dijous, 11 de setembre del 2008

Pequeñeces.

Y no las del Padre Coloma. El premio Alfaguara de este año (Antonio Orlando Rodríguez, Chiquita, Alfaguara, Madrid, 2008, 518 págs) es una de esas novelas de un único personaje, siendo los demás meras comparsas. Tampoco tiene un argumento o trama dignos de tal nombre ya que esa tarea queda confiada al discurrir de los acontecimientos histórico-biográficos que se narran. Está bien escrita, con agilidad y soltura, sin grandes alharacas estilisticas ni abundancia de recursos lingüísticos; antes al contrario, en un estilo coloquial directo, resultado del supuesto literario de base sobre el que está construida. El anciano cubano Cándido Olazábal, a punto de recluirse en el asilo Santovenia, narra al autor, el también cubano Orlando Rodríguez, la vida pintoresca de la no menos cubana Espiridiona Cenda (Chiquita), una liliputiense de sesenta centímetros de altura que triunfó en los escenarios estadounidenses a fines del siglo XIX y primeros del XX. Durante los años de la depresión Olazábal estuvo empleado como mecanógrafo de Chiquita en la casa en que ésta se había recluido con el fin de redactar sus memorias, ya retirada de los escenarios. Ese supuesto texto tiene lagunas, producto del paso de un ciclón por la isla de Cuba, que el viejo Olazábal suple de viva voz en unos capítulos que lógicamente están llenos de cubanismos que prestan al conjunto de la obra, ya de por sí muy rápida, mayor celeridad narrativa.

Se ha dicho: el corazón de la novela es la reconstrucción ingeniosa de un personaje histórico que el autor ha rastreado concienzudamente y sobre el cual luego ha vertido torrentes de una imaginación desbocada de forma que viene a ser imposible averiguar qué sea histórico y qué no, cosa que tampoco importa mucho. Por ejemplo y para hacernos una idea: en la descripción que hace del París de la Expo universal en 1900 se refiere a las relaciones de Chiquita con el aristócrata y poeta conde Robert de Montesquieu y su secretario y amante, el hermoso joven peruano Gabriel de Yturri, acerca de cuyos (de ambos) medios de subsistencia reinaba gran confusión hasta que nuestro autor, por medio de Chiquita, descubre que estos consisten en que De Montesquieu posee una gallina que pone huevos de oro y no una gallina metafórica sino una real de carne y plumas, con sus huevos de oro macizo. No sé si Marcel Proust quien tuvo mucho trato con Yturri y moldeó su magnífico Baron de Charlus sobre el Conde de Montesquieu hubiera visto con buenos ojos que se haga depender a un personaje tan logrado como Charlus de los huevos de un gallina por muy de oro que fueran.

La novela tiene una parte de recreación histórica de la Cuba colonial en los tiempos de las guerras de independencia, primera y segunda, de los mambises y el gobierno del general Valeriano Weyler, el de las "reconcentraciones" de campesinos, una sociedad muy bien descrita en la que conviven los esclavos negros con los criollos blancos y en cuyo seno, en el de un familia acomodada de Matanzas, nace Espiridiona Cenda.

Junto a esta parte de descripción histórica hay otra puramente fantasiosa y bastante traída por los pelos (al estilo de los desdichados huevos de oro) que emerge ocasionalmente a lo largo de la narración en torno a la existencia de una organización secreta de liliputienses llamada la Orden de los Pequeños Artífices de la Nueva Arcadia a la que pertenece Chiquita incluso en contra de su voluntad y, conexa con ella, una truculenta historia de asesinatos y otras maldades que también van y vienen por el libro con más pena que gloria y que, por fortuna, a pesar de su pedantería, no consiguen apagar la frescura de la verdadera narración. Sólo una referencia a esta absurda historia dentro de la historas: Chiquita porta al cuello una especie de amuleto cuya funcionalidad no queda clara en toda la obra, en el que hay una inscripción en una "idioma secreto de los diminutos" que, sobre carecer de interés porque nada más se dice de él sospecho que esté mal en el enunciado en que aparece en alemán como Geheimnissprache der kleinen Leute que probablemente debiera ser Geheimssprache der kleinen Leute.

Entre estos dos bloques, el de la reconstrucción histórica y el de la fabulación disparatada y sin interés, hay unos relatos en los que aparecen inteligentemente mezclados hechos históricos con fantasias del autor y que son los que dan su atractivo y la verdadera categoría a la novela. Es esencial que Orlando sitúe a Chiquita en contacto con los principales contecimientos históricos de aquellos años y con los personajes que fueron su nervio porque eso presta altura y originalidad al relato: la tortuosa independencia de Cuba, cuando vemos a Chiquita hablando con quien será el primer Presidente de la isla, Tomás Estrada Palma, así como los acontecimientos posteriores. Encuentro magnífico el relato sobre cómo se toman la enmienda Platt los distintos círculos sociales que se entrelazan en la novela. En este contexto se enmarca la única referencia directa que he detectado al régimen actual en La Habana y que no me resisto a reproducir íntegro. Está hablando Cándido de Olazábal en referencia a otro gran acontecimiento histórico (la Expo de París) en el que estuvo presente Chiquita al extremo de que el escultor Moreau-Vauthier modeló sobre su figura (a la escala ordinaria, claro es) la de la diosa que personificaría la exposición) y dice:"Cuba, que ganó un montón de medallas de oro, plata y bronce en París en 1900.¿Quién iba a pensar que 90 años después todo ese empuje se perdería y que retrocederíamos hasta la prehistoria?"(p. 381).

Chiquita presenciará o será agente decisivo en todos los demás acontecimientos importantes de la época, desde el asesinato deMcKinley, quien invitó a la cubanita a cenar en la Casa Blanca, hasta el terremoto de San Francisco en 1905. A veces Orlando se pasa un poco y, en su interés por incluir todo el devenir del mundo en la biografía de la liliputiense, menciona episodios colaterales que ha ido espigando aquí y allí y que no quiere desperdiciar, por ejemplo, una referencia sin mayor consecuencia a la hazaña de Annie Edson Taylor por aquellos años en que esta joven maestra, para llamar la atención, se dejó caer por las cataratas del Niagara en una cuba de madera que se llamó La reina de la niebla y no tiene especial conexión con la historia de Espiridiona.

La novela presenta asimismo una curiosa galería de contemporáneos mejor o peor tratados: las anarquistas Lucy Parsons y Emma Goldman, la Bella Otero y su archienemiga Liane de Pougy,Toulouse-Lautrec y sus amores con la Goulue, el citado Conde de Montesquieu, la gran Sarah Bernhardt, los españoles Emilia Pardo Bazón y Tomás Bretón y hasta el indio apache Gerónimo.

El autor describe con elegancia y primor el mundo de los fenómenos de feria, de los liliputienses ganándose la vida en los teatros de vaudeville de los Estados Unidos e incluye en él la genial peli de Ted Browning, en la que Chiquita tenía asignado un papel que luego se evapora.

La última parte de la obra es una especie de juego o eco de Sunset Boulevard y termina en una sucesión de finales como anexos que no consiguen eliminar la sensación de que la obra hubiera merecido una más rotunda terminación.