Es muy interesante el libro que acaba de publicar José Ribas, quien fue fundador, alma, factótum de la revista Ajoblanco, importante referencia de la cultura underground, de la contra-cultura, del movimiento libertario de los años setenta y luego, en segunda época, de los noventa; referencia e icono en sí misma, pues traía una significativa parte gráfica y muy original maquetación. Es un libro sobre los años setenta. No unas memorias, puesto que no se cuenta en él la infancia y adolescencia del autor, sino la juventud, a partir del ingreso en la Universidad, Facultad de Derecho y de su decisión de apartarse de los cauces trillados de hacer carrera y de construirse su vida de modo autónomo y libre.
Es, por lo tanto, un libro sobre la transición. Otro. Y otro tipo de libro porque, sin ser memorias, es un relato en clave personal, la narración de unas vivencias entre los años 72/73 y 78/79. La transición, en definitiva, que coincidió con la juventud del autor, esa época dorada de la vida retratada en el verso de Joan Manuel Serrat, “Ara que tinc vint ans…”.
Así que Los setenta a destajo es un libro de recuerdos en el que se describe lo que pudo ser y no fue. Básicamente a causa de que el poder político lo hizo imposible, que, si no es por ello, se hubiera organizado la de San Quintín. Lo dice el autor con algo de hipérbole a mi juicio: “El Gobierno de UCD bordeaba el ataque de pánico. Si CNT conseguía articular parte de las aspiraciones populares, Europa podía cambiar de signo.” Nada menos. Contaba el autor con los “movimientos autónomos de base” en varios países europeos. Y no sólo Europa, “las sociedades desfavorecidas de Iberoamérica bajo yugo militar podían alzarse también si la insurgencia triunfaba en la Península.” (p. 521) Lo dicho, para mí que es algo exagerado. El mundo no está tan pendiente de España como pueda parecer a los jóvenes españoles.
La transición es como un trasfondo histórico, un contexto que va dando sentido al texto, no algo objeto específico de estudio. Ribas tiene un juicio muy negativo sobre ella. En principio, se hizo porque la gente se echó a la calle y los políticos iban a remolque (p. 159). Tuvieron decisiva importancia los designios de los países extranjeros, especialmente los EEUU y, más especialmente, la CIA (de hecho, hay frecuentes referencias a una especie de conjura permanente de la CIA), lo que hizo que el "guión" de la transición lo trazara "el gran capital" (p. 336) y que acabara siendo cosa de los políticos (p. 362), protagonizada por los partidos (p. 409); en definitiva se gestó en pequeños cónclaves, como heredera del "caudillismo franquista" (p. 361). Sin embargo, la juventud quería ruptura (p. 337) y la situación era, a su juicio, tan grave que "los banqueros estaban aterrorizados ante la posibilidad de que los nuevos movimientos sociales tomaran la calle sin corsés políticos y buscaban el pacto social y el control obrero por los comunistas a cambio de reconocimiento y prebendas" (p. 363). Este párrafo es un diagnóstico libertario típico.
Pero el autor no sólo es libertario, sino que sobre todo es él mismo, tiene idea de generación y sostiene que la anterior (a la que responsabiliza de la transición, la que personaliza en Felipe González) se identifica con "el marxismo dogmático", los "frentes de liberación de Cuba y Argelia", los "curas obreros", la "canción francesa" y la "cultura del alcohol" (p. 461). Me parece que se lo pone demasiado fácil a sí mismo. Esa generación, de la que formo parte, había abandonado el marxismo dogmático (incluso el marxismo), los frentes de liberación encandilaron a una parte (los "felipes"), los curas obreros eran vistos con condescendencia por casi todos, además de la chanson se extasiaba con la misma Angie, de los Rollings, que él, y en cuanto a la cultura otra parte importante ya se lo sabía todo en cosa de drogas. Tanto como su generación o más.
La parte personal tiene mucho interés. Toda la obra se lee de un tirón porque lo autobiográfico impregna el relato, acelerado, vertiginoso, muy bien escrito. Es verdad que, como él mismo dice, el autor se mueve en cuatro escenarios distintos, saltando de uno a otro, mezlándolos: el del ambiente burgués, el estudiantil, el progresista y el homosexual clandestino (p. 251). Hay en el comienzo un propósito vital que actúa como un programa: el autor se rebela contra el pasado y la "culpa judeocristiana" que reina en su medio cultural (p.111). Ya había advertido que fue Eros y Tánatos, de Norman O. Brown lo que lo libró de caer en el dogmatismo marxista. Y por lo que sea, por su forma de ser, por su propósito, toda la obra respira autenticidad. La cuestión homosexual -en realidad Ribas es bisexual- está tan presente como la transición pero narrada con mayor delicadeza, con tacto, con cariño, lejos de los juicios perentorios que tiene con aquella. Omnipresentes también están las drogas, el costo, la maría y el ácido. No habla de cocaína y el caballo le produce horror. Es curioso que dedique unas breves páginas a narrar un viaje de ácido con el señor Racionero haciendo como de gurú. Se ve que fue una experiencia muy importante; intenta transmitirla describiendo sensaciones al estilo de Huxley en Puertas de la percepción o Castaneda en The Teachings of Don Juan, cosa que se le perdona porque termina diciendo sobriamente "a partir de aquel día viviría al otro lado de un viaje en ácido." (p. 356).
Lo que pudo ser y no fue abarca también la obra de su vida, que fue la revista Ajoblanco, realmente uno de los símbolos más rotundos de la contracultura, el arte conceptual, la música progresiva de los setenta. En poco tiempo, Ajoblanco fue también plataforma aglutinadora del movimiento libertario español, adelantado de muchas lides en cuestión de emancipación sexual, ecología, energías alternativas, etc. La importancia de la revista se mide en una tirada pico de 100.000 ejemplares, sorprendente para un producto sin publicidad y comercializado de modo alternativo y en el hecho de que le cupiera el honor de ser suspendida y multada en el Consejo de Ministros.
El retrato que hace de la evolución del movimiento libertario en aquellos años está muy en línea con el viejo espíritu anarcosindicalista, como se ve por la guardia continua frente a los intentos manipuladores de los comunistas (p. 249, tc.). Su visión de las pugnas sindicales de la época, la rivalidad entre la CNT y las centrales "del sistema", por así decirlo, con Pactos de la Moncloa incluidos, es muy reveladora y poco frecuente. Al final, la revista dejaría de salir en 1977 debido a las disensiones internas del equipo, (p., 495) que era también el mal que aquejaba a la CNT.
Quisiera resaltar el tacto exquisito con que Ribas presenta su vida de familia, sobre todo sus relaciones con sus padres. Es muy poco frecuente que los relatos autobiográficos escapen a las imágenes estereotipadas en las relaciones paterno-filiales (veneración ilimitada o bronca oposición) y menos aun que sepan presentarlas con esa mezcla de comprensión, sensibilidad y cariño tan de agradecer. Realmente sus padres debieron de ser personas extraordinarias.