La realidad tiene su carga de ironía que no respeta nada y se atreve con lo más sagrado. Las dos últimas elecciones antes de cerrar el mapa político de España para los próximos años se dan en estas dos comunidades autónomas de Asturias y Andalucía. A reserva, naturalmente, de lo que en 2013 decidan los vascos, grandes aficionados a decidir.
Desde el punto de vista simbólico las dos son el alfa y el omega de la historia patria. Allí donde comenzó la Reconquista con un puñado de hombres contra un imperio y allí donde terminó con un imperio contra un puñado de hombres. A reserva, claro está, de lo que sucediera unos años más tarde con el Reino de Navarra. Las dos son comunidades históricas aunque no blasonen de lengua propia o no con el mismo imperio que catalanes, vascuences y gallegos. Históricas con una historia muy distinta que se refleja en su condición actual, tanto geográfica como económica, social y cultural. Las dos presentan peculiaridades que explican el gran interés que en ellas demuestran los partidos pues, por distintos motivos, se juegan mucho.
En el caso del PP en Asturias se juega sancionar o no la existencia de una organización escisionista, el Foro de Álvarez Cascos, que debilita a la derecha estatal pero a la que esta debiera estar acostumbrada porque es rasgo frecuente en los antiguos reinos del norte. En Navarra y en Santander hay formaciones conservadoras distintas del PP y no nacionalistas. En Andalucía, en cambio, la situación es opuesta. No hay escisión de la derecha que constituye una unidad monolítica y sitúa su especial interés en el factor simbólico de derrotar al PSOE en su último bastión en España. Fin de la Reconquista.
Para la izquierda la perspectiva es distinta. Ambas comunidades presentan un rasgo común, sin embargo, a pesar de sus muchas diferencias pues en las dos son verosímiles gobiernos de unión de la izquierda. Lo fueron en el pasado y siguen siéndolo. Estos gobiernos de coalición son en realidad formaciones a la defensiva frente a una derecha crecida y mayoritaria por separado. Tienen sin embargo un valor admonitorio para una izquierda que está hablando siempre de unidad pero no la practica.
Para IU el asunto es más complicado porque, salvo una muy improbable alianza IU-PP, sus opciones son menos pues solo contempla razonablemente aliarse con el PSOE si este no obtiene la mayoría absoluta. Si la obtiene, cosa al parecer harto improbable en estas elecciones, no habrá gobierno de coalición.
El que más se juega aquí es el PSOE. En Asturias, recuperar un gobierno del que fue desplazado por algo tan imponderable como el populismo local de Álvarez Cascos. En Andalucía conservar el gobierno que ejerce hace treinta años y hacerlo en condiciones muy difíciles y en un contexto nacional contrario, cuando no hostil. En ambos casos los socialistas están en desventaja, especialmente en Andalucía en donde juegan con cartas perdedoras, según todas las encuestas. Y, sobre todo, luchan contra su propia imagen de partido/Estado, anquilosado tras treinta años de poder, minado por la corrupción y las prácticas clientelares, algo muy difícil de conciliar con la imagen de un partido socialista fresco, vivo, reformista, íntegro. ¿Qué campaña electoral podría eliminar aquella impresión y presentar esta?
Los dirigentes parecen lanzados al optimismo de la voluntad, ignoran los fríos datos de la encuestas o los minimizan, fían más en el corazón, el élan vital bergsoniano, los sentimientos y el espíritu del pueblo, la conciencia de la tierra dominada por los de la Reconquista de siempre. Solo nos falta un aceituneros altivos. Por vez primera los andaluces han desvinculado sus elecciones de las del Estado y las enfocan en clave autonómica. Pero esta es muy endeble. No porque Andalucía lo sea sino porque el momento nacional es especialmente crítico. Y así como los gaditanos hablaron hace 200 años en nombre de España entera, avasallada por el francés, los andaluces lo harán ahora, quieran o no los dirigentes socialistas, en nombre de España entera avasallada por Europa y algunos dicen que por el alemán. Y decidirán, según parece, respaldar la respuesta del PP que conocen y no la del PSOE, que no conocen.
Así pues, la campaña electoral en términos españoles y en términos europeos. Pero para eso hubiera sido necesario que el PSOE del Estado tuviera ya sus propuestas elaboradas. Los socialistas van a Andalucía a hablar de los andaluces y los andaluces quieren que les hablen como españoles y europeos. Es una falta de sentido táctico pasmosa. No se entiende qué hace la dirección del PSOE que, por arriba, está ausente en el cónclave socialdemócrata de París y, por abajo, no aporta nada a la campaña electoral andaluza, salvo avisar a los electores de algo de lo que los electores están suficientemente avisados, que la derecha dice una cosa y hace otra. Pero eso sucedió también con el último gobierno socialista.