divendres, 26 de juny del 2009

El rey del claroscuro.

La magnífica exposición de Sorolla en El Prado sigue abierta hasta el seis de septiembre y ya no tiene las larguísimas colas de los primeros día, de forma que puede visitarse con relativo sosiego. Y merece la pena porque es la más amplia recopilación de la obra del pintor valenciano que haya visto hasta la fecha ya que incluye desde su obra juvenil a los famosos murales de la Hispanic Society of America en Nueva York, poco antes de su muerte. Los fondos proceden de tres fuentes principalmente, la dicha Society, el propio Prado y el Museo Joaquín Sorolla, que se encuentra en su casa en Madrid, calle General Martínez Campos y es poco conocido y menos frecuentado y eso que tiene muy famosos cuadros del pintor.

Joaquín Sorolla es uno de esos artistas a los que sonríe la vida, que ha triunfado en ella y es hombre reconocido en sociedad, lo que le permite vivir desahogadamente. Lo cual explica la evolución temática de su obra, desde los primeros cuadros de crítica social un poco llorones hasta los espantosos murales por encargo de Mr. Huntington, el fundador de la citada Hispanic Society of America, pasando por los retratos de gente acomodada o los temas que le pemitían lucir su virtuosismo con dos de los elementos de la filosofía eleática: la luz (trasunto del fuego) y el agua y que tan bien se colocaban ya entonces en el mercado. Los murales, en cambio, como obra de encargo, de mecenas, responden a un programa iconográfico fijado desde fuera y que el artista ejecuta tratando de satisfacer al cliente lo que hace que, aun siendo de gran factura, con técnica depurada y mucho acierto, resulten lejanos, fríos y acartonados, casi como si viéramos postales gigantescas de una colección de los nobles pueblos y no menos nobles tierras de España. Por cierto, reflexión a tono con los tiempos, puesto a imaginar una presentación de España al pintor se le acabó ocurriendo que la mejor imagen de la España unitaria era la suma de las Españas locales. Aquí encontramos Cataluña, Valencia, Castilla, Guipúzcoa, Andalucía, Navarra, Galicia y Extremadura. Pero no hay un mural que se llame "España" con lo que nos hemos quedado con las ganas de saber cómo lo hubiera visualizado el artista.

Precisamente fue uno de temática social (¡Triste herencia!) el que, al hacerle ganar el Grand Prix de la exposición de París, ya lo consagró como pintor de fama internacional. Ello desembocó, por ultimo, como se sabe, en su reconocimiento en el mercado estadounidense de forma que cabe decir que Sorolla es el único español de su generación a quien la guerra de 1898 benefició objetivamente, así que su carácter era muy distinto al de pesimista de la generación del 98.

El mejor Sorolla para mi gusto es el intermedio entre los temas sociales y los murales, su periodo más rico, creativo e imaginativo. Hay algunos temas soberbios. Me fascinan los cuadros de bueyes entrando o saliendo de la mar para fondear o desfondear barcos de pesca. Es un asunto que no he visto tratado en otros pintores y, sin embargo, está lleno de intensidad evocadora, al contrastar dos fuerzas casi telúricas que rara vez entran en contacto: la del poderoso mar y los pesados bueyes, muchas veces pintados, sí, pero en su elemento más habitual, en la tierra.

La pintura de Sorolla es una forma de impresionismo, adaptado a la idiosincrasia de su público y del mismo artista. Muchas escenas populares, figuras humanas, desnudos de críos en la mar, un mundo vivo de destellos, de luces refulgentes, de brillos. El propio artista reconocía la indudable influencia de Velázquez a quien admiraba y llegaba a imitar, como en el famoso retrato de María Guerrero o el desnudo de la mujer en la playa. Pero donde alcanza el cénit es en aquellos trabajos en que es él mismo, el hombre del claroscuro. Un último detalle con acento de nostalgia: la obra de Sorolla es una mirada personalísima, creadora, genial, a un mundo que ya no existe porque muchas, casi todas las actividades humanas que el artista representa (remiendos de velamen, fondeo de barcas, pesca, recolecciones, etc) las realizan hoy máquinas. Si toda la pintura, a fuer de arte, testimonia del tiempo en que se hizo, en el caso de Sorolla ese testimonio toma carácter de documenta; un documental con una factura personalísima.

Los retratos de Sorolla (incluida la serie de autorretratos) son un mundo también distinto en el conjunto de su obra. Los hay por encargo, ajenos a la familia, y de la familia. Dentro de estos últimos, llaman la atención los retratos de su mujer, Clotilde, de quien decía estar muy enamorado y que, por lo que se ve en sus efigies (y Sorolla la pintó de todas las maneras) era una mujer de carácter fuerte, muy fuerte. De hecho, el pintor vivía en buena parte dominado por la señora, que se vestía y vestía a sus hijos a la moda fin de siglo, últimos coletazos de la época victoriana con una estética femenina marcada por la Reina María Cristina.

El curioso visitante podrá admirar y readmirar los cuadros más famosos del pintor, desde el célebre ¡Y aun dicen que el pescado es caro! hasta los retratos de la familia en Zarauz, a donde iban a veranear desde que Sorolla se había hecho famoso. Y también contemplar a algunos de los intelectuales más importantes de la época, desde don José Echegaray a Benito Pérez Galdós, pasando por Aureliano Beruete, Raimundo Madrazo o Ramón y Cajal.

En resumen, un valenciano de su tiempo y de todos los tiempos.