divendres, 7 de setembre del 2007

El corazón de Almudena Grandes.

Por consejo de una amiga estas vacaciones, entre otras cosas más o menos entretenidas, he leído El corazón helado, la última novela de doña Almudena Grandes, editada por Tusquets con sus 932 páginas, dos tercios de Guerra y paz y algo menos que Ana Karenina. Es un libro interesantísimo tanto por lo que cuenta por cómo lo cuenta. Peazo novelón de esos de novela-río, saga familiar que tiene muchos puntos en común con Malena es un nombre de tango, también una historia de familia, mejor de familias, ya que toda familia es una mezcla de más familias anteriores, con odios y enfrentamientos que han durado generaciones, que los hijos y nietos heredan a veces sin saberlo y solucionan -si los solucionan- a su manera. Casi se diría que El corazón es como una especie de continuación de Malena, no en la trama ni en otros aspectos narrativos, sino en el nudo de la cuestión, la rebelión del individuo en, por y contra de la familia. En ambos casos la narración quiebra el orden cronológico y sigue un ritmo que administra la autora para ir planteando enigmas y resolviéndolos en su momento. El corazón es más pronunciadamente experimental porque alterna narradores entre la tercera y la primera personas, mientras que Malena está contada sólo en primera persona.

Y primera persona chica, que en El corazón es chico. La escritora tiene ya la parejita, como dice un personaje con ironía en Malena y más o menos de la misma edad en el momento crucial de los relatos ya que es ella en ambos casos. Cosa que se nota. Sus dos protagonistas femeninas, Malena y Raquel (la de El corazón) son dos personalidades. Malena tiene bastante más de Lulú que Raquel y resulta más auténtica y menos restringida, tiene un comportamiento más romántico, más byroniano; mientras que en Raquel la pasión puede conjugarse con fríos cálculos de interés económico. En las dos vive, lucha y se resuelve una contradicción pero, en el caso de Malena no es entre la pasión y el cálculo, sino entre la pasión y el sometimiento conyugal a un marido al que no quiere y que no le da el sexo que necesita.

En El corazón, el chico que habla en primera persona lo hace de forma convincente, si bien a veces tiene unos curiosos toques femeninos que saltan a la vista, especialmente en las descripciones. A no ser que los hombres de treinta y cuarenta años hoy se fijen al detalle en cómo van maquilladas y vestidas las mujeres con las que salen aparte de comprobar si, sea lo que sea que se hayan hecho, les sienta bien o mal; y no solamente se fijen, sino que sepan analizar un maquillaje con los nombres adecuados a sus partes componentes. Álvaro Carrión, un físico teórico, amante padre de familia y fiel marido (con algunos escarceos de congreso en congreso), solícito hijo y preferido de su padre, que acaba de morir, emplea toda la novela en relatar la peripecia por la que, haciendo arqueología familiar, en busca de una abuela de la que nunca supo nada y cuya memoria le había sido ocultada, se descubre a sí mismo, se encuentra o se reencuentra. Básicamente es la estructura de un peregrinaje de autoconocimiento, como en los Bildungsromane, esos tochos que escribían los alemanes para relatar los años de aprendizaje de un héroe y que definieron una época.

Y aquí vuelve la omnipresente familia. Se ve que la señora Grandes es escritora de género de familia, si tal cosa existe. La sacrosanta institución social está presente en todas sus obras lo que sucede es que, a medida que la autora crece, en el sentido espiritual, las familias se van haciendo más frondosas, abarcan más generaciones y más ramas colaterales; o, si se quiere, la señora Grandes -que obtuvo el premio de "La sonrisa vertical" de veinteañera- ha ido transitando por los distintos estadios que la organización social asigna al individuo dentro de la familia: hijo/a, madre/padre y ya le llegará el de abuelo/a, y su visión se ha ido enriqueciendo haciéndose más compleja.

No sé quien dijo la merluzada de que la familia es el núcleo del género novelístico, como si El asno de oro, Tirant lo Blanc o Amadis de Gaula no fueran novelas, aunque la familia no exista o no pase de ser la amada por la que uno abre la cabeza a los adversarios en los torneos. Muertos los tiempos clásicos y los de caballerías, siendo las familias los medios que marcan decisivamente la formación de las personas, incluidos los escritores, y en los que se sigue conviviendo en relaciones más o menos laxas toda la existencia, es lógico que sean el territorio novelístico por excelencia. Hay cosas en esta novela de la señora Grandes, como el hecho de que parte del relato sean historias que cuentan unos personajes a otros, narraciones de narraciones que recuerdan mucho la literatura clásica española y sólo pueden darse en familia porque aquella costumbre de contar cuentos en las ventas de los caminos al primero que pasa ya no se practica.

En la familia es inevitable ir al psicoanálisis que es como la otra cara narrativa de la vida familiar que quiere ser científica y, a veces, es más literaria que la misma literatura. Resulta así que la historia de Julio Carrión podría leerse como una exposición del complejo de Edipo, en la medida en que el hijo zanja cuentas con el padre. Pero más llamativo me parece que sus mujeres den la impresión de ajustarse a ese oscuro patrón de seguridad y autonomía femeninas cruzadas por un ramalazo masoquista que las hace entregarse a quien las posee con dominio, incluso con una punta de violencia y que tanto debate ha suscitado en el psicoanálisis. No es mucho el caso de Raquel, aunque algo de ello haya en esos retazos de autobiografía que traza aquí y allá, pero sí el de Malena quien en varias ocasiones explica la profundidad de su amor, su entrega total, admitiendo la posibilidad de ser víctima sacrificial a manos de su amante mientras folla con él. Es un asunto turbio que probablemente lo sea siempre, pero resulta interesante que lo formule una mujer. Me recuerda los personajes femeninos de Ayn Rand, una escritora ruso-americana, que suelen enamorarse perdidamente del hombre que las domina e incluso las viola.

La señora Grandes es también una escritora madrileña. Es de Madrid, le gusta la ciudad, la lleva en el nombre y eso se aprecia en las contadas pero oportunas referencias que hace a la capital. No se regodea describiéndola porque el paisajismo no es lo suyo, ni siquiera el paisajismo urbano. Es más una escritora introspectiva, psicologista. Los protagonistas se pasan la vida estudiándose y tratando de comprenderse. Pero Madrid se le da bien. En El corazón se describe una casa en la zona del Conde Duque, otra también céntrica como por Doctor Castelo (aunque no lo recuerdo bien) y la tercera, en la calle Villanueva, que debe de haberse inspirado en el Villamagna. Luego aparece La Moraleja, pero está más borrosa. En Malena salía mucho Martínez Campos y el barrio Maravillas. Yo, que viví de niño y adolescente en San Bernardo, me acuerdo muy bien de las monjas del parque de Monteleón. Y Te llamaré viernes sucede como por la Corredera, pero tampoco estoy seguro.

El tercer personaje en esta novela es la República y la guerra civil. Malena arrancaba con la conquista del Perú, pero el acontecimiento decisivo, gracias al cual había novela, sucedía a raíz de esq guerra guerra. El corazón es más directa, unidireccional, ahorrativa, pues es un relato de ahora mismo que gira en torno a las consecuencias de una concatenación de hechos que resultan decisivos en la República y, sobre todo, la guerra civil. Hay momentos en que ésta, su clima, sus gentes, sus hechos, toman el relevo hasta el punto de que el lector piensa que está leyendo dos novelas entrelazadas, sensación que agudiza la autora cambiando la perspectiva del narrador de la primera a la tercera personas.

Como en España esto de la guerra civil sigue tan vivo y tan palpitante con unos diciendo que se deje a los muertos donde quiera que estén y otros que hay que encontrarlos para lavar una indignidad histórica, el asunto se politiza de inmediato y a ello hay que referirse porque esa politización está inserta en el título que remite a los versos de Machado. Pero antes quiero dejar apuntada mi opinión sobre por qué se vuelve tanto en literatura a la guerra civil y que, a mi parecer, tiene poca relación con el hecho de que fuera eso, civil. Antes bien, se trata sencillamente de que fue una guerra y las guerras son todavía mejores que las familias para ambientar novelas ya que en ellas los seres humanos actúan al límite de sus posibilidades, en contextos dramáticos, decisivos, únicos, irrepetibles. De hecho, la literatura se nutre en buena medida de la guerra y no hay batalla que no tenga su relato, desde la Iliada hasta Por quién doblan las campanas. O esta misma novela que, cuando se le acaba la guerra civil, la prosigue en el llamado Frente del Este de la División Azul. Téngase en cuenta que al no participar en las dos guerras mundiales España perdió un filón literario (basta recordar la explosión de narrativas en torno a ambas contiendas en el extranjero) que no podría sustituir con la guerra de África que más parecía expediciones de castigo en la cábilas.

Mas en concreto sobre la guerra civil, que es tema que apasiona a la señora Grandes, su manera de hablar de ella, la forma en que los protagonistas bucean en el pasado en busca de misterios que les expliquen su ser de ahora, revela el caso de quien creció en una familia más o menos "del Régimen", sin conocer lo que sucedió en realidad, sin hablar de ello, siendo los abuelos quienes participaron en la contienda; alguien también para quien la recuperación de la memoria de lo que entonces sucedió de verdad, la recomposición del rompecabezas del pasado constituye una tarea esencial de reintegración de un yo sin atributos. Su contundente rechazo de la Dictadura como una época de miseria moral, de aniquilación del recuerdo, de engaño, disimulo y falsedad suena como una especie de declaración programática de una generación.

Para uno que, como yo, creció en una familia en la que fueron los padres, no los abuelos, quienes hicieron la guerra y, en el caso de los míos, la perdieron, pero se mantuvieron siempre fieles a sus ideales y no ocultaron ni tergiversaron nada a sus hijos (al margen de la natural tergiversación que todo relato humano lleva) y que, en consecuencia, somos probablemente de la generación de los padres de la señora Grandes, estos sus descubrimientos resultan emotivos. Es interesantísimo (y, por cierto, excelentemente documentado) el retrato que hace de la defensa de Madrid, los frentes en la Universitaria, en la carretera de Extremadura. Su comprobación final de que todo terminaría en un rosario de traiciones, primero la de Casado en Madrid, luego la de Francia e Inglaterra en Alicante y por último la de todo el mundo en 1945, deja un poso amargo de dureza y desesperación, el que hace que el abuelo republicano hable de que España es "un país de mierda".

La descripción del campo de Albatera, al que los fascistas llevaron a los republicanos que cogieron hacinados, abandonados de todos y desesperados en el puerto de Alicante es espléndida y también muy bien documentada. Coincide con el relato que nos dejó uno que estuvo en él el tiempo suficiente para no olvidarlo el resto de su vida, Eduardo Guzmán. Es en ese campo en donde la autora sitúa uno de los episodios más hermosos y terribles de esta estupenda novela y que no relato por no estropeárselo a los lectores a quienes aseguro que encoge el alma. Extraordinaria también la descripción de los campos de concentración de Francia, tanto de las condiciones físicas en que estaban los concentrados como de su comportamiento en todos los órdenes de la vida. Por eso he puesto dos dibujos de Uxío Souto (uno que pasó por ello), relativos al cruce de los Pirineos y a un campo de concentración en Francia para que se vea cómo vivían en 1939 aquellos hombres que venían de luchar con las armas en la mano en contra del fascismo (se encuentra en Ciudad de la pintura).

A todos estos valores hay que añadir que la novela está escrita con una gran agilidad en un castellano vibrante y que tiende un puente entre aquella guerra, tan viva como siempre en el recuerdo de las generaciones, en especial de las que hoy, libres del miedo que atenazó a sus padres (y que yo comprobaba siempre porque era algo que me llamaba la atención en mis coetáneos), reclaman la recuperación de la memoria de todos los que murieron con el corazón helado.