El premio nacional de ensayo de 2007 recayó sobre José María González García por un interesante y voluminoso trabajo sobre la diosa Fortuna (La diosa Fortuna. Metamorfosis de una metáfora política, Antonio Machado Libros, Madrid, 2006, 493 págs.) desde un punto de vista predominantemente iconográfico, enfoque por el que siento especial interés y al que llevo dedicado algún tiempo.
El libro en cuestión está dividido en dos partes. La primera versa sobre la tradición clásica y moderna (especialmente renacentista y barroca) del mito, fábula, leyenda, creencia de la diosa Fortuna y la segunda trae este objeto a la época contemporánea. Se trata de un empeño ambicioso del que el autor sale bien parado gracias a su erudición, capacidad de síntesis y estilo ágil y ameno. En el lado crítico debe señalarse cierto descuido en la composición que hace que a veces haya repeticiones y algunas incongruencias y faltas de organización que no tienen mayor importancia, pero deslucen el conjunto.
La primera parte hace un cumplido repaso de la tradición iconográfica vinculada a la diosa Fortuna. Por supuesto, es la parte del texto en la que hay mayor cantidad de ilustraciones, generalmente grabados aunque también se encuentran ocho reproducciones en cuatricromía, unas más conocidas, como la Danza de la música del tiempo, de Poussin o la Fortuna, de P. P. Rubens, y otras menos pero muy interesantes como una ilustración del manuscrito de los Carmina Burana u otra de la Consolación de la Filosofía, de Boecio. Las consideraciones del autor sobre el carácter proteico del mito de Fortuna con sus derivaciones marítimas, comerciales y su proximidad a Venus, por cuanto diosa surgida del mar, son muy oportunas.
También en la primera parte hace el autor un buen análisis de la Fortuna en la tradición literaria, iniciando las referencias en la célebre sátira del humanista Sebastian Brant, El barco de los locos (1494) en cuyo trayecto hacia Narragonia resulta tan importante la voluble Fortuna, ampliando luego su examen, si bien de forma muy sucinta, a Dante, Petrarca y Bocaccio. Se detiene algo más, aunque no mucho, lo suficiente para transmitir la idea de que la preocupación por la Fortuna ha sido una constante en la literatura española de la baja Edad Media y Moderna en Juan de Mena, Manrique, Cervantes, Vélez de Guevara (El diablo cojuelo), Calderón, Lope, Quevedo y el Conde de Villamediana para concentrarse luego en un magnífico análisis de la obra de Gracián, tanto el Oráculo Manual como El criticón. Siguiendo a Maravall, hace el autor hincapié en la consideración barroca del individuo como mónada social y sintetiza magistralmente el espíritu gracianesco al señalar: Autonomía, pues, del individuo en la persecución de sus propios intereses en un mundo social conflictivo en el que reina una lucha sin cuartel de todos contra todos y en la que se reactualiza el viejo dictum latino según el cual "el hombre es un lobo para el hombre". (p. 205) Y cuando dice hombre quiere decir varón, que no deja González García de subrayar la furibunda misoginia del jesuita Gracián (p. 206).
Tras la iconografía y la literatura hay un capítulo dedicado a la Fortuna en la tradición filosófica que descansa fundamentalmente en la consideración de las obras de Séneca y Boecio. De este último subraya con acierto el autor el discurso de la Filosofía explicando a Boecio "el tema del doble rostro o de la doble figura de la Fortuna" y que lo considere propio de Boecio (pág. 230), como también propia del que se ha conocido como el "último filósofo romano" es la metáfora de la rueda para representar a la Fortuna y que, según González García, llegó "a convertirse en la imagen más típica de la Fortuna durante toda la Edad Media." (pág. 233). Y no solamente de la Edad Media, como puede apreciarse en el cuadro más arriba a la derecha, obra del prerrafaelista Sir Edward Burne-Jones, titulado La rueda de la Fortuna, de 1875-1883, que se exhibe en el Musée d'Orsay, en París. En este apartado encontramos una consideración sobre la famosa Tabla de Cebes (a la izquierda), un escrito anónimo moralizante atribuido a un discípulo de Sócrates y que tuvo mucho predicamento entre los siglos XVI y XVIII y en el que mediante un curioso ardid narrativo se muestra el camino de la sabiduría frente a las asechanzas de la Fortuna y la Opinión. La referencia filosófica se cierra dando cuenta de la idea del Theatrum Mundi tan propia de la Edad Moderna y muy extendida en Europa, esto es, el mundo como un teatro en el que la Fortuna reparte los papeles y con atinadas referencias a Maquiavelo, cuya trinidad Fortuna, Virtú y Necesità no podía faltar aquí (pág. 274) así como el antimaquiavelo en la persona de Saavedra Fajardo.
La segunda parte del premio nacional de ensayo nos trae a nuestro tiempo. Arranca el autor de la consideración del grabado de Durero La gran Fortuna (a la derecha) que no en balde suele subtitularse como "Fortuna o Némesis", y con una reflexión sobre las relaciones entre la Fortuna y la Justicia (págs. 348/349) en las que ve una clave interpretativa posible de la reflexión ética y filosófica contemporánea y que encuentro la parte más sugestiva de la obra. Partiendo del momento en que se establecen las organizaciones de lotería en Europa (España, Francia) (pág. 355), dedica un apartado a la obra de Jon Elster, el filósofo noruego que, desde una perspectiva de teoría de la decisión racional, justifica como tal (esto es, como racional) el recurso al sorteo como medio de decisión colectiva (págs. 357-374) , así como otro -inevitable cuando se habla de reflexión ética contemporánea- a la concepción igualitaria de la justicia en Rawls (pág. 386).
Pero la parte más actual y comprometida de la obra es la que versa sobre la la teoría de la sociedad del riesgo y los campos de concentración. Hace una brillante exposición de la obra de Ulrich Beck, padre de la teoría de la sociedad del riesgo por cuanto viene a considerar, junto al mainstream de la Sociología actual, que esta doctrina no es otra cosa que la vertiente contemporánea, postweberiana, secularizada, del mito de la diosa Fortuna. Creo detectar en esta exposición del pensamiento de Beck cierta reticencia que, de ser así, comparto por entero por cuanto ideas como la "invención de lo político" (págs. 402-405) o la democracia "ecológica" y "global" (págs. 406/407) le parecen algo pretenciosas o utópicas; como a mí.
Se concentra aquí mi única discrepancia de fondo con el autor cuando, al presentar su tratamiento de las teorías del riesgo y la reflexividad hace una enumeración de los males que aquejan a nuestra época , nuestro "mundo cada vez más global amenazado por los peligros de la loca carrera de armamentos, el desarrollo incontrolado de la técnica, la energía atómica y el armamento nuclear, la contaminación de la atmósfera de nuestras ciudades..." (pág. 391) y sigue así, señalando otros males que, en el fondo, son reiteraciones del desarrollo incontrolado de la técnica. Pero, un momento: ¿es que alguien puede imaginar un desarrollo "controlado" de la técnica? ¿Qué quiere decir eso?
El último capítulo del libro, el de los campos de concentración, me parece especialmente impresionante. La idea es contundente: el universo concentracionario es la forma inhumana en que la Humanidad ha vivido la tiranía de la diosa Fortuna. Su comienzo arranca de nuevo de otro magnífico grabado de Durero, El caballero, el diablo y la muerte (a la izquierda) que le da pie para trazar un hilo conductor de Nietzsche a Max Weber y de éste a Thomas Mann (El caballero entre la muerte y el diablo) al considerar cómo el caballero dureriano se ve abocado a un pacto con Satán, haciendo realidad la tradición medieval de Fausto (pág. 442).
González García aborda el universo concentracionario de la mano de Giorgio Agamben (Homo sacer. El poder soberano y la nuda vida) cuya concepción analiza con bastante tino. Pero el último grito de desesperación procede de tres testigos de los campos de concentración (allí donde sobrevivir era cuestión de "suerte", de fortuna; donde se podía morir "por un sí o un no"; donde conservar la dignidad humana dependia del azar y la casualidad), el húngaro Imre Kértesz, el español Jorge Semprún y el italiano Primo Levi, a los que con toda justicia cede la palabra.
Y cuando estos hablan, los demás debemos callar y escuchar.