Este pequeño librito de Zygmunt Bauman (Archipiélago de excepciones con comentarios de Giorgio Agamben y debate final, Katz editores, Barcelona, 2008, 134 págs) según parece incorpora una ponencia en algún tipo de encuentro que no he retenido bien en donde Agamben estaba encargado de hacer una especie de glosa y otros asistentes (Anselm Franke, Tariq Ali, Eyal Sivan, Stephen Graham y Eyal Weizman), comentarios.
La ponencia es un discurso fluido, como corresponde a la tesis filosófica fundamental del autor para quien todo lo sólido se desvanece en el aire, como para Fausto; un discurso sobre la condición actual de las sociedades occidentales en el que emergen los puntos esenciales, nodales, del pensamiento de Bauman. Nuestras sociedades viven pendientes de la seguridad que pesa tanto que las antiguas preocupaciones por el bienestar social se han trasladado a la modalidad penal. Las fronteras vuelven a ser elementos esenciales porque hay que controlar a los emigrantes, fuente de conflicto, de confrontación con lo ajeno y extraño y que siempre será más fácil que controlar a las "infraclases", los marginados del interior.
Entre los emigrantes Bauman singulariza a los refugiados, esa parte de la población cuya producción en masa es la especialidad de los países del Tercer Mundo. La globalización ha traído la desregulación de las guerras y la consecuencia de éstas, los refugiados que no están en ámbito legal alguno, están fuera del nomos, son "residuos humanos" (p. 39) para los que hasta el Gobierno de Tony Blair había considerado la posibilidad de erigir varios "Bantustanes" en el Reino Unido. Los campos de refugiados están en la línea de las "instituciones totales" de Ervin Goffman pero, al mismo tiempo, responden a la perfección al modelo de lo "permanente efímero" de la modernidad líquida (p. 49). Vivir en un campo de refugiados es vivir instalado en la perennidad de lo efímero y transitorio. Hay palestinos que han vivido ya toda su vida, todo el ciclo de su vida, que han nacido y han muerto en una situación en que lo permanente es lo provisional.
Así que las sociedades tienen que sentirse seguras con los productos de desecho que ellas mismas generan y los que vienen de fuera. Para eso se amplían en todas partes las instalaciones carcelarias, para eliminar a la población de desecho (p. 64). Desde esta perspectiva todos los solicitantes de asilo son terroristas o criminales (p. 71), la misma idea de "asilo" se ha pervertido (p. 76) y la gente comprueba asustada que todos los ciudadanos podemos ser víctimas colaterales en un conflicto que a lo mejor ni siquiera entendemos.
Esta obsesión generalizada por la seguridad es en realidad el indicador del sentimiento más extendido en nuestras sociedades que es el miedo. Lo único que nos mueve, como en el perpetuum mobile, el miedo. Todo esto me suena bastante. Recuerdo que en 1985 publiqué un artículo en el número 43 (NE) de la Revista de Estudios Políticos enero-febrero, titulado Crítica de la conciencia contemporánea de catástrofe que trataba de estos asuntos y en donde se señalaba esa tendencia de los seres humanos a cultivar con cierto regozo la conciencia del vivere pericolosamente que habían ensalzado ya los futuristas. Lo que veo en la obra de Bauman y en la de los partidarios de las teorías de la sociedad del riesgo es que esa sensación de peligro, amenaza y miedo es una forma de desactivar la mala conciencia en el mundo contemporáneo.
Sólo la difusión del miedo en la sociedad explica según Bauman la moda de los autos "Hummer" en los EEUU, esas especies de carros de combate con las que las personas se desplazan por las calles de las ciudades como si salieran de una película de Mad Max. Es lo único que puede compensar por esa visión del mundo a través de la televisión que, citando a Ray Surette se compone de "unos ciudadanos-ovejas protegidos de los delincuentes-lobos por unos policías perros pastores (p. 94). El único estado que parece valorarse en nuestras sociedades es el Estado de seguridad" (p. 100).
"El miedo", dice Bauman, "constituye, posiblemente, el más siniestro de los múltiples demonios que anidan en las sociedades abiertas de nuestra época. Pero son la inseguridad del presente y la incertidumbre sobre el futuro las que incuban y crían nuestros temores más imponentes e insoportables". (p. 105) Pues, me temo, más o menos como nos ha pasado siempre a los seres humanos en esta vida en la que nos encontramos inexplicablemente.