
Es el caso que acaban de traer una exposición de cuadros sorollianos dedicados a los jardines. Es una itinerante que primero estuvo, creo, en Ferrara, luego en Granada y ahora llega a Madrid, su última etapa. Recoge mucha producción de esta temática y hasta ahora nunca vista porque en gran medida procede de colecciones privadas y se centra en dos momentos: de un lado,
la experiencia del viaje del pintor a Andalucía ya en plena madurez y la impresión que le causaron el Alcázar de Sevilla y la Alhambra y el Generalife en Granada y que se refleja en numerosas representaciones de los jardines nazaríes. De otro lado, las no menos abundantes representaciones de sus propios espacios, en los que indagó incansablemente en los efectos de la vegetación, los colores, la luz, esos jardines por los que ahora podemos pasear nosotros con la curiosa sensación de estar paseando por un cuadro. Lo cual es una especie de ironía porque, precisamente, el rasgo común a toda la pintura de jardines de Sorolla es que la figura humana está ausente.

Es una pintura magnífica y modesta, enamorada de aquello que ve y quiere apropiarse reproduciéndolo. Por eso es al mismo tiempo tan intensa. Andalucía, en efecto, parece haber sido una revelación para Sorolla. Nada extraño. Es una sensación muy común entre artistas, literatos, músicos, pintores y gente del común: Andalucía es siempre una sorpresa. Y no tanto por la luz, que esa la llevaba Sorolla puesta de su Valencia natal, sino por los colores y, sobre todo, por la organización de la naturaleza por la obra humana que integra los aromas con los colores, las formas y los rumores del agua de fuentes y acequias. Eso es lo que fascina a Sorolla, lo que pinta y lo que trata de conseguir en Madrid, en su casa.
Es una magnífica idea traer la exposición a la casa del autor. Un pretexto también para visitarla de nuevo, aunque está algo cambiada. Aparte de haber puesto la taquilla en otra parte, lo cual es indiferente, varía la disposición habitual de algunos espacios para dejar sitio a la exposición que se concentra en la planta baja los jardines madrileños y en la primera los nazaríes. Es como meter los jardines en la casa. Así hay un contrapunto a los temas habituales en la exposición permanente, con la que se mezcclan aquellos. Y ya se alcanza el sentido de la obra de un artista en su madurez creadora, socialmente reconocido, rico, casado con una mujer a la que parece adorar a juzgar por cuanto y cómo la pinta, feliz padre de familia. Un artista burgués que ha olvidado el contenido social, popular, crítico, de sus orígenes, ha actuado casi como pintor oficial de lo español al aceptar el encargo de la Hispanic Society de Nueva York y sublima ahora sus ocios pintando jardines con distintos efectos de luz, como solían hacer algunos impresionistas (Monet) con los que Sorolla tiene tanto en común.