Hace ya algunas semanas y hasta primeros de enero del año que viene la Fundación Juan March de Madrid alberga una interesantísima exposición temática de conceptualismo moscovita entre 1960 y 1990. Es la primera vez que se ve conceptualismo ruso en España y afirmo que merece y mucho la pena. Al menos para mí que nunca había tenido oportunidad de ver una muestra tan completa de esta corriente de la que sólo conocía alguna reproducción aquí o allá de alguno de sus representantes más característicos, como Ilya Kabakov o Dmitri Prigov. En esta exposición, en cambio, están casi todos y con una amplísima representación de sus trabajos, cosa nada fácil dada la enorme y original variedad de los soportes en que están hechos, ya que no solamente se trata de los medios bidimensionales de representación artística (cuadros, grabados, ilustraciones, fotografías) ni siquiera de la imagen proyectada en movimiento (vídeos), sino que hay todo tipo de objetos, desde artilugios médicos a mobiliario, pasando por pancartas y carteles de varios metros y otros tipos de objetos (redes, cuerdas, etc) empleados para las típicas creaciones de las afueras de la ciudad, de Andrei Monastyrski, o sus acciones colectivas en las que hay carreteras, bosques, fosas, etc. Al respecto es muy de aplaudir el esfuerzo que ha hecho la Fundación Juan March para posibilitar un acceso completo a estas complicadas manifestaciones artísticas. Los comisarios se han encargado asimismo de editar un estupendo catálogo en español e inglés en el que, además de algunos estudios muy pertinentes de especialistas, el lector curioso encuentra textos históricos decisivos muy difíciles de hallar por ahí como el estudio de Boris Groys sobre el Conceptualismo romántico moscovita o los del citado Andre Monastyrski sobre las Afueras de la ciudad, y todo ello tanto más necesario cuanto que, al ser conceptualismo, el texto ocupa un lugar igual o superior a la imagen. A veces sólo hay texto y, dado que está en cirílico, plantea problemas difíciles de superar para el aficionado, lo cual explica, en parte, por qué es tan poco conocido el conceptualismo de Moscú y por qué el programa de mano de la exposición incluye una guía para entenderla. El catálogo trae las correspondientes traducciones, imprescindibles, por ejemplo, para comprender el trabajo de Viktor Pivoravov, de los seis paneles de la serie Proyectos para un hombre solitario (1975), en concreto, el que aquí se reproduce que es el Régimen diario de un hombre solitario.
El conceptualismo moscovita está vinculado al arte conceptual occidental en muchos aspectos siendo uno de los esenciales la creciente sustitución de la imagen por el texto que aparece teorizada en los trabajos de Sol Lewitt y en la nueva consideración de la proyección artística de los objetos que ya había empezado en los ready mades de Marcel Duchamp. Pero al mismo tiempo tiene su propio curso, su propia tradición y su propio medio. Y no sólo porque siendo el texto cirílico haya problemas de comprensión, sino porque es una corriente artística que surge en los años del comunismo, cuando el canon estilístico en todas las artes es el realismo socialista, al que alguien definió irónicamente como "chica encuentra tractor". Por supuesto, el conceptualismo se desarrolla al margen del arte oficial soviético y en lucha contra él. Pero no se crea que se trata de una lucha esencial de forma que la escuela sólo fuera comprensible como oposición al arte oficial. En absoluto. Lo grande del conceptualismo es que, despreciando el arte institucional y burlándose de él, lo adapta a sus necesidades y además crea sus propias manifestaciones a su vera y al margen de él. El famosísimo cuadro ¡Aprobada! (Una purga del partido), de Ilya Kabakov (1983) es una burla genial de las grandes composiciones del arte comunista a mayor gloria de los camaradas Lenin y Stalin y de eso hay bastante en el conceptualismo moscovita.
Pero lo mejor de la corriente no surge de la confrontación con el realismo socialista sino de lo que los alemanes llaman la Umfunktionierung, de éste, de lo que también se conoce como su canibalización, del aprovechamiento del canon estético comunista para otros fines, algo que vincula a los conceptualistas con los situacionistas occidentales, como puede verse a la izquierda en el detalle del enorme cuadro de Grisha Bruskin, Léxico fundamental I, que es un burlón y formidable repaso al concepto imperante en la estatuística representativa soviética, hecha de patrones fijos que ensalzaban distintas profesiones y andaduras de la vida. Tanto en este caso como en el de más arriba la experiencia artística conceptualista hace referencia a un hecho que a los occidentales nos resulta difícil de captar pero que era el pan nuestro de cada día, la experiencia cotidiana de los ciudadanos soviéticos: el discurso oficial permanentemente repetido por todos los medios, omnipresente, de que estaban viviendo en una sociedad buena y que se acercaba a la perfección que estaba ya al alcance de la mano. Para nosotros, los occidentales, la utopía es un concepto irremediablemente ubicado en un brumoso futuro; para los soviéticos era la experiencia diaria porque eso era lo que les decían las autoridades, que vivían en el futuro de los países capitalistas, en la utopía. Lo que hicieron los conceptualistas fue ponerse a imaginar y a representar cómo se vivía la vida cotidiana en la utopía y el resultado fueron esos"proyectos" del hombre solitario de Pivovarov, o el "léxico fundamental" de Bruskin, así como muchas otras obras fascinantes que se encuentran en esta exposición y que, muy a mi pesar, no puedo reproducir: textos descriptivos minuciosos de cómo vive un ciudadano en un mundo perfecto, qué hace, en qué casas habita y cómo se relaciona con los demás. Todo esto convivía difícilmente con el adocenado arte oficial soviético y las autoridades no le daban muchas facilidades, pero no podían reprimirlo porque, aun sabiendo, que eran manifestaciones corrosivas del "espíritu soviético", no le hacían frente de modo directo. Es una prueba de la potencia del arte en contextos represivos. Por supuesto, la difusión y publicidad de estas creaciones que hoy son consideradas con justa razón como la más genuina manifestación del arte soviético de aquellos años sórdidos de forma que sus creadores son los más cotizados en el mundo, tenía que asegurarse por mecanismos informales, samizdats y círculos de amigos.
El conceptualismo moscovita, muy pendiente del arte occidental tuvo asimismo su propio pop art que, para desesperación de los comisarios estéticos se llamó Sots art (de arte, socialista, claro, menudo sentido del humor), una de cuyas más evidentes manifestaciones puede verse más arriba, en la obra de Komar & Melamid, Post-Art No. 1 (Warhol) un obvio homenaje a Andy Warhol pasado por lo cutre del realismo socialista y el desastre del socialismo real. Y no solamente eso, el conceptualismo reconoce sus raíces rusas en las vanguardias artísticas bolcheviques, previas al estalinismo, en el futurismo y el suprematismo. Véase si no esa genial síntesis de Aleksandr Kosolapov, Malevich (1993) que aúna el nombre del gran suprematista con un diseño de cajetilla de Marlboro.
Normalmente la Fundación Juan March hace una muy meritoria labor de difusión del arte (pintura y música, sobre todo) pero con esta exposición ya se ha ganado el derecho al aplauso para todo el año.