dissabte, 26 d’agost del 2017
Las mujeres de Picasso
dimecres, 23 d’agost del 2017
La mirada de los retratos
dijous, 27 de desembre del 2012
El genio y el ingenio.
diumenge, 16 de desembre del 2012
Pintar a otr@.
dissabte, 10 de desembre del 2011
Talento natural.
Quiso el destino que ayer anduviera por Colmenar Viejo. Cuando me retiraba, de noche, una niebla densa había caído sobre la zona centro. Desde la 607 se divisaba la línea del pueblo madrileño con el típico campanario iluminado de su iglesia envuelto en una difusa nube de luz oscura. Ya en casa vi en el muro de FB de Alicia Cora una invitación a visitar el blog de su hija, Itziar A. Cora, artista. Así lo hice y, aprovechando que Itziar cuelga su obra en creative commons, me hice con ese magnífico paisaje en técnica mixta que muestra, a la manera casi tenebrista de un Gutiérrez Solana o un Zuloaga, la misma línea del cielo que había contemplado un par de horas antes envuelto en la niebla. El cuadro es impresionante y el recuerdo de los dos pintores citados se aviva viendo otros de la autora, como unas murallas de Ávila que tienen no menor fuerza y gravedad que las obras de aquellos.
Pero la recomendable visita al blog de Itziar depara otras sorpresas. Su trazo suele ser fuerte y espeso, pero tiene abundancia de estilos tanto en lo figurativo como en lo abstracto, aparte de diversas técnicas. Hay un espíritu general levemente expresionista sobre el que se imponen frecuentes figuras humanas, desnudos, retratos, que aparecen imprecisos, casi abocetados, como si la autora no quisiera singularizarlos del fondo. La foto de la paloma iniciando el vuelo demuestra que, cuando un pintor hace fotos, le salen cuadros.
Itziar piensa como pinta, con trazo fuerte y seguro. Llama el blog Talento natural y dice que es su definición. Ciertamente. Se entiende como una forma de modestia. Unos pintan como otros ríen o caminan. Pero es que el talento es siempre natural, se tiene o no se tiene, lo da la naturaleza, no se puede fingir. La prueba está en su blog.
(La imagen es una foto de Itziar A. Cora, bajo licencia de Creative Commons).
diumenge, 12 de juny del 2011
La mirada vacía.
El Museo Arqueológico Nacional tiene una exposición de retratos de Fayum que merece mucho la pena ver. Son trece piezas procedentes del British Museum de llamados retratos de momias de El-Fayum y pintados entre el siglo I a.d.C. y el III d.d.C. Y no deja de ser curioso que vienen en el marco del certamen anual de PhotoEspaña que, al parecer, los considera antecedentes remotos de la fotografía. Retratos son, desde luego, y con algo de ironía, teniendo en cuenta que se pintaban con fines directamente comerciales, como tareas de pintores artesanos greco-romanos en talleres egipcios, pueden asimilarse a retratos de Photomaton. Son tablas de madera pintada a la encáustica o al temple (en esta exposición son todas encáusticas) que representan del modo más fiel y realista posible a una persona concreta que hacía de modelo póstumo. Pretenden ser reproducciones exactas de lo que era alguien en vida y en la flor de la edad (básicamente la treintena) dado que su finalidad era que cada alma pudiera encontrar su cuerpo luego de la muerte para hacer juntos el viaje del más allá. Son retratos de ciudadanos del Imperio romano, personas privadas que, por vivir en Egipto, se hacían momificar. Porque ahí es donde está el meollo del cruce de tres culturas, tres civilizaciones, la griega, la romana y la egipcia.
En Egipto está el misterio, en ese Egipto que es el verdadero inventor de la inmortalidad del alma y en el que se buscan mil habilidades para hacer que cada cual, provisto de su respectivo ka se reúna con ella y parta al largo viaje de la noche del que no se vuelve. Pero, materialistas como eran al mismo tiempo (si no, no dejarían alimentos junto a los cadáveres y momias para que estos pudieran alimentarse en el más allá) y desconfiando de las potencias del alma, le proporcionaban estos retratos para que no se equivocara fatalmente en la elección pues no creían que el alma fuera omnisciente. Así que estos retratos de Fayum, que tanto recuerdan la retratística renacentista (bastante de ella también póstuma, por cierto) con la modestia de su soporte en madera, son en el fondo la pintura más metafísica que quepa contemplar.
Todos los retratos están de frente, tienen los ojos abiertos y nos miran. Pero no nos ven porque sus ojos no están abiertos para ver, pues el modelo está muerto, sino para ser vistos e identificados por un alma que antaño podía salirse por ellos. De ahí que su mirada esté vacía. Son los ojos de los muertos, que miran pero no ven.
dimecres, 14 d’octubre del 2009
Mirar y no ver.
La fundación Mapfre ha abierto una exposición temática sobre retratos en pintura en la sala que tiene en el Paseo de Recoletos. El asunto es atractivo porque el retrato es uno de los subgéneros de la pintura que ofrece más posibilidades desde cualquier punto de vista. El retrato admite todo, todos los estilos, todos los planteamientos, es documento de época y cabe plantearlo con intención trascendental (basta con pensar en los retratos póstumos, tan de moda en el Renacimiento), es ejercicio de interpretación psicológica, creando una relación compleja entre el retratista y el retratado o son fascinantes ejemplos de análisis introspectivo. Los autorretratos son retratos que viven en un mundo especial. En los retratos aparecen personas, modas, creencias, religiones, situación social, la historia en su tumulto. Son miradas que devuelven miradas en las que nosotros nos instalamos de modo vicario cuando pasamos por delante intercambiando información pasajeramente; vida por muerte. No conozco experiencia más metafísicamente vertiginosa que situarse ante Las meninas que no son otra cosa que un monumento al retrato y al autorretrato conjuntamente, e intentar comprenderlas.
La exposición de Mapfre, sin embargo, tiene un defecto de nacimiento que le resta gran parte de su valor pues, lejos de responder a la forma de exposición temática (que supone búsqueda por museos, colecciones, galerías y acumulación siguiendo un criterio que es el hilo conductor de la exhibición) no es otra cosa que la traslación a España de la galería de retratos del Museo de Arte de Sao Paulo (MASP) tal como allí está y que, como todas las colecciones de museos, se ha hecho siguiendo el único criterio de la posibilidad, la ocasión y el azar. Ciertamente, lo que se exhibe tiene mérito y la galería del MASP es muy apreciable porque son unas treinta obras de grandes artistas, desde Tiziano Vecelio a Picasso, pasando por Van Dyck, Velázquez, Frans Hals, etc pero casi todas, con alguna excepción, son obras menores. Algunas muy conocidas, como el retrato del Conde Duque y otras mucho menos como una curiosa obra de Raeburn. Pero en eso acaba el misterio de la exposición: en que son los retratos que hay en un Museo de Sao Paulo. No hay más hilo conductor entre ellos. La división que hace el comisariado entre "retrato solemne" y los retratos de la pintura de los siglos XIX y XX (que podríamos llamar "de mercado") es cuestionable, como todas las clasificaciones artísticas. Los siglos XVI y XVII vieron, en efecto, mucha retratística ceremonial, representativa, solemne, ciertamente, desde el Carlos V en Muhlberg hasta los de Carlos I de Inglaterra por Van Dyck, pero también vieron el surgimiento del retrato burgués, los banqueros y comerciantes que se hacían representar solos o con sus esposas en cuadros de pequeño tamaño para que cupieran en viviendas de proporciones menores que las de los palacios.
En fin, nada ilustra más sobre los apuros para justificar como temática esta exposición que el intento del comisariado de hacer pasar como retrato una interpretación de Ingres de un famoso episodio del Orlando furioso, aquel en el que Rogelio rescata a Angélica ofrecida en manjar encadenado a la Orca. Si una cosa no puede ser el retrato es imaginario.
dijous, 24 de juliol del 2008
Retratos españoles.
Ya dije que iría dando cuenta de las exposiciones que visitamos en La Coruña. Hubo suerte y pudimos ver varias porque estaban todas concentradas entre la Fundación Caixa Galicia y la Fundación Pedro Barrié de la Maza, por cierto, un financiero, típico self made man al hispánico modo, al que Franco hizo Conde de Fenosa, que es como hacer a uno Conde de una sociedad anónima o una razón mercantil, algo etéreo pero más consistente que el hecho de que el Rey de España sea Rey de Jerusalén.
En la Caixa, en un edificio original que simula una ola está acogida la segunda parte del retrato español, desde Goya a Sorolla, cuya primera parte tuvimos ocasión de ver en El Prado. No es que haya muchas piezas, pero sí las suficientes para darse uno cuenta de que el retrato español del XVIII y XIX no tiene punto de comparación con el del Siglo de Oro, de fines del XVI y XVII. Resulta amanerado y, en la medida en que destaca algo lo hace por influencia de la retratística francesa, singularmente Ingres.
El retrato inacabado de Isidoro Maíquez, de Goya, más arriba está en el mejor espíritu clásico percepción psicológica. Tiene vida y mucha fuerza exprsiva. Volveré a hablar de este Isidoro Maíquez, director teatral y notado actor de la época en breve.
Hay bastantes piezas de los pintores llamados "goyescos", claramente influidos por el genio fueran o no discípulos. En especial de Victorio López que llegó a ser un verdadero y consumado maestro del género, quien retrató a la realeza (la reina Isabel II), la nobleza cortesana y las clases altas. El Goya que Vicente López reflejó dos años antes de la muerte del modelo tiene, a mi entender, más fuerza que los autorretratos del propio Goya, con ser impresionantes. Aparece el pintor con la paleta en la mano y en el acto de pintar a su vez, en el ejercicio de sus arte, la cabeza de frente despejada bañada por una luz fuerte que casi parece irradiar de la figura. La mirada es escrutadora, como si estuviera reconociendo nuestros rasgos para trasladarlos luego al lienzo y tiene un toque de serenidad que contrasta con el gesto de imposición y determinación de los labios. Se ve que el modelo es hombre que ha vivido mucho, con pasión y genio, pero que parece haber llegado a una actitud de cierta conciliación consigo. De lo que no hay duda es de la gallardía y nobleza del porte. No se trata solamente de que los pintores mantuvieran el prurito que ya se había iniciado en el siglo XVII de presentar una visión ennoblecida de su actividad que hasta hacía pco tiempo era considerada como parte del gremio de albañiles. Además de esto López nos dejó el retrato de un hombre al que admiraba y cuyos rasgos conocía él muy bien.
El resto de la exposición, con algunas excepciones, es bastante inferior, con retratos convencionales, según programas iconográficos socialmente determinados, oficiales con emblemas de mando, estadistas, nobles de ambos sexos, nada que permita vislumbrar algo del pasado genio español para el retrato. Aquellos rostros de dioses y acompañantes de Velázquez que eran retratos de tipos concretos llenos de vida, los retratos de Ribera o Zurbarán, los prodigios de Murillo, han desaparecido por completo para dejar paso a una forma de reproducción apelmazada que gozaba del aplauso social. Ya no eran las catedrales o la Corte quienes encargaban obra sino algo mucho más difuso, pero de enorme influencia en el gusto y las corrientes artísticas, la clase social.
Hay un momento dominado por la familia Madrazo. Traigo a la izquierda una pieza muy notable, dentro de lo que cabe, de Federico Madrazo, un retrato de Isabel II en el que, como se decía más arriba, es palpable la influencia de Ingres. Un retrato que tiene que recordar mediante símbolo añadido que se trata de la Reina de España pues, por su figura, no lo parece.