CaixaForum de Madrid expone 178 piezas procedentes casi en su totalidad de los fondos del Museo del Louvre sobre la mujer en la antigua Roma, la República y el Imperio. Hay una gran variedad: frescos, estatuas, bajo y mediorrelieves, algún sarcófago, tres estupendos retratos de Fayum, palmatorias, dijes, objetos de tocador, camafeos, mosaicos, etc. Todos incluyen representaciones de mujeres romanas.
La pintura posterior nos ha trasmitido una imagen tópica de la matrona romana bajo la figura de la caridad romana, generalmente una mujer de generoso seno que amamanta niños abandonados, huérfanos y hasta ancianos desvalidos, sedientos, quizá prisioneros. La próvida matrona romana, dechado de virtudes, y que representaba el modelo en el que se miraban todas las mujeres del imperio a la hora de seguir la moda.
Pero la exposición no se limita a las matronas ni los cánones de belleza o elegancia sino que abarca todo el arco de las funciones que la sociedad romana encomendaba a las mujeres. Y también de las idealizaciones y/o sublimaciones de que eran objeto como personajes de leyendas, plasmadas en todo tipo de soportes, desde anillos a estatuas de grandes proporciones. Porque, si bien la condición jurídica de las mujeres romanas fue siempre subalterna (aunque mejorando con el desarrollo de la equidad y el derecho pretorio) su presencia en el imaginario mitológico y legendario etrusco y latino, así como en la vida social romana fue intensificándose con el tiempo.
La representación solemne femenina más habitual es la de las diosas. Las más frecuentes, Diana, Juno, Minerva y, sobre todo, Venus, que gozaba del máximo predicamento, no porque los romanos fueran especialmente dados al erotismo, sino porque era la madre de Eneas, el príncipe troyano que fundó, precisamente, la monarquía romana. Junto a las diosas, las vestales y sacerdotisas, seres de luz y por supuesto, su contraparte las ménades, figuras báquicas, habitantes del mundo dionisiaco, que se materializa en los misterios más oscuros, primigenios violentos, como los ritos órficos, en donde Orfeo, despedazado por aquellas es, en cierto modo, un trasunto de Dionisos. Como los misterios de Eleusis que remitían a la cadencia estacional de la leyenda de Démeter y Perséfone y tenían un elemento de culto fálico en una interpretación relativamente nueva que se explica en la exposición en un vídeo. Interesante asimismo una estatua de Hermafrodito absolutamente explícita que podría emplearse como símbolo actual del bisexualismo.
Abundan las representaciones femeninas del mal en figuras que eran muy familiares a los romanos y habitaban su vida cotidiana: la Gorgona Medusa (tan preferida entonces como en las representaciones plásticas posteriores), las sirenas, la quimera, la esfinge o la imagen de Medea no solo asesinando a sus hijos, sino tratando de envenenar a Teseo, un episodio menos conocido en la larga carrera de Medea.
Pero también encontramos referencias al lado amable, poético, de las mujeres. Una serie de pinturas procedentes de Pompeya pasa revista a ocho de las nueve musas, presididas por Apolo en el Parnaso y también las tres Gracias, cuya representación sigue luchando por su autonomía, por así decirlo, frente a la fuerza que tienen las tres diosas, Juno, Minerva y Venus que protagonizan el juicio de Paris.
Abundan las representaciones de leyendas concretas como motivos ornamentales y el visitante tendrá ocasión de contemplar versiones distintas, algunas muy curiosas, de Io y Hermes, Leda o la fulminación de Sémele, lo que siempre es instructivo a la hora de pedir deseos a los dioses.
En Roma, la patriarcal, las mujeres son idealizadas y abundan en las representaciones artísticas más fabulosas o más pedestres, pero están ausentes de los roles de la vida pública: no hay emperadoras, ni juezas, ni pretoras, ni generales, cónsules o pontífices femeninos. Han pasado veintitrés o veintiuatro siglos, y la situación ha cambiado algo, pero tampoco mucho.