Los fenómenos de globalización, mundialización, universalización deben de ser los puntos centrales de debate contemporáneo en las ciencias sociales, especialmente la ciencia, la filosofía y la teoría políticas. Cómo se gobierna el mundo, cómo debiera gobernarse, qué sucede con las viejas soberanías estatales, qué con las sociedades civiles nacionales, cómo se administran los flujos migratorios, el multiculturalismo, el mestizaje, qué perspectivas tienen el cosmopolitismo, el comunitarismo o el realismo político son preguntas que hacen correr los consabidos ríos de tinta y sonar las ristras de palabras. Sobre todo ello ha escrito su libro John Keane (La sociedad civil global y el gobierno del mundo, Hacer, Barcelona, 2008, 214 págs.) y en él propone tesis nuevas y estimulantes.
No es su última obra. En realidad se trata de una traducción de un texto de 2003 y tengo la impresión de que si el autor pudiera reescribirlo hoy, matizaría alguna de sus afirmaciones, en especial la relativa al triunfo en toda línea de la ideología neoliberal de mercado que está en la base de su concepción del turbocapitalismo. Es la desventaja de los escritos políticos, que tienen períodos de vigencia relativamente breves. Quizá hubiera sido conveniente traducir éste algunos años antes. Es cierto, sin embargo, que el autor no ha vuelto sobre el tema salvo en una obra de 2006 titulada Civil Society: Berlin Perspectives que, más que un tratamiento teórico de la cuestión, parece responder a esa secreta fascinación que algunos ingleses sienten por Berlín, al estilo de Christopher Iserwood, con lo cual puede hablarse sobre el libro con relativa tranquilidad. Lo que no se puede impedir es que algunas de las cuestiones controvertidas en él quizá resulten ya vistas.
La obra, por lo demás, tiene un empaque, una profundidad teórica y una riqueza de perspectivas poco frecuentes en la bibliografía teórico-política. El autor, además de reconocido especialista, es hombre culto que, cosa rara tratándose de un anglosajón, cita autores y obras de otras culturas. Junto a Ruskin y Oscar Wilde aparecen Tolstoi, Kleist y Juan Goytisolo. No estoy muy seguro de que Keane haya conseguido demostrar la existencia de esa sociedad civil global que postula ni por asomo pero sí deja claro que él es uno de sus distiguidos miembros.
Reconoce Keane que la sociedad civil global es un neologismo de los años noventa del siglo pasado y sostiene que el concepto es producto de la confluencia de siete factores: el resurgimiento de la sociedad civil sobre todo en Europa del Este luego del hundimiento del comunismo, el reconocimiento de los efectos revolucionarios de las nuevas tecnologías de la comunicación, la aparición de una nueva conciencia estimulada por los movimientos ecologista y pacifista de que formamos parte de un sistema mundial potencialmente autodestructor, el surgimiento de un orden político nuevo a raíz de la implosión del comunismo soviético, el crecimiento de la teoría económica neoliberal y de las economías de mercado capitalistas, la desilusión fruto de las promesas rotas de los Estados poscoloniales y la preocupación cada vez mayor por los peligrosos vacíos dejados por el hundimiento de los imperios y las guerras inciviles (p. 2). Este verdadero arrecife de factores da lugar a un concepto que Keane cree tiene claros perfiles empíricos cosa que justifica recordando que en el mundo había a fines de los años noventa unas 50.000 organizaciones no gubernamentales (ONGs) (esenciales para su teoría) que celebraban 5.000 congresos internacionales (p.5). Esta enternecedora manía de confundir lo empírico con lo estadístico es muy propia de los teóricos con complejo de "ciencia blanda", que tienen la moral indebidamente comida por los cuantitativistas. Pero aunque fuera empírica mente comprobable la realidad de la sociedad civil global es difícil de clasificar; no se trata de un ente fijo sino de un tipo ideal (p. 8) dotado de cinco rasgos: a) está compuesta por estructuras no gubernamentales; b) es una sociedad en el sentido clásico como conjunto complejo de formas de acción social estructurada; c) es una estructura de civilidad de distintas civilizaciones que tienden a excluir la violencia; d) en su seno hay un fuerte pluralismo con potencial de conflicto; e) es global, esto es, un macrosociedad que funciona como una gran biosfera dinámica (pp. 11-17). Así considerada, lo más cercano a una definición que ofrece el autor es lo siguiente: "un gran espacio no-gubernamental interconectado y con múltiples niveles que incluye varios cientos de miles de instituciones autogobernadas y de formas de vida con efectos globales" (p. 19) lo cual no la hace más convincente que otras posibles fórmulas. Keane se refugia al amparo de Emmerich der Vattel y Kant y sostiene que esa sociedad civil global tiene dos niveles interrelacionados, el estatal y el global (p. 23). La historia de esta sociedad es antigua y echa raíces en la europea, en la violencia de las colonizaciones y la descolonización que, como en el caso de los Estados Unidos se hizo en nombre de una sociedad civilizada (p. 34). Pero en todo caso la sociedad civil global no es un invento exclusivamente europeo (p. 37).
A la hora de buscar el origen de este fenómeno se remonta muy atrás. Afirma que hubo civilizaciones religiosas que dieron la vuelta al mundo. En concreto la islámica. Recuerda que según el Corán, no hay un pueblo elegido (P. 40), lo cual apuntaba a un primer universalismo del Islam que luego se frustró. En su lugar aparece la histoire globale de Ferdinand Braudel que arranca de 1500 lo que ya permite la aparición de la sociedad civil global que se desarrolla en plenitud en la segunda mitad del siglo XIX: el telégrafo, el teléfono, la radio, los ferrocarriles, todo ello supuso un avance gigantesco (p. 44) a lo que Keane añade y no deja de ser curioso, las actividades de los misioneros mundo adelante (p. 45). La guerra de 1914-1918 fue una interrupción de la sociedad civil global. Hubo cambios de gobiernos hacia formas autoritarias y se generalizó la práctica de la violencia contra civiles en el siglo XX (p. 54). Ya a fines de este siglo llega la globalización y la aparición de ONGs como la WWL, Amnistía Internacional, ATTAC y los movimientos antiglobalización (p. 59). Suele decirse que aparece aquí un "sector no económico", lo que le sirve para criticar el Empire de Hardt y Negri no solamente por el hecho de que vuelva a postular un sujeto impreciso de la historia, el gran pueblo, la multitud, etc (62) sino porque su reflexión es un eco de la de Gramsci que él reputa errónea por hablar de una sociedad civil entre el Estado y el mercado, siendo así que, para Keane, la sociedad civil engloba al mercado para dar lugar a ese fenómeno decisivo que llama "turbocapitalismo" (p. 63) y que ha venido a sustituir al capitalismo keynesiano (64) y a contradecir la ley de Wagner de expansión del gasto público (p. 65) lo cual, en último término lleva al Acuerdo Mundial de Inversiones (AMI) (p. 66). Hoy sabemos que esto no fue así y que, a raíz del escándalo que se organizó, el AMI duerme el sueño de los justos en los cajones de la Organización Mundial de Comercio. Pero, en todo caso, "la división entre el mercado y la sociedad civil es inexistente" (p. 73). Esta inclusión del mercado en la sociedad civil produce cierto asombro en el prologuista del libro, el español José A. Estévez Araújo, indebidamente a mi juicio ya que es imposible separar el mercado de la sociedad civil.
A su vez Keane trata de perfilar la sociedad civil global en el trasfondo del sistema político. En primer lugar el autor refuta las concepciones que considera erróneas: la escuela del realismo político que sigue viendo el reinado del "dios mortal", el Estado, de Hobbes (p.92) y la escuela del "gobierno global", que hace referencia a los Estados territoriales y otras instituciones en lo que llama "el gobierno sin gobierno" (p. 93). Sostiene que hace falta una teoría del sistema político mundial emergente al que llama cosmocracia, definido con no mayor precisión que la sociedad civil global como "un conglomerado de instituciones subestatales, estatales y supraestatales entrelazadas y solapadas y de procesos multidimensionales que interactúan, con efectos políticos y sociales, en la escala global." (p. 96) Los tres tipos de instituciones dan lugar a los tres niveles de macro, meso y microgobierno (p. 99). Se trata de un orden político dinámico con tendencia al establecimiento de la legalidad (p. 103). La cosmocracia tiene "inestabilidades" que son: 1ª) la entropía política debida a la escasez de fondos, la falta de personal, las disputas jurisdiccionales, etc así como la esclerosis burocrática (pp. 111/112); 2ª) los problemas de rendimiento de cuentas (p. 113); 3ª) la existencia de una potencia hegemónica (p. 115). Ajusta Keane cuentas aquí con el cosmopolitismo de Archibugi y Held a los que considera utópicos (p. 120). El cosmopolitismo es una recuperación de la idea kantiana que reaparece en la propuesta de Rawls de unos "representantes de pueblos liberales" (p. 121). La cosmocracia es mucho más compleja y autocontradictoria de lo que supone el cosmopolitismo revisado. En realidad es una versión moderna de ese orden político neomedieval sobre el que reflexionaba Altusio (p. 123). En la medida en que el concepto así expuesto es aprehensible, lo cierto es que recuerda mucho el de la poliarquía de Robert A. Dahl; aunque en el caso de este último el término -que tiene evidente raigambre medieval vía Hegel- designa órdenes democráticos nacionales no veo por qué no designaría tan ricamente la cosmocracia de Keane.
El fenómeno más interesante de la globalización es la universalización de la educación superior que, con tanto reto globalizador, ha pasado a reconocer y administrar la "supercomplejidad" (p. 136). La sociedad civil global es un "proyecto de proyectos" (Martin Walzer). No es universal pues quedan fuera de él vastas zonas del mundo (p. 137) y hay ideología, la más típica "la ideología del libre mercado vinculada al turbocapitalismo -el discurso de la desregulación, la liberalización de las cuentas de capitales, el dinero estable, las restricciones presupuestarias, los ajustes estructurales, la privatización del sector público, las oportunidades, la asunción de riesgos, la productividad, las opciones del consumidor..." (p. 140). Esta cosmocracia aparece afectada por el triángulo de la violencia: las armas nucleares, las guerras inciviles y el terrorismo (pp. 143-148). Su arma es la política de la civilidad (p. 150) y su estrategia las intervenciones pacificadoras no nucleares (p. 153), de donde se sigue que la acusación de utopismo no debe reducirse solamente al cosmopolitismo revisado sino que hay que estar preparado para que se la lancen a uno. Es muy difícil sustraerse a esa acusación cuando se habla de cuestiones internacionales.
El último capítulo de la obra, a mi juicio el más interesante y el que contiene la clave, versa sobre la posibilidad de encontrar un fundamento ético a la sociedad civil global. Antes hay un reconocimiento paladino que pone en cuestión el conjunto del libro: "la sociedad civil global es tan compleja que se presenta ante nuestros sentidos como una totalidad abierta cuyos horizontes no son del todo cognoscibles" (p. 173): No estoy seguro de que merezca la pena reflexionar sobre algo que no se puede conocer; dos mil años hablando de dios debieran dejar alguna experiencia. En la búsqueda del fundamento ético Keane critica a la escuela de los que llama "los cascarrabias", por ejemplo, Chantal Mouffe, con su ética del "antagonismo" y el "agonismo", sacada de Carl Schmitt (p. 178), si bien le reconoce tres méritos : la voluntad de no disimular la realidad, la posibilidad del conflicto y la idea de que hay que regular jurídica y políticamente la sociedad civil global (p. 179). Igualmente se opone a quienes piensan que la ética de la sociedad civil global no es más un "ideal europeo" (181) así como a quienes, como Rorty o Buzan dicen que la ética de la sociedad civil global son formas occidentales de facto (p. 182). Criticables son también los que llama "el club de los creyentes en los Primeros Principios", los iusnaturalistas en la escuela de Grocio (p. 184), los partidarios del "universalismo mínimo" no etnocéntrico de Bhiku Parekh (p. 186) así como los enfoques neokantianos de la Ley Moral que acatamos por deber de unos principios universalizables (p. 188). Desde Wittgenstein no hay sino reconocer que en este campo reina la confusión y el desacuerdo al estilo de la torre de Babel con una actitud que, según las modas, privilegia unos enfoques sobre otros: antes se trataba de la pragmática universal y las teorías liberales de la justicia y ahora del comunitarismo y la deconstrucción (p. 190). Hasta el teólogo Hans Küng sostiene que existe un acuerdo básico de todas las confesiones (p. 191). El autor postula una sociedad civil global sin fundamentos merced a una Ley de la Controversia sin Fin, según la cual son poco plausibles los intentos prácticos de producir un consenso ético mediante la comunicación (Habermas) o de armonizar opiniones éticas rivales (p. 192). La sociedad civil global garantiza el derecho de residencia permanente a moralidades de todo tipo. Esas reglas son el "capital social" (p. 194). La sociedad civil está libre de "ismos" (p. 195). La civilidad implica que la sociedad civil global está marcada siempre por la ambivalencia moral (lo que tiene un notable parecido con la Moral de la ambigüedad, de Simone de Beauvoir) (p. 197). Sostiene sin embargo que no cabe admitir que todas las morales que conviven sean igualmente válidas. "La coexistencia duradera de múltiples formas de vida morales requiere que todas ellas acepten incondicionalmente la necesidad de las instituciones de una sociedad civil (...) Es como si la sociedad civil exigiera a todos sus participantes o miembros potenciales la firma de un contrato: el reconocimiento y respeto del principio de la sociedad civil global como principio ético universal que garantiza el respeto de las diferencias morales." (p. 199). Es decir, al final sí era cognoscible la sociedad civil global que es un "ideal ético universal" (p. 200) todo lo cual, a mi modesto entender, constituye una manifiesta petición de principio ya que la angustiosa búsqueda de un fundamento ético universal aparece sustituido por el Deus ex machina de la propia sociedad civil global convertida en ese mismo principio ético que necesita para fundamentarse. Francamente, no se ve por qué esta finta, análoga a la hazaña del barón de Munchhausen de sacarse a sí mismo del pantano tirando de sus propios pelos, ha de mostrar menos contingencia y menos principios autorreferenciales que los de algunas posiciones éticas que Keane critica.
Aunque no creo que el autor consiga probar -y menos empíricamente- la existencia de esa sociedad civil global, la cosmocracia y muchísimo menos su fundamento ético, el libro es muy interesante, ameno, bien razonado, con muchas referencias cultas y mantiene una posición bastante verosímil y racional.
Una última palabra sobre la traducción: quizá para faltar a la costumbre es muy buena. El traductor: Joan Quesada.