Palinuro lleva una temporada diciéndolo: el independentismo catalán ha hecho picadillo a la izquierda española; a toda ella, la ha destruido, la ha dejado sin discurso, sin margen de acción, sin propuesta ni alternativa. Y, además, a remolque de la derecha más cerril con la que parte de aquella izquierda, la socialdemócrata, se funde por entero.
Durante mucho tiempo, en el pasado, Palinuro se negó a admitir la famosa expresión de PSOE/PP la misma mierda es por considerarlo simplificador y, sobre todo injusto con la historia del partido de Pablo Iglesias y su militancia, que siempre tuvo por más democrática y de izquierda que sus dirigentes. Pero eso se ha acabado. Nuevos tiempos. Desde que el conflicto entre España y Cataluña se enconara a partir del desastre del Estatuto de 2006, emasculado por la comisión constitucional del Congreso bajo la presidencia del socialista Guerra y definitivamente asesinado por un Tribunal Constitucional que no era -ni es- otra cosa que una cámara judicial del PP, esta identidad, fusión de ambas formaciones, se ha impuesto con toda evidencia.
Nada une más a dos supuestos adversarios que contar con un enemigo común. En este caso, el que une al triuvirato nacional español, Rajoy, Sánchez, Rivera, el bloque del 155, es la lucha contra el independentismo catalán o secesionismo, como dice Sánchez. Así resulta que cuando Cospedal, la Aldonza Lorenzo de la política, dice que su gobierno ha convocado las elecciones del 21D para que gane el "constitucionalismo", nombre actual del golpismo, el alcalde de Valladolid, el socialista Óscar Puente, completa el cuadro dictatorial aclarando que, si no salen esos "constitucionalistas", se seguirá aplicando el 155. El PP y el PSOE están de acuerdo en que las elecciones valen si ganan ellos; si no, no se reconocerá el resultado y se seguirá con el estado de excepción de hecho del 155 hasta que los catalanes "aprendan la lección" y voten lo que ellos quieren, porque es lo constitucional, lo democrático, lo legal y, sobre todo, lo que a ellos les da la gana.
Encuentren un nombre para tan repugnante actitud que no sea fascismo o franquismo.
Pero hay más en esta identidad entre el PSOE y la derecha. Vista la intención de mantener el 155 después de las elecciones, calíbrese la mentira de Iceta, que este va repitiendo de plató en plató, de que se ofreció a Puigdemont retirar el 155 si convocaba elecciones. Son muchos los platós de que dispone la derecha (PP/PSOE/C's), así que son muchas las veces que el candidato socialista ha mentido.
Y todavía hay más en esta unidad de acción neofranquista entre PP, PSOE, C'S: al anunciar Puente que el 155 no se retirará si los catalanes tienen la desfachatez de votar lo que quieran y no lo que a él le dé la gana, está reconociendo que manda sobre el 155, puesto que él, cuando menos, co-decide con el PP qué se hace con el 155. Es decir, es tan responsable como el PP de su aplicación y tan partidario de la dictadura "constitucionalista" como el partido fundado por Fraga, ese que consideraba que Catalunya es "territorio conquistado".
¿Qué tiene que ver lo anterior con la izquierda? Nada; y todo, en cambio, con el nacionalismo español, el nacionalcatolicismo, la idea franquista de la nación española que la izquierda ha interiorizado tan acríticamente que coincide en su idea y su práctica. El secretario general que ganara las primarias alzando la bandera de la izquierda frente al insoportable caudillismo de su rival Susana Díaz ha resultado ser como la pluma al viento del patriotismo español. Y sí, de anunciar que pediría la dimisión de Rajoy, ha pasado a convertirse en un tan fiel escudero que el otro se permite el lujo de engañarlo de vez en cuando, porque muy listo tampoco es. La prueba es que la repentina revelación de las viejas glorias imperiales no le va a servir de nada porque los fascistas cuyo voto corteja, no siendo tontos, votarán the real thing, el PP; y los que de izquierdas queden en sus pagos, se irán a Podemos, aunque en este asunto concreto, Cataluña, no cambiarán mucho de territorio.
El indpendentismo catalán ha dejado a Podemos tan fuera de juego como al socialismo, aunque más preocupado por disimularlo, sin conseguirlo. Las declaraciones de Iglesias de que el independentismo ha despertado el fascismo español son un intento de justificar la equidistancia y la exquisita neutralidad entre la víctima y el victimario, el agredido y el agresor, el encarcelado y el carcelero. Coinciden en todo con las "explicaciones" que aportan los intelectuales orgánicos del PP e, incluso, legitiman mucho más a la derecha franquista porque vienen a decir que ese fascismo estaba "dormido" y, por tanto es algo distinto del gobierno, de la administración pública, de las fuerzas de represión, de la judicatura, de los medios de comunicación; es decir, ese fascismo ahora despierto por culpa de estos indepes delirantes, baja del cielo, como el fuego divino sobre Sodoma y Gomorra porque no estaba activo en ninguna de las instituciones que esta derecha (presuntamente) corrupta y criminal administra a su antojo. Parece mentira que se pueda ser tan irresponsable.
Aunque nada frente a la reciente comparación que se ha hecho entre el independentismo catalán y ETA, comparación en la que se funden una profunda ignorancia (tanto sobre ETA como sobre el independentismo catalán) con una patente mala fe. Los dos datos que fortalecen el matrimonio de esta sedicente izquierda con la derecha franquista. En el fondo, el independentismo, viene a decirse, es ETA. De esta forma los responsables de esta aviesa intención, quieren resolver la cuestión pendiente de cómo explicar que, en contra de lo que se decía a los etarras, en ausencia de violencia puede hablarse de todo. También era mentira. Podemos y los jueces españoles resuelven la cuestión redefiniendo como violencia la manifestación pacífica de ideas y proyectos políticos. La ladina asimilación del independentismo esencialmente no violento con el terrorismo, justifica su represión con métodos, esos sí, esencialmente violentos.
La fusión entre la derecha y la izquierda cuando de la cuestión nacional se trata adquiere tintes pintorescos con la intervención de Echenique, cuya perspicacia le lleva a la feliz fórmula descalificatoria referida al PDeCat de que, aunque la mona se vista de seda, mona (corrupta) se queda. Es una interpretación a la pata la llana de la vieja teoría izquierdista de que el nacionalismo es una cuestión de la burguesía. Y, ya se sabe, en donde hay burguesía, hay corrupción. La teoría ha resurgido recientemente para descalificar el independentismo sin verse obligado a razonar más al fondo de las cosas explicando por qué una reivindicación de la corrupta burguesía tiene el apoyo cerrado de la izquierda de ERC y de la más izquierda aun de la CUP. Echenique lo zanja con el asunto de la mona, sin reparar en que la mona se quedará mona, pero el independentismo aparece como un vestido de seda, paradigma, al parecer, de la elegancia. Más claro: lo que se critica, paradójicamente, es que la corrupta burguesía quiera parecer otra cosa. Pero esa otra cosa, el independentismo, es deseable, cosa que el propio Echenique descarta.
Como todos los descartes en esta partida que la izquierda española ha perdido. Suelen sentenciar sus partidarios más ilustrados que la izquierda no puede ser nacionalista porque es internacionalista. Y les parece algo incontrovertible, que muestra cómo los postulados independentistas, siendo nacionalistas, no son sino pulsiones tribales, primitivas, atrasadas, incapaces de remontarse a una visión básicamente internacionalista del proyecto de la izquierda. Algo que nada tiene que ver con los horizontes angostos de la nación. Algo distinto.
Distinto. Estupendo. Exactamente ¿en qué? ¿Qué tiene que ver con el internacionalismo la negación del nacionalismo y/o independentismo ajenos? ¿En nombre de qué se niegan (y hasta se combaten y reprimen) estos? ¿En nombre del internacionalismo o en nombre de otro nacionalismo que se da tan por supuesto que ni se menciona? Lo cual es lógica medida de supervivencia porque, si se hace, deberá reconocerse que un nacionalismo vale lo mismo que otro; o sea, nada, según la doctrina de que la izquierda no es nacionalista sino internacionalista. Y, nada por nada, tanto da.
¿O no? ¿O lo del internacionalismo es un cuento de las mil y una noches y la izquierda española es española antes que izquierda?
Y eso explica, en parte, el impacto destructivo del independentismo catalán sobre la izquierda española. Esa revolución de nuevo tipo que se ha incubado y está desarrollándose ante las narices de quienes se llamaban revolucionarios a sí mismos sin haber sido capaces de olfatearla. Al contrario, dedicados a combatirla denodadamente, codo a codo con la derecha.Porque valen mucho.