Hace un mes y algo, el famoso cosmotaxidermista y entomófago Johann Deckenbrunner llegó a Madrid y, haciéndose pasar por el no menos famoso fotógrafo y artísta catalán Joan Fontcuberta, convenció a las autoridades de que le dejaran montar una exposición con sus más recientes superchererías.
Dicho y hecho. Picó la Comunidad de Madrid y los museos de antropología y ciencias naturales; picó la prensa, los críticos y hasta los expertos. Todos acudieron en masa a contemplar el ingenio del profesor catalán, premio Nacional de Ensayo, y salieron convencidos de haberlo visto. Lo que vieron, en realidad fue un remedo de sus obras, eso sí, tan perfectamente elaborado que era imposible percatarse de la patraña. Incluso en un par de ocasiones Deckenbrunner dio unas ruedas de prensa en un impecable castellano con acento catalán de Sant Cugat del Vallés.
Admito que los dos párrafos anteriores son sendos spoilers, pero a Palinuro siempre le ha gustado ir con la verdad científica por delante, incluso en asuntos de arte y poesía. Así que, una vez aclarado cómo el taimado Deckenbrunner no lo engañó, no tiene ya inconveniente en seguirle la corriente y dar noticia de la exposición como si de verdad fuera de Fontcuberta quien, y ello me consta, está en este momento en una expedición en la Atlántida, en donde se ha descubierto un sepulcro que, según parece, contiene el verdadero y único original del Necromicón.
La Fundación Canal de Madrid tiene una exposición completísima de la obra de Fontcuberta que es preciso ver so pena de quedarse sin comprender el mundo contemporáneo y, lo que es peor, sin comprendernos a nosotros mismos. Y, la verdad, para una vez que se nos ofrece esa posibilidad, no tiene perdón de los dioses no aprovecharla. Lástima que esté en sus últimos días. Ojalá la prolonguen, porque está teniendo mucho éxito.
Fontcuberta es un extraordinario fotógrafo. Pero no solo eso; también es un literato, un ensayista, un profesor universitario, un artista de performance y un escultor. Todas las plantas que forman la base de la asombrosa colección Herbarium, especie de réplica de las fotos de Karl Blossfeldt, gran representante de la Neue Sachlichkeit (la nueva objetividad alemana), son pequeñas esculturas fabricadas por él mismo con materiales de desecho y fotografiadas después en perfecta imitación de las flores y plantas reales que Blossfeldt reprodujo en primeros planos de meridiana nitidez en el libro Urformen der Kunst (1928), uno de cuyos ejemplares figura en la exposición. E igual que el alemán quiso mostrar que la naturaleza daba las pautas del arte, en su caso el modernismo o Jugendstil, Fontcuberta, que bautiza sus especímenes con imaginativos nombres latinos, los empareja con la New Topographics, al estilo de Edward Weston o Imogen Cunningham y hasta, por qué no, Georgia O'Keefe.
La exposición alberga los trabajos más conocidos del autor, algunos de los cuales llevan muchos años rodando por el mundo, exhibidos en los más conocidos museos, como el MoMA. El conjunto de su obra responde a un espíritu postmodernista que Rorty llamaría ironista y, así lo hace también Josep Ramoneda que, en el prólogo al catálogo, habla de la ironía de Fontcuberta. Tal viene siendo una especie de deconstrucción general casi diríamos como método. Pero deconstrucción no solo discursiva. Sin duda esta es importante y creo que el vídeo en el que un perfecto philosophe, típico representante de la teoría francesa, hila un disparatado discurso con toda la jerigonza postmodernista, postestructuralista, lacaniana, deconstructivista, es un hilarante hallazgo. Es una sana burla de estilo tradicional, en el que resuenan las farsas rabelaisianas y los discursos de Fray Gerundio de Campazas pero con la refitolería de lo que algunos burlones han llamado la línea DerriDADA.
La deconstrucción de Fontcuberta se testimonia en series de fotos magníficas, en las que capta no solo la imagen que corresponde a la realidadd sino su misma esencia más formal, para lo cual las imágenes fotográficas se dividen entre las directamente producidas por él y las que podríamos llamar de "ambientación" o de Umfunktionierung, al estilo de lo que en los cincuenta y sesenta pusieron de moda los situacionistas. La finalidad, obviamente, es dar realismo a la burla y, con ello, difuminar la frontera entre realidad y ficción para crear absolutas fantasías. A las imágenes acompañan parafernalias de objetos, documentos, muestras, u otras fotografías manipuladas. Se da así cuenta de un acontecimiento no-acontecimiento (un segundo Sputnik ruso, luego del real de Gagarin) que, habiendo fracasado, fue ocultado por las autoridades soviéticas, pero nuestro hombre ha sacado a la luz en la tradición de las grandes investigaciones del fotoperiodismo... solo que falso.
Deconstrucción es también la magnífica burla de ese convento misterioso de Valhamönde, en lo más profundo de la Carelia, entre Rusia y Finlandia y el que los monjes tienen un master para enseñar a hacer milagros, siendo el mismo Fontcuberta quien personifica algunos de los más señalados con fotos inolvidables, como las lágrimas de sangre, el milagro de la ubicuidad o el de la androginia. O la que lleva a cabo con la figura de Osama bin Laden, quien resulta ser un conocido actor de televisión que incluso filmó anuncios de Mecca Cola.
En alguno de sus eruditos ensayos sobre fotografía, Fontcuberta recuerda que esta, en cuanto acción de imagen, tiene autonomía y no precisa (pero, en el fondo, sí precisa) explicación narrativa. Algunas de las muestras de la exposición sorprenden directamente al espectador haciéndole visualizar exclusivamente a base de imágenes mundos discursivos complejos, por ejemplo, la llamada Securitas que relaciona de forma plástica y abrumadora los perfiles de las llaves y los dientes de las sierras de las cordilleras o la llamada Pin-zhuang (al parecer, "montaje/dessmontaje" en chino) en la que se figura que la República Popular China, habiéndose hecho por accidente con un último modelo de avión de reconocimiento estadounidense, finalmente se lo devuelven a las autoridades yanquies desparramado pieza por pieza hasta el último tornillo. Las proyecciones, croquis y fotos del aparato desmontado son geniales. La última deconstrucción, Trepat, en honor de la primera fábrica de maquinaria agrícola de Cataluña, J. Trepat, cuyo museo se encuentra hoy en Tárrega, es una estupenda captación de la historia de una gran saga industrial, muy al estilo de la novelística europea (Buddenbrooks) y americana de primeros de siglo, con un deje catalán de la época, en la saga de los Rius y Mariona Rebull y estética constructivista.
El experimento (porque un experimento es) más conseguido, seguramente el que más fama le ha dado y el más trabajado, polífacético, el más incisivo desde el punto de vista del cuestionamiento de las convenciones epistemológicas que organizan los criterios de verdad, objetividad del mundo real a lo largo de líneas foucaultianas de genealogía del poder, es Fauna secreta. La imposición autoritaria de la verdad científica como discurso del poder institucionalizado es aquí patente. Fauna Secreta ha de verse habiendo visitado previamente el museo de antropología en Madrid, en donde hay una parte y el de ciencias naturales, también en Madrid, en el que hay otra, concretamente en el gabinete real del pìso bajo y en el que se exponen las partes materiales, las muestras de animales y otros testimonios de esta historia y de las que no podemos hablar más precisamente para no destriparla. La parte del museo de Antropología muestra el increíble hallazgo de unos precusores acuáticos del hombres, cuyos restos fosilizados y datados en el mioceno aparecen al borde del río Tormes y son estudiados por unos jesuitas franceses paleontologos que no dudan en clasificarlos entre los sirénidos. Allí están, para quien quiera verlos: cabezas de mamíferos, extremidades superiores como brazos con manos y sin extremidades inferiores sustituidas por una gran aleta caudal.
La parte que arranca en el museo de ciencias naturales y prosigue en la exposición es una historia magnífica, que no solamente capta un territorio ambiguo entre la verdad empírica y positiva de la ciencia y la superchería (igualmente alimentada por científicos), sino también el territorio de lo monstruoso y milagroso. Y todo ello con permanentes pinceladas y referencias cultas con una impronta cronológica que a alguien como Palinuro, cercano a la generación de Fontcuberta, le resultan bien divertidas. El relato tiene como protagonista a un extraño científico, Peter Ameisenhaufen, y su ayudante Hans von Kubert (en realidad el propio Joan Fontcuberta y su coautor, Pere Formiguera), con claras reminiscencias de otras parejas famosas. Ya el nombrecito del profesor (víctima del convencionalismo académico de la Universidad de Munich), esto es, Pedro Hormiguero da una pista del desenfado iconoclasta con que está concebido todo el relato (con sus pruebas tangibles) en el que hay serpientes con patas, ostras con brazos, un ratón con cola de cobra y un genial chupacabras, objeto de una tesis doctoral n la UNAM, redactado por su gran estudioso, Miguel Perillán. Habiéndose convertido luego en lider estudiantil de los sesenta y participado en la acción de la plaza de las Tres Culturas, Perillán se ve obligado a exiliarse en Rumania en donde hace frecuentes visitas a Transilvania. Atrás, en su México natal, queda el pueblo en el que era posible estudiar al extraño chupacabras, Parangaricutirimícuaro, sepultado bajo la lava del volcán Pericutín que, sin duda, también sepultó a aquel indio que merodeaba por el campamento vendiendo peyote y se llamaba don Juan.
Vayan a ver Imago, ergo Sum. Es una experiencia.