Se me había pasado este interesante libro de Philip Resnick (La democracia del siglo XXI, Anthropos, Barcelona, 2007, 191 págs) que comento ahora, antes de que se me haga tarde.
Resnick se cuenta entre el plantel de importantes nombres en filosofía y teoría política que ha dado Canadá en los últimos años, a los que también se suman, aunque en otras perspectivas, gente como Will Kymlicka o Charles Taylor entre otros. Especializado en teoría de la democracia, con singular atención a sus raíces griegas, es la suya una visión normativa de centro izquierda como él mismo reconoce (p. 50), socialdemócrata, en permanente diálogo con las otras perspectivas actuales como la liberal o la comunitarista.
La obra en comentario es una recopilación de trabajos académicos publicados en la segunda mitad de los años noventa y primeros cinco del siglo XXI con lo que se hace justicia al título, y se divide en tres apartados: a) la democracia global; b) participación y sociedad civil; y c) nacionalismo, cosmopolitismo y retos de la teoría política democrática. Efectivamente, algunos de los puntos esenciales del debate teórico político sobre democracia en la actualidad.
En el primer apartado (tres capítulos), Resnick pasa revista a las cuestiones que se plantean a la teoría política de la democracia en la época de la globalización. Tiene aquí un primer contacto con las concepciones cosmopolitas de David Held a quien, sospecho, mira con cierto escepticismo por considerar sus propuestas en el campo de lo útópico (p. 55) si bien cuando le corresponde a él hacerlas respecto a lo que serían las estructuras institucionales de una hipotética democracia global no me parece que vaya más allá (p. 71). Sí tiene, desde luego, capacidad sintética cuando afirma que dos de los problemas esenciales al hacer una propuesta de democracia global son: los problemas de la definición étnica del demos, un cuestión peliaguda que abordará luego en la tercera parte al hablar del nacionalismo y el de las identidades religiosas, cuestión no menos peliaguda y que no aborda más tarde. En todo caso, me gusta su elegante formulación de los elementos griegos trasladados a la posible democracia global: la isonomía (o igualdad ante la ley), la isegoría (o igualdad de acceso al ágora) y la isomoiría (o igualdad de condiciones económicas) que se ajustan al tiempo en que vivimos siendo la manifestación de la tercera el Estado del bienestar cuya máxima formulación, piensa Resnick, se dio en el consenso socialdemócrata de la guerra fría en Europa.
La segunda parte tercia en la polémica sobre democracia participativa y sociedad civil hoy. Luego de reconocer el interés de la distinción ilustrada entre la libertad de los antiguos y la de los modernos, Resnick se aferra a la conveniencia de impulsar la participación democrática. Admite que la democracia directa tiene pocas posibilidades en el Estado moderno (no hace ni mención a las posibilidades del ciberespacio, lo que no deja de ser curioso) pero sostiene que no está muerta, como se comprueba con el activismo político social en los Estados Unidos y Europa desde los años setenta hasta hoy (P. 89). Detecta el autor una serie de consultas populares producida en los años noventa en Europa y Canadá (en Dinamarca contra Maastricht en 1992, en Francia en el mismo año, en Suiza en contra de la Unión Europea, en el Canadá en 1992 en contra del acuerdo de Charlottetown, en Italia en 1993 para cambiar el sistema político) a los que llama "plebiscitos antipolíticos" que le parecen llenos de promesas para la participación de la gente en el futuro en contra de la política tradicional (p. 95). Termina esta segunda parte con una consideración ambivalente de la reaparición del concepto de la "sociedad civil" en Europa. Fue decisivo en su opinión en el hundimiento del comunismo cuando lo invocaron gentes como Michnik o Havel (p. 104) pero entiende que los teóricos occidentales han acabado hipostasiándolo para predicarlo a los países del Tercer Mundo un poco en la línea del imperialismo conceptual que llevaba la famosa teoría de la modernización (p. 113), un ingenioso punto de vista que el autor reconoce honradamente que se le había ocurrido a otra persona que cita.
La tercera parte aborda los temas de la democracia, nacionalismo y cosmopolitismo con una última referencia a Hobbes. Su posición es ecléctica: así como hoy el nacionalismo y la democracia comparten el mismo supuesto (la soberanía popular) y van en buena medida de consuno, tanto si se trata del nacionalismo "político" a la francesa como del "cultural" a la alemana, también hay una complementariedad entre el nacionalismo y el cosmopolitismo: "Para decirlo de otro modo, es preservando nuestras identidades locales y nacionales como identidades primarias, más que borrándolas, como tendremos una modesta posibilidad de llegar a realizar algo del ideal cosmopolita." (p. 147). No dejo sin señalar que Resnick cita con aprobación la idea crítica de Pierre Bourdieu de que lo que llamamos "globalización" es un nombre para enmascarar en buena medida la política hegemónica de los Estados Unidos (p.141).
El último capítulo A la sombra de Hobbes hace una brillante síntesis del pensamiento del filósofo inglés y le contrapone una de cosecha propia que debe entenderse como una propuesta programática normativa. Según Resnick, la concepción hobbesiana se caracteriza por tres datos: a) el hombre es un lobo para el hombre; b) el valor político máximo es el orden; y c) demasiada democracia sólo podrá entorpecer el gobierno eficaz (p. 152). Frente a ello, sostiene, hay que reconocer que: a) las tendencias a la solidaridad son tan intensas como las contrarias; b) el valor máximo es el de la libertad y no por ello vivimos en el desorden en nuestras democracias; y c) hay una clara tendencia a incrementar los mecanismos de participación democrática en nuestras sociedades (p.158).
El libro de Resnick es una exposición de una teoría política democrática razonablemente participativa, igualitaria y adaptada a las necesidades y circunstancias de la globalización.