Forma parte de la llamada "americanización de la política", consistente en convertir los actos públicos de los partidos en espectáculos de colores y sonidos. Supongo que eso es lo que aconseja el marketing político, dicen las asesorías y recomiendan los medidores de audiencia si se quiere que la gente conecte, vea, mire (no digo ya escuche) algo de lo que dicen los políticos. Probablemente hasta sea mejor que aquella hispánica costumbre de reunirse en alguna plaza de toros, a sol y sombra, para insultarse con recio españolismo. Pero resulta un poco kitsch. O un mucho, según se mire. Este finde los sociatas han montado uno de estos espectáculos para anunciar una ley que cambiará nada menos que el "modelo productivo" que no sé muy bien qué alcance pueda tener; sospecho que no es tanto como el "modo de producción" de los marxistas pero tampoco tan poco como una mera "reconversión industrial", sobre todo porque ya queda poca industria que reconvertir. En todo caso, aunque de alcance impreciso, el asunto parece de enjundia y no sé yo si es como para convertirlo en un pageant con alfombra roja, estilo Oscars con toque de Bienvenido Mr. Marshall. Da la impresión de que el correspondiente gabinete de comunicación confunde la elegancia con un salón VIP. En fin, todo sea por la modernidad, el desenfado y la giovinezza, giovineza, primavera di belleza que cantaban quienes yo me sé.
Claro que en eso de montar espectáculo los de UPyD lo bordan., casi a la altura de la Fantasia de Walt Disney. Esa estrategia monocroma rosa que es como vivir, dormir y despertar en una tarta con sirope debería ya descalificarlos como evidente prueba de que, a fuerza de ser "ellos mismos", han pasado la tenue frontera entre el kitsch y lo rabiosamente cursi. No me extraña que los gays, que tienen un rico y matizado sentido de los colores no los quieran en sus desfiles. Por favor. Dan ganas de preguntar que para cuándo la parejita.
El monocromo es el colorete de un estilo de culto a la personalidad pasmoso sobre todo porque se practica al grito de viva la democracia. En todo caso por lo que se va viendo y escuchando la señora Díez dice cosas de verdadero interés. Veo que en repetidas ocasiones se la he pedido que hable sobre cuestiones de derecha e izquierda y dice que ella ni su partido son de lo uno ni de lo otro. Creo que lo dice con orgullo y como con orgullo me parece habérselo oído decir al señor Savater. Éste, además (la inteligencia lleva un grado) ha presentado la amalgama izquierda/derecha con una luz mediática muy astuta al hablar de que han "derribado un muro" entre la izquierda y la derecha en momentos en que retumba el eco de los bloques del muro de Berlín cayendo a la calzada. En definitiva, nada de derecha/izquierda; eso se ha acabado. Historia pasada.
Llevo lustros, decenios, oyendo lo del fin de la oposición entre derecha e izquierda. Casi tanto como llevo oyendo hablar de la revitalización de la izquierda. Si no me equivico, la New Left Review va a cumplir medio siglo. Se ha podido oír como resignado dictamen de estudiosos sociales a partir de los años cincuenta del siglo XX: el fin de las ideologías y el ocaso de la izquierda y la derecha. Y también se ha oído como una decisión, un discurso, un deseo: hay que acabar con la distinción entre izquierda y derecha. El deber ser es aquí más antiguo que el ser. En los fogosos años treinta José Antonio lo consideraba imprescindible. Igual que el Kaiser Guillermo II al enviar a las tropas al matadero de la Primera Guerra Mundial ya no reconocía "izquierdas ni derechas" sino sólo alemanes, Jose Antonio decía que esa inútil división impedía servir a España, que es también el ente al que la señora Díez asegura que está dispuesta a servir con todas sus fuerzas.
El dictamen es de Alain como a primeros del siglo XX y dice: "siempre que oigo que ya no hay derecha ni izquierda pienso que el que lo dice es de derecha". Y así es, cosa que se comprueba por el método más simple que hay en la ciencia: pegando la oreja a ver qué dicen unos y otros. Y no falla, como en tiempos de Alain: la derecha dice que ya no hay (o no debe haber o no debe de haber) diferencia entre la izquierda y la derecha. Por si tienen alguna duda, la última persona a la que se lo he oído decir (antes que a la señora Díez y, si acaso, al señor Savater) es a la señora Ana Botella. En cambio, la izquierda, además de no dudar de que esa diferencia exista, está pegada entre sí para averiguar quién sea la "verdadera" izquierda. Pregúntese a los de Izquierda Unida que se aprestan a velar armas ideológicas. Algo que casa mal con el melting pot de que no hay ideologías.
Es posible que en estos descreídos tiempos posmodernos queden pocas divisorias bipolares porque parece haber como una desgana de convicciones. Es posible, aunque me parece que cada vez hay más y lo entiendo como una ventaja y una suerte porque, aunque no siempre, la abolición de variedad es mala. Pero la raya, divisoria, hiato, separación, oposición, confrontación, lucha, conflicto que existe por doquier, y no sólo en todos los países sino en todos los partidos, reuniones, asociaciones, federaciones, etc es la oposicion izquierda/derecha. Es universal y permanente. Por haberla, la hay hasta en la condición del individuo. Así que, si los señores de UPyD dicen no ser de derecha ni de izquierda y lo dicen de modo genuino y sincero y no porque lo hayan decidido tácticamente a base de componer un programa con piezas de los otros partidos según un criterio que se considere electoralmente ganador, serán un factor único, excepcional y milagroso en un grisáceo panorama de obediencias ovejunas a la izquierda y a la derecha. Pero como el sistema es bipolar y de partidos dominantes que imponen el orden del día, UPyD no conseguirá nunca demostrar en qué consista ese no ser de izquierda ni de derecha porque lo será (de izquierda y de derecha) alternativamente en las votaciones que casi siempre, por no decir siempre, configuran alternativas de derecha e izquierda. Y ahí se verá.
(La imagen es una foto de Chesi - Fotos CC, bajo licencia de Creative Commons).