dissabte, 11 d’agost del 2007

Psicología del pánico.

El terremoto de las bolsas tiene una pinta fatal. No haya cuidado que no he de ponerme a contar los miles de millones de euros, dólares, yenes, libras, dólares canadienses y dólares australianos que los respectivos bancos centrales están bombeando a disposición de la banca privada. Tampoco me dedicaré a contar cuántos y cuáles fondos de inversión, fondos hedge, empresas de créditos inmobiliarios están suspendidas, quebradas o con el agua al cuello. Ni a salmodiar la cadena de cotizaciones a la baja en todos los mercados y pérdida de valor de los "selectivos" esto o lo otro. Son ganas de perder el tiempo porque el asunto es bien claro y el alud de noticias y la febril actividad de unos u otros actores (el presidente de los EEUU, el Banco Central europeo, el japonés, etc) únicamente obedece al propósito (no deliberado, ni siquiera querido) de crear un pánico. Lo esencial de un pánico es que el fin catastrófico está previsto y se haga lo que se haga para evitarlo, sólo se consigue acelerarlo. Si los bancos centrales intervienen porque intervienen, si no intervienen porque no intervienen. Un pánico es un cuerpo que se nutre de sí mismo y ha de reventar.

No conozco ejemplo más claro de la globalización que las crisis bursátiles. Ya se vivió una a comienzos de los noventa en la que lo característico era que las bolsas actuaban en comunicación permanente sobre las 24 horas: Nueva York-Frankfurt-Tokio. Cuando la una está cerrando, la otra está abriendo, la circulación de noticias no tiene pausa y las reacciones se aceleran. Lo que en Tokio es un temor, en Frankfurt pasa a alta probabilidad y en Nueva York es ya un desastre. Globalización.

Y capitalismo, claro es. El capitalismo es un juego de suma cero: siempre habrá unos que pierdan y otros que ganen. Según los especialistas, lo fastidioso de esta crisis y lo que corre el riesgo de convertirla en un pánico (los famosos run on banks de fines del XIX y primeros del XX) es que nadie sabe todavía quiénes serán los perdedores y en qué cuantía. Y no se sabe porque las operaciones de créditos hipotecarios "basura", esto es, de alto riesgo de impago no son trasparentes y se amalgaman, además, en paquetes de inversión con otros productos, con lo que se han diseminado por Occidente y Japón como si fueran bombas de racimo y no se sabe quién está pringado. Es un comportamiento muy característico del capitalismo: se abre un hueco legal y la posibilidad de hacer fabulosos negocios burlando algunas normas o usos vigentes, como los controles de auditoria de los préstamos, el equilibrio entre las disponibilidades y la masa prestada, la liquidez, etc y durante una época se hacen esos fabulosos negocios, hasta que el terreno se satura y empieza a ser negocio exigir trasparencia en un mercado opaco, caiga quien caiga. Una crisis.

De momento, manda narices la operación de salvamento que han hecho los bancos centrales, todos a una Fuenteovejuna, a ahogar el problema en dinero. ¿Y si el problema es como el Maelstrom, que todo lo engulle insaciable? Pues allá va el sistema financiero en mitad de un crash de campeonato. Pánico, ¿no? Obsérvese en el gráfico de la encuesta on line del The Guardian de ayer por la mañana: el 54% de los británicos cree que la crisis se convertirá en un crash.

Y es curioso que el sector público salga en defensa de actores privados que han hecho inversiones de alto riesgo en expectativa de más altos beneficios. En principio, lo mismo que hicieron los de Afinsa que pretenden que el Estado les reintegre sus inversiones en una reclamación con la que no todos tenemos porqué estar de acuerdo. Nada, nada, los señores bancos que jugaron al rápido beneficio con alto riesgo que pechen con las consecuencias.

La cuestión es: ¿y quién en concreto va a pechar? En primer lugar, los titulares de créditos hipotecarios que ya no pueden pagar la hipoteca por la subida constante de los tipos de interés y que están en el origen del problema. Pero, además, todavía se verán más acorralados puesto que esos libramientos de capitales en el mercado empujan al alza los tipos de interés. ¿Y qué me dicen de los titulares de fondos de pensiones? ¿Cuántos fondos de pensiones invirtieron en estos fondos de riesgo, en qué cantidad y quiénes van a pagar los platos rotos? Espero que al Estado español que hace poco metió en bolsa unos millones de la Seguridad Social no se le haya ocurrido invertir en estos fondos de créditos "basura".

Ignoro si, al abrir las bolsas el lunes, que será la de Tokio, seguirá el seísmo o no. Según reza un dicho, a los agentes de la bolsa neoyorkina no les gusta irse de finde en una situación de volatilidad e incertidumbre. Es mucho tiempo un finde. Pero esta vez no les ha quedado más remedio porque es su plaza la que desató la tormenta. El Dow Jones se ha quedado en ligeras pérdidas. A ver qué pasa. A ver si cuela que hay estabilidad. Desde luego, que lo diga el señor Bush no ayuda nada a hacer creíble la afirmación. A todo esto, los chinos dicen que quieren poner en venta un bocado de títulos de la deuda pública de los EEUU. Los chinos son, tras los japoneses, los mayores titulares de valores estadounidenses. El Imperio es una potencia militar. Pero la potencia militar es muy cara. Para mantenerla y mantener también el nivel de vida de los estadounidenses hace falta endeudarse mucho y el endeudado nunca está seguro. Que se lo digan a los de los préstamos hipotecarios.

Por lo demás, parece que la crisis del mercado hipotecario tiene dos manifestaciones en macabra coincidencia: los precios de las casas se están hundiendo, mientras que los tipos de interés del dinero siguen subiendo. Hoy, una hipoteca en los EEUU consiste en pagar cada vez más por menos. No quiero ni pensar en lo que pueda suceder aquí si nos llega la onda, como suele pasar, tarde o temprano, con todo lo yanqui: si los precios de la vivienda se hunden y la construcción pincha, el paro se disparará y no creo que España tenga la capacidad de los EEUU para absorber en otros sectores productivos a los desplazados del ladrillo.

En definitiva, sí sabemos quiénes van a ser los perdedores: los hipotecados, los pensionistas con planes privados y los trabajadores de la construcción, incluidos, claro está, los que trabajan en actividades relacionadas con las construcción.

(Este post tiene continuidad en otro que he publicado en La otra chilanga con el título de Misterios del capitalismo)