Cogieron los sesenta y dos cadáveres de unas personas que posiblemente murieron por la incuria y la negligencia si no algo peor de las autoridades de que dependían para la seguridad de su vuelo y las metieron de cualquier forma en sesenta y dos ataúdes. Treinta de los cadáveres iban sin identificar. Pero el señor ministro de Defensa, el señor presidente del Gobierno, el señor rey del Reino no podían esperar. Habían organizado un solemne funeral de Estado en el que pensaban lucirse y convocado a los familiares, los deudos, amigos, la prensa. No iban a permitir que tan importante ceremonia se desluciera por una futesa de una identificación más o menos. Así que entregaron los féretros cerrados a los familiares y les ordenaron no abrirlos, no fuera a descubrirse el macabro pastel que aquellos granujas habían cocinado.
El funeral resultó de cine. Discursos emocionados, palabras sonoras y grandiosas, consuelo y solidaridad, dolor compartido, la Patria invocada, el valor de los muertos no hace falta decirlo, chorreo de medallas, toques fúnebres, emoción contenida, camaradería de la milicia, heroísmo, sacrificio. Todo de pacotilla, todo de mentira, todo una macabra burla que varios (¿cuántos?) de los allí compungidamente presentes sabían de sobra. El ministro, el presidente y el Rey quedaron como pinceles y pasaron a más importantes asuntos a que sus altas responsabilidades los llamaban.
Pero las familias no se resignaron y hace casi seis años iniciaron diversas acciones primero para saber de cierto la horrible verdad: que a treinta de ellas les habían entregado féretros con cuerpos de otros y, aun más siniestro, a algunas con trozos de varios cuerpos. Luego para exigir las correspondientes responsabilidades. Porque esta es la hora en que en esta canallada sin nombre nadie todavía ha admitido la menor responsabilidad penal ni política. Se enfrentaron entonces las familias a una actitud oficial de engaño, desprecio, ocultación o llano desplante. Nadie les dijo la verdad. Todos intentaron siempre encubrir el desaguisado. El señor ministro de defensa, Federico Trillo Figueroa, quien finalmente pidió disculpas a los familiares con la boca chica, no solamente tuvo gestos que no habría tenido un matón de taberna, como arrojar un euro a una periodista que le preguntó por el caso, sino que como hemos sabido ahora intentó anular el caso Yak moviendo todos los resortes del Estado que pudo, es decir, intentó, presuntamente, obstruir la acción de la justicia.
No sirvió de nada. Con una tenacidad ejemplar las familias se impusieron a la falta de colaboración y las actividades de desvío de las administraciones públicas y a una actitud reticente cuando no francamente hostil de unos tribunales de justicia que, en principio, hubieran debido ampararlas. La última muestra de esto se tiene en el hecho de que el juez que juzga el caso, señor Gómez Bermúdez, se había negado a escuchar las declaraciones de unos testigos turcos que han resultado decisivas para esclarecer responsabilidades y han sido las familias quienes han tenido que costear el desplazamiento de dichos testigos, los dos forenses turcos que han probado que los militares imputados en la causa probablemente han estado mintiendo para salvar sus pellejos. Ahora está claro y claro ante un reticente tribunal de justicia, ante el que, al parecer, los imputados han mentido cuanto han podido y han trasladado las presuntas mentiras del señor Ministro, que la historia es la narrada más arriba: los cadáveres llegaron a España sin identificar a sabiendas de los altos mandos militares que los repatriaron y que por tanto mintieron a las familias y, con las familias, al país entero, afirmando que estaban todos identificados. El funeral fue una farsa y una burla. Los militares, probablemente, serán condenados por los delitos que el fiscal les imputa. Hasta la fecha, el señor Trillo también ha sabido salvarse cucamente del proceso penal pero ya es inverosímil que él no supiera nada de este atropello y más que, en buena lógica, tendría asimismo que responder en un procedimiento penal. Igual que el señor Aznar de quien tampoco es razonable pensar que no supiera nada, aunque no me extrañe que ambos intenten salvarse dejando a sus subordinados en la estacada. Es su estilo.
Y eso en cuanto a lo penal. En cuanto a lo político es pasmoso que el citado señor Trillo tenga el rostro de seguir siendo diputado de la nación española de la que supuestamente se mofó con el asunto del Yak. Como pasmoso es que sus compañeros de partido lo amparen y que la portavoz parlamentaria de éste pueda decir que basta con aquella lejana (y sin duda falsa) petición de disculpas del señor Trillo por lo que, también pasmosamente, el señor Rajoy llamaba un error. De error nada, un presunto delito. Pero lo verdaderamente pasmoso es que los demás diputados de los otros grupos parlamentarios todavía no hayan declarado al señor Trillo persona non grata.
En fin, una historia española, una historia de españoles, gentes acostumbradas de siglos a que los poderosos los vilipendien y los maltraten. Pero esta vez, aunque sólo fuera por estar a la altura de estas dignísimas familias, los señores diputados de la izquierda podrían sacudirse su miedo servil, mostrar algo de coraje y tomar las medidas que el abominable proceder del señor Trillo merece.
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