Caixaforum tiene siempre dos o tres exposiciones en marcha en ese curioso edificio del Paseo del Prado de Madrid. Una más, en realidad, porque el propio edificio es casi una exposición en sí mismo. Piedra por fuera en airoso equilibrio con un jardín vertical que debe de ser de lo más fotografiado por los turistas en la capital. Por dentro, metal, como una construcción futurista, al estilo de Metrópoli. Coronado todo con una cafetería de diseño absoluto, desde las ventanas al mobiliario, pasando por unas curiosas lámparas que parecen sacadas de alguna película de fantasía.
Multiplicar las exposiciones es una decisión muy favorable a los visitantes que pueden elegir o ver varias. Ayer, después de la de 120 años de cine y pintura, bajamos a la de la Grecia clásica, temática sobre el espíritu de competición en la Hélade. Está hecha en el marco de colaboración con el Museo Británico y tiene algunas piezas de la fabulosa colección de este, entre ellas, un trozo del friso del Musoleo de Halicarnaso, una de las siete maravillas del mundo. Cráteras, cerámicas piezas que ilustran la vida agonística en todos sus aspectos: la guerra, los juegos de mayores, los de niños, las competiciones teatrales. Es refrescante y didáctica. Los niños visualizan manifestaciones artísticas de la mitología que aprenden en el colegio No tiene precio un rosetón que muestra los doce trabajos de Hércules.
Además, hay un espacio recreativo para que los niños se hagan fotos como sombras chinescas pero pertrechados de los cascos, petos, corazas de los guerreros de entonces. La idea es que reproduzcan el combate entre Héctor y Aquiles, a quien consideran los comisarios de la expo de pareja condición con Hércules, basándose en que los dos sin hijos de un inmortal; Hércules, de Zeus y Aquiles de Tetis. Pero luego no hay ni color. Hércules es un héroe humano; Aquiles, no.
Los mayores también disfrutamos por otros lados. Se exhiben instrumentos de juegos de los niños griegos. Entre ellos, unas tabas, con las que se siguió jugando, al menos hasta mi infancia, cuando acostumbraba a perder mis cromos con aquel maldito hueso. La taba era un juego con reglas y nombres. Las cuatro posiciones en que podía caer el astrágalo eran tripa, pozo, rey y verdugo. Las reglas eran estrictas.
Hay también un busto de Eurípides, uno de los que más competía por el favor del público en las competiciones teatrales, a las que los ciudadanos acudían a miles en una época poco favorable a los desplazamientos. Y algunas copias romanas de estatuas helenísticas. Y resulta curioso ver la idea que los griegos tenían de sí mismos en las pinturas de las vasijas o las ánforas.
Lo del Mausoleo tiene su intríngulis. Viene decir que los seres humanos son competitivos hasta más allá de la muerte y rivalizan por dejar memoria si no por su dichos o hechos, por sus obras, como las pirámides. Y esta competitividad refleja un mundo enteramente masculino, viril. De las mujeres ni se habla. El friso del mausoleo es también famoso por su contenido: la única muestra de mujeres guerreras: amazonas. Parece que las espartanas tenían educación militar, pero no consta que participaran en los combates.
La lucha, la competitividad, la agonía es común a hombres y mujeres, y legítimo. Pero ha costado más de dos mil años empezar (solo empezar) a reconocerlo.