Vasili Grossman está conociendo un año de retorno en España. En 2007 se editaba su obra magna, Vida y destino (reseñada por Palinuro en la entrada Guerra y literatura) y ahora se publica su novela póstuma (Todo fluye, Círculo de lectores, Barcelona, 2008, 288 págs.) que en lo esencial es una especie de coda de la obra sobre la guerra y el sitio de Stalingrado. Tiene, con todo, elementos que la diferencian de la anterior. Es más condensada ya que, así como el fresco tolstoiano de Vida y destino retrata decenas de personajes en muy variadas situaciones y tiempos, esta otra se reduce a media docena de personajes con uno principal y una sola peripecia. Es la historia de Iván Grigórievich, un científico que ha pasado veintinueve años en campos de trabajos forzados de Stalin y, liberado a la muerte de éste, regresa a Moscú, en donde comprueba que las cosas siguen igual que cuando lo detuvieron. Otros han compartido su destino, muchos han desaparecido para siempre, quienes lo delataron han hecho carrera y el resto es una enorme masa acobardada e indiferente que lucha por sobrevivir en condiciones muy adversas.
Aunque Vida y destino contenía algunas interrupciones de carácter ensayístico, en esta otra hay mucha mayor mezcla de ensayo y novela. La novela tiene el mérito de relatar las abominables condiciones de los campos de trabajos forzados. Se reiteran algunos temas de Vida y destino, como la distinta clasificación política de los presos y se añaden algunos otros especialmente angustiosos, como el capítulo dedicado a las condiciones en los campos de mujeres.
En lo que se refiere a los campos los libros de Grossman no alcanzan el grado de exhaustividad del Archipiélago Gulag de Solchenitsin, no están tan abrumadoramente documentados pero, en lo esencial, coinciden con él, con lo cual cabe decir que se refuerzan mutuamente. Los dos autores conocen muy bien el mundo de los Zek (abreviatura de Zakliuchonni, penitenciario), si bien Soltschenitsin lo experimentó en propia carne. La historia es el retrato de un mundo podrido, corrupto, inhumano, de arbitrariedad, esclavitud y abyección: lo que fue el estalinismo y los tiempos posteriores a Stalin. En definitiva, el comunismo soviético.
Ese es el tema de la parte ensayística: Stalin fue el continuador de la obra de Lenin o, si se quiere, en Lenin estaba ya Stalin. De esta forma, la obra niega la interpretación a que recurrieron los comunistas poststalinistas que tuvieron que recomponer su ideología después del demoledor informe secreto de Kruschef al XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética sobre los crímenes de Stalin y con el que dio comienzo lo que se llamó la "desestalinización de los partidos comunistas". Dicho recurso consistía en sostener que Stalin había traicionado el espíritu y la obra de Lenin, que en éste alentaba la llama prístina de la revolución bolchevique, la idea soviética, pero que el perverso georgiano se las ingenió para: primero, eliminar a la vieja guardia; segundo: imponer su régimen tiránico y de terror; y tercero: traicionar el leninismo, substituido por su dictadura personal sobre una estructura burocrática. Toda esta interpretación se viene abajo con la obra de Grossman. Decirlo ahora que ya sabemos mucho más sobre Lenin tiene escasa novedad; decirlo en 1958, cuando el libro empezó a escribirse era revolucionario.
La obra contiene asimismo un largo capítulo dedicado a narrar con la fuerza de una crónica periodística y literaria la gran hambruna de 1932, a consecuencia de la colectivización de la tierra en 1928 y la política de "deskulakización". Vale la pena citarlo en extenso: "La dirección regional trazaba el plan con el número de kulaks que debían eliminar en cada distrito, los distritos dividían esa cifra entre los diversos sóviets rurales, y los sóviets rurales confeccionaban las listas. Y conforme a esas listas los arrestaban. Pero ¿quién las preparaba? Una troika. Tres personas de dudosa reputación decidían quién debía vivir y quién morir. Muchas cosas entraban en juego, naturalmente: sobornos, historias de mujeres, viejas rencillas. Los pobres siempre acababan siendo acusados de kulaks mientras que los ricos compraban su libertad" (pp. 165/166). La descripción de la hambruna es estremecedora y recuerda algo el mundo de Las almas muertas, de Gogol. Hay incluso alguna referencia al autor de Tarass Bulba.
En definitiva, Todo fluye es una especie de Vida y destino en dosis concentrada.