El museo Thyssen ha inaugurado la temporada con una exposición sobre Henri Fantin-Latour de la que es poco lo bueno que cabe decir. La exposición en sí misma deja bastante que desear. Dice cubrir toda la vida del artista, pero se reduce a setenta piezas entre los que cuentan dibujos y bocetos y cuya selección tampoco es la mejor imaginable. Organizada en común con la Fundación Gulbenkian parece que la que se abrió en Lisboa era más amplia y, por razones que no se comunican, a su paso a España se ha reducido notablememte. Tanto que no ha dado ni para dividirla entre lo que se exhibe en el museo y la parte que se lleva a Cajamadrid de la plaza del Celenque, como se hace en otras ocasiones. Tampoco se prodiga la organización en explicaciones orientativas o aclaratorias. Por ejemplo, cuenta la exposición con el famoso lienzo En torno a la mesa (1872) pero en ningún sitio se dice que los personajes son retratos de poetas de la época y que dos de ellos son Verlaine y Rimbaud, por aquel entonces en mitad de su apasionada relación, con lo que el visitante no prevenido pierde una magnifica ocasión de poner rostro (y qué rostro) a dos egregios poetas.
En cuanto al pintor en sí mismo no será Palinuro quien niegue el interés de Fantin-Latour como objeto de exposición pero no le daría una prioridad alta en un estudio de posibilidades. Y, desde luego, niega la conclusión que el comisariado organizador deja caer en un par de comentarios de que Fantin-Latour sea un gran pintor francés injustamente olvidado y qué lamentable es que no se le dediquen exposiciones. Ni nuestro hombre es un gran pintor ni es injusto el lugar que ocupa en la memoria colectiva del arte y que es, desde luego, modesto.Fantin es un artista delicado, con matices, con una pintura nada simple y una apreciable variedad temática: hay retratos (un género que cultivó mucho y le era rentable), naturalezas muertas, especialmente flores, que le hicieron muy famoso en su tiempo en Inglaterra. Teniendo en cuenta que se trata de la época victoriana, con la pintura inglesa dominada por el empalagante prerrafaelismo, habrá quien diga con cierto cinismo que eso lo explica todo. También hay paisajes, retratos colectivos y una escasa representación de la pintura libre y alegórica que tanto gustó al autor. Todo ello es más que suficiente para hacerse un juicio. Un juicio ¿sobre qué? Sobre un pintor francés cuya vida trascurre a lo largo del prodigioso siglo XIX (muere en 1904) y en cuya obra no hay prácticamente rastro del impresionismo si se excluye alguna pieza especialmente relevante, como su fabulosa Helena, obra ya tardía (1892), y aun en esta se aprecia mucho más la influencia simbolista de un Moreau que el impresionismo. Aunque mi juicio general de Fantin sea bastante bajo, tengo en altísima estima este cuadro, uno de los pocos en los que el artista vence las convenciones de la época y consigue transmitir uno de los elementos decisivos del mito que incendia Troya: Helena, la mujer más deseada por todos los hombres en el momento en que accede a ella el pelirrojo Menelao con el juramento de los príncipes argivos.
Valorada en conjunto la obra de Fantin refleja claramente la impronta de quienes fueron los modelos del pintor en su vida, sus grandes influencias que vierte fielmente, con ese espíritu de copista que cultivó en sus años mozos. Hay veces que vemos a Manet (singularmente los retratos y, desde luego, los colectivos; el de los poetas es característico); otras, las más, vemos a Courbet (por quien Fantin sentía verdadera veneración), a Corot (en los paísajes, por supuesto) y nos rondan el ánimo las referencias a Delacroix. Todo ello, en cierto modo, compartamentalizado pero sin el genio claroscuro de Manet, sin la audacia de Courbet, sin la minuciosa concentración de Corot, sin el ímpetu flamígero de Delacroix. Todo ello moderado, tamizado, como de andar por casa. La negación misma del espíritu romántico, si se quiere. Nuestro hombre hace lo que puede, que no es poco, pero tanta influencia a la que se rinde acabó por no dejarlo ser él mismo en nada. Fantin refleja casi toda la pintura francesa sin tener ninguna propia. Ni siquiera en los bodegones, con los que tanto éxito alcanzó, pueden decirse genuinamente suyos pues remiten invariablemente a la pintura flamenca hasta en los trampantojos (antiparras o cuchillos al borde de las mesas) que se repiten casi mecánicamente. Es un placer para la vista que la exposición incluya el bodegón de 1869 El compromiso, con esa chinoiserie tan delicada que actúa de eje central de una composición que habla de compromiso, fidelidad, felicidad, amor. Hasta aquí hemos llegado: un bodegón.
La exposicion dedica una parte a los autorretratos, de los que se encuentran tres de los más conocidos. Fantin llegó a autorretratarse como medio centenar de veces, sobre todo de joven cuando se tiene esa curiosidad tumultuosa sobre lo que nos rodea, incluida nuestra propia imagen. Fantin parece experimentar una regocijada sorpresa al autorretratarse que suele trasmitirse al espectador. Quizá sea éste el subgénero en el que el hombre fue más el mismo. Claro que a ver cómo podría ser de otro modo.
En una visión algo más amplia, Fantin, que fue hombre de su tiempo, igual que coquetea con el simbolismo y es amigo de los impresionistas sin ceder sin embargo a su apabullante riqueza cromática (llegó a enviar algo, sin embargo, al salón des réfusés en alguna ocasión) tiene pasion por la música y adopta una actitud sinestésica que lo lleva a caer subyugado del mundo wagneriano y su concepción de la "obra de arte total". Fantin compuso muchos lienzos con motivos de Parsifal, Lohengrin, el Oro del Rhin... Era un wagneriano combativo, de los que retrataba irónicamente Beardsley. A propósito, la exposición incluye un magnífico dibujo del barco de El holandés errante que no pongo aquí porque no lo he encontrado. Lo sustituyo por esas Tres doncellas del Rhin que reflejan fielmente la grandeza y la miseria del arte wagneriano hecho por wagnerianos, gente de culto.
En fin, el Thyssen anuncia una exposición temática próxima sobre el erotismo en el arte que espero sea más lucida que esta. De todos modos, tampoco es cosa de ser muy negativo. Merece la pena acercarse a ver a Fantin-Latour, a dar un repaso a la pintura del XIX que no se rindió al impresionismo sino que aventuró su asalto al realismo de sus comienzos a través del simbolismo.