En realidad el golpe más duro para la izquierda, la experiencia más amarga, fue comprobar que no podía hacer realidad su promesa de transformación radical del orden social, que su denuncia del presente como reino de lo injusto no iría acompañada de la implantación de otro orden futuro cuyas claves estaban en su discurso crítico. El capitalismo carece de alternativa viable y ésta es una experiencia que se hizo patente con el hundimiento del comunismo, fenómeno de magnitud histórica del que no me cansaré de repetir que la izquierda no ha dado una explicación satisfactoria. No hacerlo, sin embargo, pretender seguir como si nada, como si aquel hundimiento de un orden social que sostenía ser el futuro en el presente, no rezara con ella, no ha contribuido a fortalecer a la izquierda sino a mostrarla como más insegura, vulnerable y carente de un discurso propio, distinto del del reformismo capitalista. Hoy nadie dice en serio en la izquierda que introduciendo reformas radicales en la sociedad surgirá un "hombre nuevo" al modo en que iban los hombres surgiendo de la tierra según lanzaban Deucalión y Pirra los huesos de su madre.
La izquierda había sostenido que no existe eso que se llama la naturaleza humana puesto que todo en el hombre es cultura y que, en consecuencia, un buen programa de transformación social (básicamente centrado en la abolición de la propiedad privada, origen de todos los males, desde Rousseau y quizá antes) acabaría transformando la naturaleza humana. Falso y la amarga experiencia de esa falsedad ha dejado a la izquierda desarbolada y sin propuestas propias. Es verdad que la izquierda revolucionaria cedió la plaza a la izquierda reformista pero ese reformismo, precisamente, era como el sambenito que denunciaba la ausencia del "verdadero" espíritu de la izquierda por no poder contestar siguiendo su doctrina a la pregunta aquí básica: reformismo, sí pero ¿para qué? Obviamente no para edificar un orden social nuevo, sino para perpetuar el orden social capitalista que se había querido abolir por medios revolucionarios. Fragmentada, dividida, enfrentada, sin un discurso propio, la izquierda ya no es la sepulturera del capitalismo sino su administradora de rostro más humano.
Privada, pues, de su discurso transformador, la izquierda ha ido parasitando los ajenos. Surgen así los maridajes más típicos del siglo XX de la izquierda con discursos por así decirlo, "epecializados", que no se interesan por una visión de conjunto, sistémica, del orden social, sino que inciden en un aspecto concreto de éste y se concentran en buscarle una alternativa. Es el caso del nacionalismo, el feminismo, el ecologismo y el pacifismo. Las relaciones de la izquierda con ellos ha sido muy diferenciadas.
En el caso del nacionalismo, hay autores que sostienen que el maridaje es imposible y que la izquierda no puede ser nacionalista ya que su espíritu es internacionalista o cosmopolita. Sin embargo es un hecho que hay organizaciones y movimientos que dicen ser nacionalistas y de izquierda. Personalmente no lo encuentro difícil de entender: son organizaciones que han resuelto la citada pérdida del referente de la izquierda (la conciencia de que no hay orden social radicalmente distinto al capitalista y más justo) por la construcción de un orden social inventado al que llaman "nación". Que este orden social, en el fondo, tiene poco (nada, incluso) que ver con la izquierda se observa en el hecho de que, realizada la nación ésta abarca a todos sus "hijos", con independencia de que sean de izquierda o de derecha. En el fondo, el nacionalismo dice que no es una ideología porque en su seno las ideologías carecen de sentido. Y no le falta razón. Si nacionalismo es poner los intereses de ese supuesto ente nacional por encima de nuestro juicio moral como individuos, efectivamente izquierda y derecha son determinaciones irrelevantes.
Tampoco la integración del feminismo y la izquierda está libre de problemas. En un principio del movimiento feminista, se afirmó la idea de que éste sólo era compatible con la izquierda. Pero luego vino a decirse que el feminismo abordaba cuestiones que eran transversales en lo social e ideológico. Creo, no obstante, que hay un fuerte anclaje "izquierdista" en el feminismo en la medida en que éste es la búsqueda del remedio a una situación de injusticia que viene de tiempos inmemoriales y sigue haciendo estragos hoy y siempre que se menciona la injusticia la izquierda se siente concernida porque, según su autoconciencia, ella misma es lucha contra la injusticia. Lo que sucede con el feminismo es que parte de la injusticia contra la que hay que luchar está producida por la izquierda misma. No tendría, no debería ser así; pero es. Con todo la simbiosis izquierda/feminismo me parece más viable (o más aceptable) que la de nacionalismo e izquierda.
Ecologismo e izquierda ha sido también relato de mutuo reconocimiento y conflicto creciente hasta el día de hoy. El ecologismo y su primo hermano el conservacionismo, tuvo originariamente que ver con la izquierda, pero la separación fue muy rápida, mucho más que en el caso del feminismo y, desde luego del nacionalismo. Frente al feminismo los ecologistas muestran su propia acción política, cosa que no han conseguido hacer las mujeres que en ninguna parte han puesto en marcha partidos o movimiento feministas políticamente eficaces. En relación con el nacionalismo, el ecologismo se diferencia en el hecho de que su acción política es propia e independiente.
Por último el pacifismo, el último recurso de una izquierda que se iba haciendo teóricamente liviana a lo largo del siglo XX era declararse contraria a la guerra y partidaria de la paz, pero sólo en un terreno retórico. Llegado el momento de la verdad (una vez que la guerra, que es el hecho humano por excelencia porque es el hecho típico del ser creado, la destrucción), la izquierda acepta la guerra y no solamente la acepta sino que la pretexta y hasta la glorifica y se vale de ella para el logro de sus fines. ¿Quién es más pacifista o más agresivo, el ministro español de defensa mandando tropas al Afganistán o el etarra del coche bomba?
No obstante los discursos parciales son eso, parciales, y a la izquierda le agrada verse como el gran relato de la totalidad del orden social. No es extraño escuchar a los dirigentes socialistas españoles decir que existe un estilo "socialista" de hacer las cosas y, por lo tanto, de ser. Pero nadie sabe en qué consiste. Ser "socialista" no significa postular un orden social radicalmente distinto del existente sino, si acaso, el existente pero más justo. Aunque parezca mentira, cuando alguien dice que es "anarquista" está siendo mucho más concreto y experimental que cuando dice que es "socialista".
Son los socialistas, los laboristas, los socialdemócratas los que con la Democracia Cristiana han hecho Europa en los últimos cincuenta años pero ese maridaje de conveniencia parece a punto de acabar. La democracia cristiana se dirige al neoliberalismo, aunque santurreando a cuenta de la doctrina social de la Iglesia y el socialismo, habiendo aceptado hace muchos años los principios de acción del mercado, en el fondo, también se orienta en esta dirección.
Quedan las llamadas izquierdas a la izquierda del PSOE. Pero son minorías exiguas. Nuestros sistemas políticos son democracias y en democracia las decisiones de adoptan por mayoría y estas corrientes políticas ni en sueños quieren prescindir de ellas. Es posible, no obstante, aunque nada fácil ,que una corriente anticapitalista destrone a la hegemonía socialista. Si tal cosa sucede, ya se verá la forma de dar cuenta de ello.
Entre tanto, ¿estamos preparados para vivir en sociedades de las que ha desaparecido la vieja dicotomía izquierda-derecha? No lo sé. Por cierto, ¿existe el debate postizquierdista?
(La imagen es una foto de daniele esposito, bajo licencia de Creative Commons).