la gente, cosa que hace éste diez años después. A se vez también Reyes ve en ella tan inmensas posibilidades que atisba nada menos que la de encontrar una "salida a la enojosa aporía universalidad/comuntarismo" /p. 223). Insisto, nada menos. Sobre todo porque si parece estar claro porqué hay que salir del universalismo ya que han sido más de doscientas páginas destinadas a exponer que es falso, quedaría por averiguar porqué también hay que salir del comunitarismo, cosa que, al parecer, se da por supuesta.