
Dudo mucho de que los variopintos aliados de los comunistas en las coaliciones, alianzas o plataformas en que participan suscriban un discurso tan extremo e intolerante. No son ciegos ni insensibles al hecho de que el PSOE tiene un considerable respaldo electoral que incluso hoy, en lo que los mismos socialistas llaman su horas más bajas, está en un 20,5% del voto frente al 14% de AGE. De Syriza, nada.
Los socialistas, a su vez, murmuran que la única función real de esa izquierda a la izquierda es restar votos al PSOE, votos inutilizados, en el fondo beneficiosos par la derecha que, obviamente, no hubiera podido sacar más diputados con menos votos de no ir la izquierda fragmentada. Pero eso es un asunto sin mayor relieve al lado del problema real de los socialistas que es mantener y acrecentar su voto, haciendo una oposición clara y decidida para lo cual tienen que haber definido su alternativa. Por supuesto que eso habrá de hacerse reivindicando el viejo espíritu socialdemócrata del socialismo reformista. El problema es que, paralizado por el descrédito que reflejan las encuestas y las elecciones, el PSOE no ha pasado de formular lo anterior como un deseo, sin hacerlo visible al electorado.
Y es que el Partido Socialista sufre aquí el mismo síndrome del conjunto de la izquierda, el de su indefinición y consiguiente desconcierto. Todas las fuerzas políticas parlamentarias comparten un terreno común de entendimiento: la legitimidad fundamental del sistema democrático según la cual solo se puede aspirar a realizar el programa propio obteniendo el apoyo de la mayoría del electorado. Un electorado que muestra, por lo general pero de modo constante, una clara orientación conservadora. Ganar elecciones en esas circunstancias con un programa político de reformas radicales, no digamos ya revolucionarias, es imposible, de forma que la alternativa es desagradable pero clara: moderas tu programa, lo haces reformista, pactas o no haces nada porque careces de fuerza parlamentaria.
De aquí que haya una nostalgia en la izquierda radical por las vías de hecho, por decirlo suavemente, una pronta inclinación en favor de todos los movimientos políticos de oposición extraparlamentaria que surjan. Pero, a la larga, nadie en la izquierda radical parlamentaria propugna abolir la democracia burguesa, instaurar la dictadura del proletariado y mucho menos acabar con el mercado y nacionalizar toda la actividad económica y financiera. Hay propuestas de reformas más o menos radicales, pero el programa máximo ha desaparecido del escenario. ¿Por qué no decirlo abiertamente?
Eso ayudaría a un proceso de recomposición del socialismo democrático que se ha ido alejando de su ideal reformista originario y, unas veces por prepotencia (tiempos de Felipe) y otras por pusilanimidad (tiempos de Zapatero), se ha acomodado a las condiciones del capitalismo, adaptándose a él y cediendo a sus imposiciones en lugar de hacer al revés. El remate ha sido que el PSOE se haya convertido vergonzantemente, a la chita callando, en un partido dinástico y que su posición sobre la planta territorial del Estado esconda en un nebuloso federalismo una concepción unitaria de España. En ese proceso de recomposición, el PSOE tiene que rescatar su ideario socialdemócrata de transformación del capitalismo por la vía reformista y ofrecerlo como terreno común de diálogo y, quizá, entendimiento, entre la izquierda.
Solo los más sectarios o menos avisados ignoran que, con independencia de otros factores, una de las causas esenciales de la superioridad electoral de la derecha es su unidad frente a la fragmentación de la izquierda. Y el sentido común dice que, cuando la unidad es imprescindible, habrá que pagar sus costes en forma de concesiones mutuas. Una unidad sobre la base de los presupuestos de una de las partes es una absorción. La unidad se basa en el mutuo entendimiento y la conciencia de que este es imprescindible si se quiere ser eficaz a la hora de transformar la sociedad desde el único punto en que esto es posible: desde el poder político.
Esa plataforma de entendimiento, por la que Palinuro aboga desde siempre, tiene que girar en torno a la recuperación, consolidación y ampliación del Estado del bienestar que es la joya de la corona socialdemócrata; sobre todo ahora que se acusa al PSOE, con razón, de haber atentado contra los fundamentos mismos de ese Estado del bienestar. Pero, además, no hay que reducirse a tal forma de Estado. La plataforma de entendimiento podría partir de la recuperación de lo que acertadamente la Constitución de 1978 llama "Estado social y democrático de derecho". Esto no quiere decir en absoluto que Palinuro abogue por la intangibilidad de la Constitución; al contrario, piensa que debe reformarse y en profundidad para que recoja, por ejemplo, el derecho de autodeterminación. Pero aquella fórmula permanece ya que es un verdadero programa de izquierda: Estado del bienestar, justicia social, Estado de derecho y garantías de las libertades públicas y los derechos de los ciudadanos incluidos, los derechos de las mujeres (aborto), de las minorías sexuales (matrimonio y adopciones de gays) así como los económicos y sociales, trabajo, vivienda, educación y salud.
¿No es un punto de entendimiento suficientemente claro, suficientemente amplio y suficientemente de izquierda?