Supongo que en Grecia hará tanto calor como en España y con algunos grados más por lo agitado del momento. Un referéndum es una decisión límite, equivalente a un ultimátum en diplomacia. Algo de trato diplomático hay en las negociaciones de Grecia con la troika pues, si bien la UE no es una mera organización internacional en donde los gobiernos negocian mediante embajadores, tampoco es un Estado en el que los distintos poderes territoriales negocian con sus pares. Un referéndum es un ultimátum consistente en referir la ley o el pacto a la voluntad del pueblo, a quien se otorga la última palabra. En teoría, claro. En la práctica, ya se verá.
Mientras se decide la consulta, se decreta fuego graneado. Todos opinan, apremian, aconsejan, advierten, amenazan a los griegos. Todos disparan. La clase de tropa, los comunicadores, analistas y publicistas con toda pasión a favor o en contra. Igualmente la oficialidad, los expertos incluso los de allende los mares, los comunicadores y futurólogos. También el generalato, los gobiernos, con independencia de su cercanía. Rajoy tranquiliza a los españoles ante el temor al contagio del corralito con el argumento de que en España, al haber un gobierno serio (no uno de adanes y ocurrentes) está todo bajo control. Lo mismo que decía Zapatero al comienzo de una crisis que se lo llevó por delante. El gobierno alemán y el francés juegan a policía bueno y policía malo. El de Obama, muy preocupado por la solidez del euro, que es la del dólar, piensa, da consejos salomónicos mientras, de paso, Puerto Rico quiebra con una deuda impagable de 44.000 millones de $. Hasta los rusos y los chinos han asomado entre bambalinas por si cabe pescar algo en las aguas revueltas de la zona euro y la UE. Por disparar o pronunciarse, disparan también los bancos, los medios, los partidos políticos, los sindicatos, los empresarios, los financieros. Unos a favor y otros en contra. ¿De qué? Primero, de que se celebre el referéndum y, segundo, de que se vote "sí" o "no".
En cuanto a la consulta en sí, el fuego graneado es mayoritariamente negativo. Los partidos dinásticos en España, los gobiernos europeos, las grandes familias políticas, las gentes de orden consideran disparatado y peligroso el referéndum. Los partidos a la izquierda de la socialdemocracia lo aprueban y, en el caso español, se meten en un lío al verse obligados a explicar por qué apoyan un referéndum en Grecia pero no en Cataluña. El referéndum griego reverbera aquí en todos los ámbitos y eso que ya Sánchez explicó con gran clarividencia hace meses que "Grecia no es España". Ni las peras, manzanas, completaría la señora Botella. Hay que saber distinguir, amigos. Los catalanes no son griegos.
En ese fuego graneado, tupido, denso, se ha escuchado todo tipo de argumentos. Hay quien recuerda el siglo de Pericles y comprueba dolorido cómo la democracia, nacida en Grecia, en Grecia encuentra su tumba. La Hélade vuelve a ser ese fulgor casi místico que atrae a los espíritus románticos. Leo que un conocido político de las nuevas hornadas anuncia su viaje a Atenas el domingo, quizá con el ánimo con que Byron fue a terminar sus días en Missolonghi, luchando por la libertad de los griegos. Porque la libertad de los helenos es la de Europa. Hay también quien recuerda con amargura cómo Grecia condonó la deuda que por reparaciones de guerra había contraído Alemania. Los nazis, para ser más exactos, cuyas responsabilidades y obligaciones heredó la República Federal. Tal es la gratitud prusiana. Otros recomiendan, casi ordenan, a los griegos que el domingo voten "sí" a la oferta de la troika y devuelvan hasta el último céntimo. Porque aquí, como en Puerto Rico, sucede que el país no puede pagar sus deudas. Es entonces cuando otros aconsejan también votar "sí" porque saben de buena tinta que, asustada la UE de las posibles consecuencias de la quiebra, está dispuesta a suavizar sus condiciones y, quizá, aceptar una quita, como urge Obama.
Todo ese fuego graneado, esas advertencias conminatorias, esos dictámenes de expertos, consejos e institutos, esas consecuencias inevitables, son pura confusión y puro ruido pues, en el fondo, nadie sabe qué pueda pasar. Nadie, tampoco, cómo se ha llegado hasta aquí y cómo quepa salir. En las últimas horas, Tsipras ha hecho dos declaraciones aparentemente contradictorias pero ambas orientadas a influir en el resultado del referéndum a favor del "no", con todas las fuerzas. De un lado da a entender que, si triunfa el "sí", él tendrá que dimitir , lo cual es una advertencia/amenaza similar a la que formuló Felipe González para conseguir el "sí" a la OTAN en España de que él él no gestionaría el "no". Tsipras viene a decir que no gestionaría el "sí". Por otro lado afirma que, en ningún caso saldrá Grecia del euro, lo que pretende quitar el miedo al voto "no". Ambas afirmaciones tratan de fortalecer su posición en las negociaciones. Pero el resultado está abierto: puede salir "sí", puede salir "no" y las consecuencias de ambas opciones son imprevisibles. Afirmar que el "no" significa la salida de Grecia de la zona euro, o el fin de la zona euro o el de la misma UE es tan verosímil como afirmar lo contrario. Tsipras cree aducir una razón de hecho al negar la salida del euro debido a su coste excesivo. Pero ¿y si la UE llegara a la conclusión de que mayor es el coste de mantener a Grecia dentro? ¿Y si estuviera tratando de reducirlo empujando a los griegos para que se vayan, dando un portazo? Si Tsipras se va, se convocarán nuevas elecciones, pero ¿qué valor tienen las elecciones griegas si un consorcio de países amigos puede anularlas? Para eso casi es mejor que se nombre un gobierno títere. Que quizá sea lo que se busque con las nuevas elecciones.
En todo caso, algo está claro: nadie sabe qué va a pasar porque todo depende de decisiones imponderables con consecuencias imprevisibles. En esas condiciones es imposible que nadie, ni siquiera el más poderoso think tank, pueda elaborar planes de contingencia para una serie infinita de posibilidades con días, quizá horas de antelación. Planes que implican la colaboración de megainstituciones financieras, bancos, complejas maquinarias burocráticas, cuya lentitud es proverbial. Y eso para atender a asuntos de urgencia. De vida o muerte.