dijous, 16 d’abril del 2009

Con razón o sin ella.

Es mi tercer intento fallido de ir a ver la exposición de pintura veneciana del settecento que se exhibe en el Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. La primera vez fallé porque fui el lunes, olvidando que casi todos los museos cierran los lunes. Mea culpa. La segunda porque al ir a mediodía, a las 14:15, que es la única hora en que puedo visitar exposiciones, resultó que ésta en concreto ya había cerrado para el almuerzo. Ayer, que fui a las 15:30 resultó que los responsables aún no habían vuelto de su almuerzo que, al parecer, se prolonga desde las 14:00 a las 17:00. Así, ¿cómo vamos a ser europeos? ¡Tres horas para papear! Tendré que ir un día de fiesta porque no me quedo sin verla aunque he de confesar que estos pintores venecianos, Canaletto o su sobrino Bellotto me van poco porque me parecen pintores de postales. Pero tienen su encanto.

El caso es que, por no dar el viaje por perdido, aproveché mi hora libre para visitar la exposición permanente de este notabilísimo museo, sito en el corazón de Madrid, a cien metros de la Puerta del Sol, en precioso edificio del siglo XVIII, en la calle de Alcalá y habitualmente vacío, incluso los días en que es gratis. Tiene una de las mejores colecciones de pintura española del XVI al XIX, así como escultura y buen fondo de medallas, porcelanas, etc. Pero, vamos, lo que me parece interesante es la pintura, cuyo plato fuerte son varios Goyas muy famosos: un retrato de Godoy, otro conocidísimo de María Dolores Fernández, La Tirana, cuya biografía escribió mi bisabuelo, otro ecuestre de Fernando VI, así como algunos muy famosos de la serie negra; tiene también notabilísimos Zurbaranes, Murillos, algún Greco, Carreño de Miranda, Madrazos, Juan de Juanes, etc, así como verdaderas curiosidades que siempre es un placer encontrar, como una primavera de Arcimboldo y, lo que poca gente sabe: el original de la muy original estatua del Ángel Caído cuya copia en bronce engalana la salida del paseo de coches del Retiro madrileño.

El caso es que la Academia alberga también el Museo de Calcografía Nacional y que en éste se encuentran expuestas las planchas originales en las que Goya compuso los desastres de la guerra, placas de cobre grabadas al aguafuerte. Se ven con dificultad porque la luz es tenue, para no dañar las planchas y porque el metal es oscuro. Pero lo que no se ve se recuerda y, además, claro, se recuerda con la imagen invertida. En todo caso, ¡qué imágenes las que nos ha dejado Goya! ¡Qué barbaridad! Hay recordar que, según deja constancia él mismo en sus leyendas, vio personalmente muchos de aquellos desastres por llamarlos de algún modo.

He seleccionado dos que me parecen especiales, aunque tendría que poner la serie entera, que no tiene desperdicio. El del comienzo, Con razón o sin ella resume en frase lapidaria la barbarie de toda acción colectiva agresiva, las de los ejércitos, las naciones, los grupos, los partidos, las pandillas. "Con razón o sin ella" deben defender los legionarios al camarada que se halle en apuros según rezan sus compromisos, redactados por Millán Astray que mi amigo Javier gusta repetir. Lo mismo en inglés, My country right or wrong. Con razón o sin ella. La acción política fanática, la nacionalista, por ejemplo, pero no la única, debe prescindir de todo juicio moral y/o racional ya que impone el deber de acción al miembro del grupo con indeferencia de su opinión personal. ¿Hay algo más inhumano? ¿Algo más bestia que actuar sin preguntarse si lo que se hace es justo o no? Pues ese es el fondo de todo patriotismo.

El otro grabado, también muy duro, Estragos de la guerra es estremecedor: hombres asesinados, mujeres violadas y también asesinadas. Recuerdan los grabados de Castelao durante la guerra civil o los de Eduardo Vicente, en la misma época. E igualmente son de indudable actualidad: son escenas que hemos visto en la antigua Yugoslavia y que, cambiando el color de la piel, vemos hoy en varios puntos del África. El genial clasicismo de Goya se debe a que los temas que trata son eternos. Y esto es algo notable: las brutalidades de la guerra no se ceban solamente en los hombres, sino que tienen un sesgo especial para las mujeres a través de la violación. La violación es un arma de guerra y es un arma de guerra transversal a la divisoria que se ventile en la contienda. No es infrecuente que los dos bandos violen igual que los dos degüellan y torturan porque la violación es una humillación infligida a la mujer y, a través de ella, también al hombre que es así doblemente vencido. De ahí que, al día de hoy, las violaciones en masa de las mujeres de enemigo suelan ser políticas deliberadas de guerra. Demuestra que hay cosas que son muy viejas. Otra de ellas: el concepto de guerra total como aquella en la que las acciones bélicas toman como objetivo a la población civil. Pues eso es lo que fueron las atrocidades de los franceses en la Guerra de la Independencia. Y hasta hoy. Me quedé si ver la pintura veneciana del settecento, pero vi lgo más impresionante.