Javier Benegas y Juan M. Blanco (2013)Catarsis. Se vislumbra el final del régimen. Prólogo de Jesús Cacho. Madrid: Akal. 344 págs.
Este interesante libro, fruto de la colaboración de un politólogo, Benegas, que trabaja como asesor de comunicación, y un economista, Blanco, que lo hace como profesor en la Universidad, tiene una larga tradición a la que acogerse, la de la llamada "literatura del desastre", que empieza ya en el siglo XVII y sigue en crecimiento hasta nuestros días. Cabría hablar de un género por derecho propio, un género ensayístico, especulativo, contrafáctico y hasta literario al que se incorporan muy ilustres arbitristas y brillantes plumas de la tradición española. Al día de hoy en que el género sigue funcionando. El amplio eco que suelen encontrar estas obras prueba que tratan una cuestión que preocupa mucho a los españoles: el origen de su decadencia, los males que aquejan a la nación, sus causas, sus remedios, el complejo frente a Europa, la excepcionalidad negativa española y, por supuesto, la leyenda negra.
Los dos autores se enganchan en este relato pesimista, catastrofista y lo hacen con harta originalidad. Han troceado el libro en once partes y un total de 65 capítulos, necesariamente breves y muy ágiles. Todo es tan trepidante como un periódico y se anima al lector a leerlo como un periódico, esto es, empezando por donde quiera y siguiendo por donde le dé la gana porque cada uno de esos 65 capítulos es una breve historia cerrada en sí misma. Mayor agilidad no cabe. El inconveniente de esta especie de "salpicado" del razonamiento en vez de valerse de un árbol porfiriano es que algunos conceptos y sus explicaciones se reiteran. Además, basta que un autor haga una recomendación de lectura para que el lector avisado no la siga. Y, en efecto, al final, el libro tiene un orden y un desarrollo racionales que va de lo más general a lo más concreto, de lo más antiguo a lo más moderno y hasta especula sobre el futuro.
Lo obvio es cómo se engancha en la citada tradición. Desde el principio se dictamina con carácter general algo sobre lo que pocos discreparán, que "resulta difícil encontrar otro país europeo que haya tenido tan pésimos gobernantes" (p. 33). Pues sí. Y, por si hubiera alguna duda, se hace un paralelismo entre la primera y la segunda restauración borbónicas (p. 41).
Hay, sin embargo, una ruptura con esa tradición cuando los autores subrayan y repiten una idea medular: que las desgracias de España no tienen nada que ver con la supuesta psicología del pueblo, la idiosincrasia de los españoles, nada que nos venga dado por naturaleza (pp. 38, 108, 310). La causa del desastre actual reside en unas instituciones políticas pensadas con los pies. Suena bien, a actual, racionalista y hasta científico. Son las instituciones. Claro. Pero, ¿de dónde vienen las instituciones? En un sentido contingente, inmediato, vienen de la Constitución de 1978 que los autores diputan de absoluto fracaso, especialmente en lo relativo a la cuestión territorial (pp. 63, 172). Una Constitución que vino a consagrar una chapuza, llamada Transición, cosa que se echa de ver en la profunda crisis de legitimidad (p. 170) que afecta al régimen, especialmente visible en la tambaleante situación de la Monarquía (pp. 275, 292).
Pero eso es lo contingente. Luego, cuando los autores desmenuzan las cuestiones, denuncian unos males sempiternos, no exclusivos de la Constitución de 1978, sino anteriores a ella. La partidocracia de hoy reproduce la de la primera Restauración, con especial hincapié en el intento de los partidos de coloniazar la administración (pp. 77, 98, 106) o ideal de la España de los cesantes. De la Restauración es también su denuncia de la prensa comprada (pp. 42, 131, 134), la vergonzante autocensura y la traición de los intelectuales (p. 121). ¿No habrá por ahí un Max Estrella? Pero el enganche con la tradición es incluso anterior a la feliz época del bipartidismo decimonónico. La insistencia de la autores en que España no es un sistema de libre acceso (pp. 58, 187, 209), sino de acceso cerrado, sembrado de caciquismos, favoritismos, e hiperlegalismo para justificar el dispendio de las CCAA (mito, dogma y tabú) (p. 293), reinos legislativos de Taifas (p. 269), enraiza en la crítica a la España de los Austrias en la que todos querían vivir del Estado. Tanta fidelidad al desastre por encima de los siglos quizá se haya hecho costumbre y un poquito de idiosincrasia. Son los hombres quienes hacen las instituciones. No al revés.
El análisis de los problemas actuales es brillante y, a veces, original. La explicación de la corrupción es muy cierta (pp. 221, 225) y la comparación con el caso del ministro alemán de Hacienda, Schäuble, oportuna (p. 227). Pero lo más interesante es la discrepancia con esa teoría general de que la corrupción en España se debe a que la población también lo es. Una teoría justificativa e inaceptable, señalan los autores con razón (p. 233). Esta corrupción deriva del funcionamiento de las "elites extractivas", un concepto de la teoría de la decisión racional que es uno de los sustentos teóricos del libro (p. 183). La función de esas elites extractivas es la que ha conseguido llamar crisis a lo que no es sino una estafa de la banca (p. 201). Palinuro no puede disentir de tan atinados juicios. Si acaso, desconfía algo de lo que el libro llama la "enorme estafa ideológica" (pp. 145, 161, 199) que parecería ser la defensa de una visión keynesiana o neokeynesiana del Estado del bienestar , frente a lo cual se propone, si no he entendido mal, un retorno a los principios neoclásicos de retirada del Estado (pp. 145, 161, 199). No es convincente que la solución de la crisis sea reincidir en una de sus causas. El capitalismo desregulado no es viable.
El libro es muy actual y concluye con análisis muy actualizados y bien argumentados de la crisis y su especificidad española (p. 302) y del movimiento del 15-M (p. 31).
Sí, podía leerse de cualquier forma. Pero tenía un orden interno y, además, bastante sistemático. Para la próxima edición sugiero una duodécima parte sobre la iglesia católica, de la que no se habla cuando España sigue siendo un país nacional-católico por encima de la Constitución de 1978.