dimarts, 25 de març del 2008

Empacho de nacionalismo.

Cualquiera que escuche hablar al señor Rajoy, que no sé cuánta gente lo hará, le oirá decir que España es una gran y antigua nación; hasta es posible que diga la más antigua. La implicación es que en el territorio que ésta ocupa no cabe ninguna otra. Aquí ha venido a dar la famosa "nación plural" de su mentor, el señor Aznar; a nada. Cosa que ya se sabía pero es bueno que quede clara y patentemente expuesto por si alguien se había dejado engañar a través de la demagogia del ex-presidente del gobierno, "Nación plural" significa exactamente eso: nada. Una sola nación y tente tieso. El nacionalismo de la derecha española es excluyente, como todos los nacionalismos, y atosigante, también como todos los nacionalismos.

En España sólo hay una nación y el que ponga en duda el dogma no es propiamente español. La derecha se pasó parte de la legislatura anterior reprochando al señor Rodríguez Zapatero que, en un momento de lucidez del que probablemente se habrá arrepentido ya hasta las lágrimas, dijera que el concepto de nación es "discutido" y "discutible". Desde la perspectiva de la derecha (y, en el fondo, también del señor Rodríguez Zapatero) el concepto de nación sólo es discutible si no es el mío. Si lo es, no es discutible; es indiscutible. Todavía más, no es difícil pensar que quien discuta mi nación es reo de lesa patria, o sea, reo de traición. En buena parte del discurso de la derecha española en la pasada legislatura estaba implícita esta acusación de traición, preparada para lanzarla a la cabeza del PSOE en el caso de que éste cayera en la tentación de negociar algo con el nacionalismo vasco.

A su vez, desde el punto de vista de los nacionalismos impropiamente llamados "periféricos", la situación es exactamente la contraria de la que propugna el nacionalismo español, tanto de la derecha como de la izquierda, lo que lleva a un escenario de enfrentamiento que apenas se puede ya salvar.

Para el nacionalismo catalán, y así lo dijo en cierta ocasión el señor Pujol, la nación española no es plural ni singular sino que simplemente no es. Hay una nación catalana, pero no hay una nación española, sino un Estado español; un Estado español que abarca para bien o para mal, las naciones catalana, vasca, gallega, castellana y quizá alguna otra, aunque el señor Pujol ni los propios hipotéticos interesados lo tengan claro en modo alguno. En este galimatías en que una nación, la castellana, se ha apoderado del Estado de todas, las demás carecen de Estado y mientras lo adquieren (al menos la catalana que es la que importa al nacionalismo catalán) de lo que se trata es de administrar el Estado en pro de Cataluña.

En el caso del nacionalismo vasco la cosa aparece más clara y quizá por ello más intratable. El señor Ibarretxe tiene una idea fija (coincidente en esto en lo esencial con los demás nacionalistas vascos) lo cual es bastante molesto, incluso para los suyos y no ayuda a resolver los problemas porque si tuviera una idea pero fuera móvil o si, siendo fijas, tuviera varias ideas, la cosa podría resolverse, cabría hablar, negociar, llegar a algún acuerdo. Pero no, el señor Ibarretxe tiene una sola idea y es fija: mi proposición, la tomas como la formulo o se rompe el juego. A ese punto de vista llama el señor Ibarretxe negociar sin "vetos". Por eso vamos a un escenario de confrontación en España que por habitual resulta bastante aburrido.

Por último, el nacionalismo gallego no tiene gran importancia porque carece de ella en su propio territorio. El grueso del nacionalismo (no todo él) es un asunto de la derecha pero la derecha gallega es nacionalista española y deja lo del amor al terruño a la izquierda galleguista que hace lo que puede, pobriña, que no es mucho. Es en las otras "nacionalidades históricas" esto es, la catalana, la vasca y la (válgame Dios) castellana, en donde se da una situación pintoresca. Inficionada de nacionalismo (pues éste es una patología a la par que una ideología) la derecha rompe el sacrosanto principio de la unidad y se presenta a las elecciones formando partidos distintos. Esta situación distorsiona el panorama político general porque si no hubiera esta cuestión nacional, parte del voto que va a la derecha "castellana" iría a la izquierda.

Un lío del que no hay salida y no la hay porque el nacionalismo es uno de esos conceptos que Ulrich Beck muy atinadamente llama"conceptos zombie" pues no está vivo ni muerto. No está vivo porque no significa nada en el mundo globalizado y en la Europa de la integración. En la mayoría de los casos, el nacionalista es alguien que se aferra a su ideología para desviar la atención de otras cuestiones, como un complejo de inferioridad, un sentido de frustración, un deseo de prosperar personalmente, etc. Al mismo tiempo no está muerto porque sigue sirviendo para que la gente se entremate.

El empacho de nacionalismo en España acusa claramente la situación: la mayor parte de la política gira en torno al nacionalismo que es como dar vueltas en el vacío porque no lleva a parte alguna. Los nacionalistas "periféricos" no pueden alcanzar la independencia básicamente porque ni siquiera tienen el peso suficiente en sus popios territorios (como acaba de probarse en las recientes elecciones del nueve de marzo), pero no dejan de pedirla ni permiten que se gobierne sin tenerlos en cuenta ya que ese es su negocio. Los nacionalistas españoles no pueden conseguir la desaparición de los nacionalistas no españoles, pero no están dispuestos a que se llegue a ningún acuerdo con ellos porque ése es el suyo y en el que confían para conseguir un apoyo electoral que de otro modo no tendrían.

Ambos tipos de nacionalismos, los "periféricos" y el español, en consecuencia, explotan esta situación en su beneficio particular, lo cual es muy típico de cualquier nacionalismo expresado como"patriotismo" que, como bien se sabe, es el último refugio de los canallas. Y al hacerlo así la solución es imposible. Los socialistas trataron de resolverla en la legislatura anterior relativizando las cosas, tratando de acomodar a todo el mundo y a poco se dejan el pellejo en el intento. Crudamente criticados como derechistas y aliados del capital por una supuesta izquierda; como radicales y revolucionarios por la derecha; como centralistas por los independentistas; y como separatistas por los centralistas, fue necesario que llegaran las elecciones para que demostraran que representan a la mayoría en España. Qué rumbo tome ahora el único partido que en verdad vertebra al Estado y gobierna o puede gobernar en todas las comunidades autónomas está por ver. Y es mucho ver ese, dado que el nacionalismo ciega a (casi) todos los demás.

(La imagen es una foto de Howard Riches bajo licencia de Creative Commons).