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dimarts, 1 de maig del 2012

La lucha semifinal.

(Artículo publicado hoy, 1º de mayo en
Público)

La jornada del 1º de mayo tiene un valor simbólico permanente y uno práctico, real, del momento. Se trata de mantener una tradición de lucha que da sentido a un movimiento y de aquilatar las fuerzas en presencia en el conflicto actual, el que se dirime ahora mismo. El 1º de mayo de este año ha sido más nutrido y reivindicativo que en los pasados. Pero sigue mostrando insuficiencias y debilidades que lo hacen vulnerable y no auguran nada bueno para el futuro si no se remedian.
La jornada ha estado desestructurada. No hay una unidad de acción entre los sectores que respaldan el trabajo frente al capital, que es la gran disyuntiva que se ventila en la ocasión. No hay cohesión ni unidad de acción entre los sindicatos, la izquierda parlamentaria y la extraparlamentaria, a pesar de que los tres tienen, cuando menos, un objetivo claro: desactivar la gran ofensiva del capital, la banca, la empresa, los organismos financieros internacionales en contra de los asalariados. Mientras esa unidad no se dé y no se dé en la lucha de la calle, el movimiento aparecerá fragmentado, disminuido, acomplejado, siendo así que, en el fondo, por más que lo oculten los ideólogos a sueldo, representa la parte más sana, más sólida, más fuerte y mejor de la sociedad. Esa imagen de debilidad es la que permite que la más rancia carcunda tilde a los sindicatos de “gamberros”, revelando así su verdadera mentalidad, añorante de la servidumbre.
La clase dominante no cae jamás en el error de la división y el antagonismo. Presenta siempre un frente cerrado, aunque en su interior haya discrepancias, a veces profundas, que no airea frente al adversario por no darle armas. Por ejemplo, el diario nacionalcatólico “La Razón” alaba en portada que Alemania respalda el gobierno de Rajoy, pasando por encima del obvio reproche de que flaco favor hace ese apoyo a la autonomía del gobierno y la soberanía de España. Si, luego, Francia, en cambio, ataca a España y dice lo contrario que Alemania respecto a nuestro país, esa noticia no aparecerá en el citado periódico ni en ninguno de la derecha. No existe.
La reacción, a diferencia de las fuerzas progresistas, sabe que la unidad (la unidad real, de acción, no la nominal) es condición necesaria del triunfo. Si, para triunfar, hay que mentir, manipular y hacer el ridículo, se hace. Si París valía una misa, el poder vale un novenario. Porque el poder es el elemento crucial de la victoria. Y, en la política, que es la continuación de la guerra por otros medios, según decía Foucault, se alcanza la victoria o se sufre la derrota. No hay término medio.
El 1º de mayo de 2012 ha querido ser el primer acto de la recuperación de las fuerzas severamente derrotadas el pasado 20-N y solo tendrá eficacia si, en efecto, alcanza a serlo. La ocasión es de oro pues, embarcado como está el gobierno en una actividad de expolio frenético de lo público, desmantelamiento del Estado del bienestar y negación de los derechos adquiridos a lo largo de decenios de luchas de las clases subalternas, razones para las movilizaciones van a sobrar en un futuro inmediato. El gobierno ya cuenta con ello y, aparte de poner en el ministerio del Interior a un político autoritario con escasas simpatías por los derechos políticos de la ciudadanía, prepara el aparato represivo con todo tipo de medidas legislativas y administrativas. Se dispone a la confrontación y confía en ganarla porque cuenta con que las fuerzas progresistas seguirán tan enfrentadas como ahora.
Si siguen, en efecto, si la izquierda parlamentaria, los sindicatos, los movimientos sociales y la izquierda extraparlamentaria continúan sin coordinar su acción y criticándose mutuamente (al extremo de aliarse con el adversario solo por hacerse mutuo daño) experimentarán una derrota de magnitudes históricas, que garantizará el dominio del capital en los años venideros, que sumirá en la insignificancia a los sindicatos, mantendrá fuera del poder al PSOE (y, por ende, a su rémora y/o aliada IU) y destruirá toda esperanza de articulación de un movimiento democrático espontáneo y extraparlamentario. Los platos rotos los pagarán nuestros hijos.

dimarts, 10 de juny del 2008

Sesenta y cinco horas.

El proyecto de directiva sobre la jornada laboral que ayer aprobaron los ministros de Trabajo de la Unión Europea (UE), pendiente ahora de su paso por el Parlamento, tiene un extraordinario significado material y simbólico. Precisamente por eso llevaba tres años rodando por los despachos de la Unión, impulsado sobre todo por Gran Bretaña pero sin poder salir adelante debido a la oposición de Francia, Italia y España. Ahora Francia e Italia han cambiado de parecer, sumándose a la oleada de derechismo que invade el continente y España sola no podrá parar la norma por mucho que el ministro español del ramo, señor Corbacho, asegure que se trata de un retroceso al siglo XIX, en lo que tiene razón.

La importancia material de la reforma no escapa a nadie. Aunque es cierto que se trata de una directiva que no es de aplicación automática en los países miembros, pues estos han de incorporarla a sus ordenamientos quedando en libertad para hacerlo como quieran, es claro que estará operativa en muy poco tiempo ya que, con la movilidad de empresas e inversiones que hay en Europa, éstas se dirigirán a los países que adopten la directiva, abandonando a los que se resistan, dado que la norma es de sumo interés para el capital. También es cierto que se trata de un tope máximo de sesenta horas por semana (sesenta y cinco en ciertos casos, como el de los médicos), pero sería ingenuo ignorar que los empresarios sólo contratarán trabajadores que acepten la prolongación de jornada, máxime teniendo en cuenta que los británicos han impuesto su criterio del opting out, que implica la posibilidad de contratos individuales bilaterales entre los empresarios y los trabajadores.

Esta vuelta a la contratación individual -siempre bajo el manto de la voluntariedad que, innecesario es decirlo, podrá ser tal en el caso de los patronos pero raramente en el de los obreros- es un golpe todavía más fuerte al Estado del bienestar y a los derechos de los trabajadores que el de las sesenta y cinco horas porque supone el comienzo del fin de la contratación colectiva, base de la fuerza del trabajo y punto de apoyo de los sindicatos. En realidad la medida abre la puerta al dumping social en la UE. Durante los últimos años ese dumping social se limitaba a China y otros países y economías emergentes del Tercer Mundo, mientras que el privilegiado Occidente mantenía condiciones laborales dignas al tiempo que los capitales emigraban, las empresas se deslocalizaban, nuestras economías perdían competitividad y los mercados se veían invadidos por productos fabricados fuera que todos comprábamos por ser más baratos a sabiendas de que esa baratura se conseguía con jornadas laborales de doce y catorce horas, salarios bajísimos y condiciones laborales detestables en otras partes del planeta. Con esa directiva obviamente se pretende competir con aquellos países imitándolos en lo que tienen de peor.

Simbólicamente hablando la aprobación de la directiva tiene un impacto enorme. La conquista de la jornada de ocho horas, hasta hoy incorporada a todos los ordenamientos occidentales y punto esencial de la Organización Internacional del Trabajo, es el núcleo mismo del movimiento obrero puesto que está en el origen de la fiesta del primero de mayo. El mundo del trabajo la ha considerado siempre como una conquista irreversible de acuerdo con el viejo principio de los "tres ochos": ocho horas para trabajar, ocho para descansar y ocho de ocio y para el hogar, como se recuerda en el grabado de la derecha, correspondiente a una conmemoración de principios de siglo de la jornada de ocho horas en Australia.

Pero es claro que irreversible no hay nada. Los viejos manuales de Economía Política marxista enseñaban que la jornada laboral era el resultado de la relación de fuerzas entre el capital y el trabajo en cada momento dado. Hace ya tiempo que, a raíz de un par de fenómenos, como fueron la primera crisis petrolera de 1973/74, el posterior hundimiento del bloque comunista quince años más tarde y el avance imparable de la globalización que se siguió, el capital se ha fortalecido mucho en tanto que el trabajo se ha debilitado por lo que era de esperar que el primero replanteara las relaciones con el segundo en un sentido más favorable a sus intereses y menos a los de los trabajadores.

Mientras hubo bloque comunista, que actuaba como contención, y un Estado del bienestar fuerte, respaldado por un movimiento sindical y obrero también fuertes, funcionó el llamado "pacto social liberal" de la postguerra. Éste hizo posible el milagro de altas tasas de crecimiento, altos salarios y buena cobertura de servicios sociales con condiciones laborales (seguro de enfermedad, vacaciones pagadas, jubilaciones, etc), lo que paradójicamente provocó un aburguesamiento y desmovilización de los trabajadores. Basta con ver la afiliación a los sindicatos o la asistencia a las manifas del primero de mayo. Esta inversión de papeles (trabajo débil frente a un capital fuerte) provocó ya a fines del siglo pasado un ataque contra el Estado del bienestar, consistente en privatizar los sectores públicos de todas las economías poner coto al "intervencionismo del Estado" y desmantelar la protección social. Ahora se pretenden privatizar también los servicios públicos y terminar el desmantelamiento de los Estados del bienestar, destruyendo las escasas conquistas del derecho laboral que quedan. Después de la abolición de la jornada de ocho horas (cuarenta/cuarenta y ocho por semana) vendrán la abolición del salario mínimo (una vieja aspiración del capital siempre dispuesto a dar trabajo a la gente a cambio de salarios de hambre), las vacaciones pagadas (otra aspiración de la patronal que, argumenta, aumenta mucho los costes de producción), la cobertura sanitaria universal, la prestación de servicios sociales gratuitos y a saber que pasa con el sistema público de pensiones.

No sé si este nuevo ataque a las conquistas del derecho del trabajo provocará algún tipo de movilizaciones, pero está claro que se hace asimismo en un momento muy bien escogido, al comienzo de una crisis económica plagada de incertidumbres con amenaza de subida del paro, que es lo que más debilita a los trabajadores y restringe sus posibilidades de acción. Pero si no se movilizan hoy tendrán que hacerlo mañana pues la revisión que el capital quiere hacer del pacto de la posguerra no ha llegado al final ni mucho menos. Es decir, la cosa se puede poner peor.

Por último, aunque no pertenece al ámbito simbólico de consideración sino al de las elaboraciones académicas, me gustaría saber cómo explicaríamos hoy día aquellas sesudas teorías de los sociólogos de antaño que hablaban de la "sociedad del ocio" y otros mitos de este jaez, como la "sociedad de la opulencia". Con jornadas de sesenta a sesenta y cinco horas, poco será el ocio de que se pueda disfrutar.

La primera imagen es una reproducción de una viñeta de Punch, vol. 101, 19 de septiembre de 1891 bajo licencia de Project Gutenberg. Al pie tenía una leyenda que, traducida, decía así: Procusto. "Vamos, muchachos, voy a haceros a todos iguales para que quepáis en mi camita".- Coro: "¡Oh, Dios! No es posible establecer un horario universal igual de trabajo sin infligir un gran daño a los trabajadores.")

dijous, 1 de maig del 2008

Primero de mayo pasado por bombas.

Las dos centrales sindicales mayoritarias han convocado manifas bajo un lema común: Es el momento de la igualdad, el salario digno y la inversión productiva. No es que sea muy ingenioso o nuevo porque ¿cuándo no es el momento de la igualdad o del salario digno? Y tampoco es especialmente combativo: estas consignas conectan bastante bien con lo que el Gobierno quiere hacer y viene haciendo. No es que me parezca que los sindicatos deban ir a la contra del Gobierno socialista, como lo hicieron en tiempos de Felipe González, pero sí que no deben rebajar un ápice sus exigencias frente al poder político, especialmente si es de izquierda. Un espíritu de colaboración crítica me ha parecido siempre lo más productivo para ambas partes. No obstante, en los últimos tiempos, vengo observando una creciente tendencia de los sindicatos, especialmente de Comisiones Obreras (CC.OO.), a aliarse con la patronal y a incorporar parte de las ideas de esta a su discurso. Sin pretender que esta política de diálogo sea necesariamente condenable, la verdad es que es poco apropiada para un sindicato, sobre todo en tiempos de pre-crisis económicas, en que se va a tratar de que las centrales hagan suyo el recetario patronal de congelar los salarios, endurecer las condiciones laborales y socializar las pérdidas. En todo caso, está muy bien que haya manifas del 1º de mayo, que sepan los empresarios que no todo el monte es orégano y que están los viejos cuchillos tiritando bajo el polvo, y ello aunque no vaya a la manifa por las razones que se deducen del post anterior.

ETA ha participado en la efeméride a su modo, esto es, plantando tres bombas en sitios diversos del País Vasco como medio de llamar la atención sobre su sórdida existencia. Habitualmente, estos bombazos de la organización terrorista están cargados de maldad y estupidez, que sirven como detonante de sus explosiones. Esta "hazaña" de las tres explosiones más o menos sincronizadas, además, apunta a impresionar a ese tipo de mentalidad, no infrencuente entre las gentes de escasas entendederas y bajo nivel cultural, que son la claque de los terroristas, los que admiran la eficacia tecnológica haciendo caso omiso de las consecuencias de su aplicación a la vida real desde un punto de vista moral. Quizá sean unos asesinos, parecen pensar quienes así se comportan, pero son unos asesinos eficacísimos, son, en el fondo, nuestros asesinos y alguna razón tendrán cuando son tan eficaces. Es una especie de calvinismo pervertido (si cabe) aplicado a una actividad criminal.

Hay quien dice que los tres bombazos etarras son la respuesta de la banda a la detención e ingreso en prisión de la alcaldesa de Arrasate-Mondragón, doña Inocencia Galparsoro. Es posible, entra dentro de su mentalidad, por dar algún nombre a lo que dicen que pasa en el interior de sus cabezas; pero es una respuesta inane. Si el juez ha mandado a la citada alcaldesa a prisión es porque ha apreciado indicios suficientes de culpabilidad y de ahí no la van a sacar todas las bombas que se arrojaron en la segunda guerra mundial. De ahí sólo la sacará su presumible inocencia o el cumplimiento de la pena que, de no ser inocente, se le imponga. Igual que todas las manifas que quieran organizar los abertzales independentistas no van a sacar de la cárcel al señor Otegi, que ahí sigue, igual que sus compadres de la mesa nacional.

La grandeza del Estado de derecho consiste en que, aunque los políticos sean incapaces de hacer que se respete la justicia, la Justicia sabe hacerse respetar por sí misma. Porque la señora alcaldesa es y será inocente mientras no se demuestre su culpabilidad; pero, si se demuestra, la conclusión sólo puede ser una, que ya hace falta ser majadero o irresponsable para poner en un cargo representativo de responsabilidad a una delincuente en las condiciones en que se encuentra el País Vasco.


(La imagen es una foto de CNT (en precario), un sindicato que no suele marchar con los mayoritarios, bajo licencia de Creative Commons).

dimarts, 1 de maig del 2007

Primero de mayo.

FIESTA INTERNACIONAL DEL TRABAJO

Para hacer honor al carácter internacional de la fiesta, este post se ha ido a México. Quien esté interesadx en leerlo que pinche en

La otra chilanga