dimarts, 15 d’abril del 2008

La infame posguerra (I)

Magnífico libro el de Juan eslava Galán (Los años del miedo, Barcelona, Planeta, 2008, 552 págs); magnífico por su contenido y por su estilo. El contenido es la vida cotidiana de los españoles entre 1939 y 1952. Un tiempo que ha sido ya varias veces historiado desde muy distintos y hasta opuestos puntos de vista; basta con mencionar las obras de Rafael Abella y Fernando Vizcaíno Casas. Un tiempo singularmente sórdido, angustioso, miserable, que ha marcado a un par de generaciones que después fueron las protagonistas de la transición.

El estilo es muy ameno y original. No se trata de un trabajo erudito de historia. El relato es riguroso y está documentado casi todo él en fuentes publicadas, o sea sin el aparato habitual de los historiadores académicos. Pero también es un reportaje periodístico que está contado con elementos de ficción en los que el autor, que es reconocido novelista, tiene verdadera maestria. El resultado es una obra que agarra al lector desde las primeras páginas y ya no lo suelta hasta las últimas, habiéndolo hecho llorar o reír alternativamente o llorar y reír al mismo tiempo, así como indignarse en ocasiones, en otras apenarse, asombrarse, dolerse, compadecerse y hasta pasmarse a medida que el autor va narrando su historia, sin que el conocimiento previo de mucho de lo narrado reste un ápice a la sinceridad de estos sentimientos. La historia de nuestro país en aquellos años de postguerra, la historia de la miseria, el hambre, el miedo, la frustración, el odio, la represión, la carroñería, la corrupción, el ridículo, el sufrimiento; la historia de un país en el que más de la mitad de la población había perdido una guerra civil y quedó a merced del vencedor, que no tuvo ninguna durante años, que continuó con su labor de exterminio del enemigo, sus familias y sus obras. Un país abandonado de las potencias exteriores y sometido a una bestial cuanto ridícula tiranía política, cultural y religiosa, perfectamente retratada en este medio millar de páginas del que entresaco una reflexión que para el autor delata el espíritu terrible de la época y para mí también: la gente tenía tanto miedo que el consejo que se daban unos a otros era el de "no significarse". No hacerse notar, en definitiva, disimular, no hacerse ver para que no cayera sobre ti la estúpida arbitrariedad de unos vencedores que no tenían cortapisa ni escrúpulo algunos a la hora de maltratar y hasta asesinar a los sopechosos de rojos; para que no se encendiera la inquina y el odio de unos vencedores que jamás, jamás, durante cuarenta años dieron cuartel a los vencidos.

Por supuesto, hace falta haber vivido eso directamente para contarlo con el genio con que lo hace Eslava Galán y también, ¿por qué no? para leerlo con el aprovechamiento con que podemos hacerlo quienes más o menos somos de su generación.

El libro, hecho a base de capítulos muy breves, de cinco a diez páginas como media y abundantemente ilustrado con fotografías del fabuloso fondo de la editorial Planeta, constituye un extenso retablo de la vida de los españoles en aquellos años, pintado con tanto ingenio, lujo de detalles y sentido del humor que sería vanidad por mi parte pretender resumirlo en este post. Sí cabe decir, no obstante, que la obra se estructura en tres grandes tipos de asuntos que aparecen mezclados a lo largo del relato: de la vida cotidiana, de la política nacional y de la política internacional.

La vida cotidiana cubre un campo vastísimo dominado por el común denominador del atraso del país, atraso del que, con su reconocida estolidez, se gloriaban los jerarcas del régimen, como se observa en esta cita que el autor toma de la obra del primo de Franco, Francisco Franco Salgado-Araujo: No queremos un progreso liberal, capitalista, burgués, judío, protestante, ateo y masón. Preferimos el atraso de España. (p. 55). Y atraso hubo a mansalva: el atraso del hambre, de las tortillas de patatas sin patatas y sin huevos, del estraperlo al que todo el mundo recurría para sobrevivir, del gasógeno, de los zapatos de Segarra (y la corrupción con que se montó este negocio); ahí va: hambre, "pertinaz" sequía, escasez de viviendas, epidemias, sarna, chinches, piojos grises y piojo verde, estilográficas a plazos, talleres de restauración de cepillos de dientes, alpargatas en lugar de zapatos, colas para mendigar la sopa sobrante en los cuarteles, tranvías abarrotados hasta los topes, trajes vueltos, retales, recortes, realquilados... Los extranjeros que visitan España consignan su olor a guano, a miseria, a roña acumulada, a aceite refrito, a grasa rancia (p. 75).

Su excepcional sentido del detalle permite a Eslava Galán describir escenas inolvidables y muy significativas. Las páginas sobre la prostitución, abundantísima en aquellos años y recorriendo toda la escala social, desde las putas más caras hasta las más miserables, son un diagnóstico inapelable de una sociedad empobrecida, perseguida, reprimida... puteada. Lo mismo que los relatos sobre las diversiones populares, singularmente los bailes y en especial en la capital, en donde eran más vigilados por la autoridad civil y eclesiástica que se metía en cómo bailaba la gente, cómo se bañaba, cómo se vestía y qué hacía con su tiempo libre. Recoge Eslava alguna cita del padre Laburu, S.J., tomada a su vez de Abella: El peligro de las playas radica en que la exhibición impúdica hace que las pasiones se desborden en lujuriante actividad y violen, por tanto, procazmente los altos fines de la Divina Providencia (p. 321).

Por supuesto, España, la hija predilecta de Roma, la vencedora del comunismo, pertenecía al Occidente industrial y científico y en algunos aspectos descollaba, por ejemplo en el episodio que recoge el autor del ciudadano que dijo haber inventado un motor que funcionaba con agua (p. 271), si bien no se hace eco de la leyenda según la cual llegó a ofrecérselo al Caudillo. En todo caso, sólo las instalaciones sanitarias de las casas dan una idea del grado de desarrollo y adelanto del país: En algunas casas, el retrete es colectivo, situado en una zona común. En otras, es individual, en un cuartito angosto que sólo deja espacio para el inodoro y para un clavo en la pared, al alcance del usuario, en el que se ensartan recortes de periódico reciclados como papel higiénico. Sólo en las casas de los pudientes se gasta auténtico papel higiénico, por lo general moreno y basto, de una sola capa, marca El Elefante." Y está hablándose de la capital.(p. 466)

En este país el dominio de la Iglesia es absoluto. Habiendo ayudado a legitimar la guerra como cruzada, Franco la convierte de cómplice en pilar de su régimen y genera el "nacionalcatolicismo", una aberración que empezó consagrando solemnemnte al Caudillo como si fuera el ungido del Señor y acabó impregnando hasta los últimos intersticios de la vida nacional, hasta llegar a aquella apoteosis del Congreso Eucarístico Internacional de Barcelona de 1952 en cuyo momento solemne se administró medio millón de comuniones: Durante el decenio de los años cuarenta y buena parte del siguiente, menudearán Santas Misiones, Vía Crucis, Adoraciones Nocturnas, Manifestaciones Eucarísticas, Ejercicios Espirituales, procesiones, meses de María, Misas del Gallo, retiros, primeros viernes de mes, triduos, besamanos, novenas, quinarios, peregrinaciones, visitas a los sagrarios, monumentos al Corazón de Jesús, entronizaciones de Vírgenes, roperos parroquiales. tómbolas diocesanas, mesas petitorias, rogativas para impetrar lluvia, fiestasantos, romerís, bulas de Santa Cruzada, sermones, Rosarios de la Aurora, fiestas patronales, misas de campaña, de acción de gracias, de difuntos y visitas a los Monumentos, además de los zapatos nuevos de suela de tocino recociendo el pie y levantando ampollas en el maratón de los acaparadores de indulgencias." (p. 53)

En una España miserable y preterida, los asuntos del corazón tienen una enorme trascendencia. Eslava se detiene en tres momentos que dejaron honda huella en el ánimo de nuestros compatriotas. El primero, la visita de Evita Perón, embajadora de la Argentina (p. 403) que tanto contrastaba con doña Carmen Polo de Franco y que se marchó horrorizada de lo que había visto. El segundo, la boda del siglo, el enlace de la Duquesa de Alba, Cayetana Fitz-James Stuart y Silva con Luis Martínez de Irujo y Artacoz, hijo de los duques de Sotomayor en 1947. El tercero, el mundo de la cinematografía, el impacto arrollador que en la reprimida España tuvo la película de de Rita Hayworth, Gilda y la presencia en el país de Ava Gardner, por entonces en unas relaciones amorosas muy movidas con Mario Cabré, en quien todos los españoles se proyectaban, para rodar Pandora y el holandés errante (p. 497), una película, por cierto, bien curiosa e interesante en la que Gardner comparte cartel con James Mason.


NB. Se me acaba el tiempo. Quede para mañana el resto de la reseña de tan interesante libro con los comentarios sobre los asuntos de política nacional e internacional de aquel primer franquismo.