A los de mi generación nos gusta pensar que los años sesenta fueron los años de los beatniks, Ginsberg, Dylan, Beatles, el LSD, Vietnam, mayo del 68, los hippies, Woodstock, Summerhill, el inconformismo, la rebelión, la revolución. Y lo fueron. Al menos para quienes así lo quisimos.
Pero también fueron los del bloqueo de Berlín, los asesinatos del Che, Lumumba, Martin Luther King, Kennedy, la descolonización, los "cuatro de Cambridge", la guerra fría, el sputnik, el primer tratado SALT, el espectacular desarrollo del capitalismo, el declive de los viejos imperios, el siglo americano y la sociedad de consumo.
Esa segunda es la que se refleja en la legendaria serie de películas de James Bond sobre novelas de Ian Fleming, producidas casi todas por la británica EON e interpretadas seis o siete de ellas por Sean Connery, cuya fama arranca de este papel, otras tantas por Roger Moore y el resto por Daniel Craig, Pierce Brosnan, Timothy Dalton y George Lazenby. No me falta ninguno porque he copiado la lista de aquí ya que no he visto todas las películas ni reconozco a todos sus intérpretes. Desde luego, una saga; una leyenda. Quizá una de las de más éxito del cine. Hace más de 53 años que se estrenó Dr. No (1962) y este año se estrenará la vigésima cuarta película, Spectre. No sé si hay algo parecido en la historia de la cinematografía y, desde luego, no lo hay en la de la literatura.
Porque la leyenda de 007 arranca de un novelista, Ian Fleming, que la inició con una máquina de escribir portátil que puede verse en la exposición y muy parecida a una Hispano-Olivetti Pluma 22. De ese frágil artilugio nació uno de los héroes más populares de la literatura, unas aventuras traducidas a todas las lenguas, vendidas por millones y vistas en las pantallas por cientos de millones en todo el mundo. Exitazo total de mercado, producción en serie, en cadena, sociedad de la opulencia y el consumo, estrellato para Connery, las chicas Bond, los coches Aston-Martin o las motos BMW. Y pura ideología.
007 representa la insaciable pasión de la gente por las historias de héroes populares por entregas de fines del XIX y primeros del XX, la llamada literatura de cordel, las aventuras de Fantômas, Fu Man-Chú, Old Shatterhand y Winnetou, Sherlock Holmes, Rouletabille, el Corsario Negro, Sandokan, etc. Sin duda, Ian Fleming era un hombre culto, pasado por varias universidades en distintos países, periodista, militar, con una gran experiencia en asuntos de espionaje, inteligencia y guerra secreta durante la segunda guerra mundial. Conocía muy bien Alemania; hablaba la lengua y estaba muy al tanto del clima de enfrentamiento entre Occidente y la Unión Soviética pero sus modelos literarios fueron siempre los mismos: los thrillers de Hammett y Chandler y, en otro orden de cosas, pero muy determinante para entender su mundo, los autores ingleses glorificadores de las leyendas del Imperio H. C. McNeile y John Buchan, cuyos héroes, tambièn de saga, Bulldog Drummond y Richard Hannay, reemergen en James Bond, si bien ya no en tiempos de gloria, sino de decadencia.
El centro cultural Fernán Gómez es escala en la exposición británica que, bajo el título Designing 007. 50 Years of Bond Style celebra el medio siglo del héroe en la pantalla con 500 piezas que harán las delicias de los amantes de Bond, James Bond, por cierto a un precio prohibitivo, de escándalo, de 15 €, solo accesible a los Goldfingers de turno. El título mismo ya revela ingenuamente el fondo de la cuestión: todo lo de 007 es diseño, lujo, consumo, puro fetichismo. La glorificación del capitalismo industrial en su faceta más descarnada, en el que solo importa el éxito, el poder, el dinero y la vida humana no vale nada y menos que nada, la de las mujeres, puros objetos o instrumentos para matar según voluntades ajenas y dignas solo de usar y tirar. A eso lo llama la propaganda aparentemente crítica, el erotismo, el voyerismo, el sadomasoquismo del mundo 007. Términos excesivos para lo que no es otra cosa que ñoñería adornada con efectos especiales. Por supuesto, por debajo de las mujeres se encuentran las personas con alguna tara física, especie de símbolo de un submundo de seres malignos y odiosos, poblado de racismo subliminal de élite intelectual británica, vagamente relacionados con tipos eslavos, asiáticos, africanos, latinoamericanos a los que hay que exterminar porque son fanáticos dispuestos aniquilar el mundo libre por orden de sus jefes.
Estos, los jefes, los villanos, las distintas y refinadas personificaciones del mal también presentan forma confusas, pero suelen mostrar dos elementos comunes: tienen reminiscencias alemanas o soviéticas (nombres, apellidos, rasgos) y el propósito de dominar el planeta, destruir las sociedades occidentales y esclavizar a la humanidad para acabar con el mundo libre.
Como Fu Man Chú, vamos. Historias burlescas, exageradas, cómicas, que acarrean un mensaje maniqueo real acuñado en la guerra: nosotros y ellos, el bien y el mal.
Para eso los protagonistas se valen de unos artilugios en cuya confección intervienen a partes iguales la ciencia (mala) y los poderes satánicos y a los que se enfrenta 007 provisto a su vez de otros en los que interviene la ciencia (buena) y las potencias celestiales a las órdenes de SM británica. De forma que todas las películas de 007 tienen como plato fuerte los efectos especiales, muchos de los cuales, adelantados en su época, como se ven en la exposición. Y , lo dicho, las delicias de los bondianos: las mandíbulas de Jaws, los lingotes de oro de Goldfinger, pistola de oro de Scaramanga, el palacio de hielo de muere otro día, el traje espacial de Moonraker, el maletín de Desde Rusia con amor, etc. Un mundo de estilo, lujo, boato, refinamiento, fetichista, consumista, conformista, la autocomplacencia del capitalismo.
Mientras los bondianos disfrutan con los bombines/guillotina o los dardos emponzoñados, el visitante puede pasear melancólicamente por lo que fue el último intento de mantener viva la ilusión imperial británica en los tiempos de la acelerada decadencia, la idea de que Gran Bretaña todavía pintaba algo en el mundo de guerra fría y en el siglo americano. Una observación no embriagada de las hazañas de Bond verá que, en el fondo, el verdadero y semioculto objeto del desprecio de Fleming son los estadounidenses.