En esta campaña hay cambios por semanas, por días, casi parece por horas. Suben unos, bajan otros; suben otros, bajan unos. Quienes la seguimos vamos a llevarnos algunos sobresaltos de aquí al domingo.
No obstante, a reserva de la anterior advertencia, a juicio de Palinuro pueden observarse algunos datos que autorizan a extraer conclusiones relativamente optimistas para las izquierdas. El primero de todos: da la impresión de que la derecha retrocede. Los recuentos de aforos en los mítines de ayer, en los que los partidos se volcaron, dan una pista, aunque sea muy imperfecta. Las derechas no llenan los recintos; las izquierdas, sí. El PP celebró la finale en la plaza de toros de Las Rozas, territorio gavioto, con Rajoy y Aguirre de telonera, pero solo reunió 3.500 asistentes para un aforo de 4.300 y eso que regalaban bufandas, pagadas por vaya usted a saber qué trama. Por su lado, Ciudadanos presumió de haber llenado el emblemático Vista Alegre, pero eso es falso por partida doble: reunió, sí, 10.000 asistentes, pero para un aforo de 15.000. O sea, le quedó una calva de un tercio. Además, fletó 50 autobuses para traer gente de fuera de Madrid, viaje gratis y puede que bocata (aunque esto no me consta) para unos 4.000 o 5.000 asistentes. Es decir, los madrileños que se acercaron a escuchar a Falangito fueron un tercio del aforo real.
La izquierda salió mucho mejor parada: Podemos congregó 10.000 asistentes en la Caja Mágica en Madrid y esos, sí, de verdad y sin autobuseo. El PSOE llenó La Fonteta de Valencia, con 8.000 de aforo y Unidad Popular (IU), el polideportivo de El Cabanyal, con 2500. Las imágenes cantan. En los mítines de las izquierdas se respira mucho más optimismo y seguridad que en los de las derechas.
En los debates televisados que han sido tan importantes (el de El País y el de Atresmedia) las izquierdas en conjunto han dejado mucha mejor impresión que las derechas, jugando con el carisma de los líderes. En el primero, la victoria fue para Pablo Iglesias por acuerdo casi universal; se exceptúa Marhuenda que dio ganadora a la vicepresidenta del gobierno y lo hubiera hecho igual con la mula Francis de tener carné del PP. En el segundo, para Alberto Garzón (quien fue excluido del de El País contra toda norma de juego limpio) también por amplio acuerdo. Pero Sánchez en el primero ý Errejón y Alonso en el segundo hicieron muy buenos papeles y dieron mucho juego.
La valoración de las derechas, en esos mismos debates, en cambio, fue mala. En el primero, Rivera demostró su escaso fuste y su banalidad, mientras que Sáenz de Santamaría no pudo cubrir ni de lejos el ridículo que hizo su jefe oculto aterrorizado en Doñana. Si hay algo que la gente desprecia es la falta de valor en las confrontaciones. En el segundo debate, la representante de C's, petulante y agresiva, patinó en el sensible asunto de la violencia machista y luego ha seguido patinando en las redes. Pablo Casado, el enviado del PP cumplió a rajatabla las instrucciones: negar la evidencia y mentir con todo el descaro del mundo. Y eso encalabrina bastante al electorado.
El descrédito de las derechas se ha acentuado en los últimos días. Rivera sigue haciendo propuestas poco meditadas sacadas de algún prontuario de anarcocapitalistas estilo FAES que normalmente ponen en guardia a todo el mundo. A su vez, por si el ridículo del comportamiento habitual de Rajoy el de los sobresueldos no fuera suficiente, el amago de repetir las mentiras con que el mismo Rajoy trató de engañar a la gente en los atentados de Atocha, adaptadas ahora al atentado de Kabul, ha vuelto a ponerlo en evidencia. Los últimos escándalos de corrupción del embajador en la India y un diputado por Segovia inciden en una historia de podredumbre y miseria que arrastra el partido de la derecha cada vez visto por más gente como una especie de asociación de malhechores.
Ahora viene el debate de esta noche. Imposible exagerar su importancia. Lo más probable es que resulte decisivo, si no para dar un vuelco a las expectativas de voto sí para reorientar la valoración de los dos líderes enfrentados. El mero hecho de que ese debate a dos se dé ya es cierto modo un handicap para Rajoy quien lo único a lo que puede aspirar es a no quedar demasiado en evidencia y un triunfo para Sánchez, que es presentado como el otro candidato verosímil a la presidencia del gobierno. Es absolutamente esencial que Sánchez prepare al máximo ese debate y no deje pasar la ocasión. Porque, nos guste o no a muchos que no tenemos en alta estima sus dotes ni la capacidad de sus asesores, de su triunfo esta noche puede depender el del conjunto de las izquierdas el día 20.
No soy quién para decir a Sánchez lo que tiene que hacer pero, si yo fuera él, negaría de plano la recuperación económica (en lo que su adversario insistirá) argumentando que falsifica todos los datos y las estadísticas y que nada de lo que dice es cierto jamás. No caiga en la trampa de aceptarle nada. Insistiría en que su política ha arruinado España, destruido el Estado del bienestar, abusado de los pensionistas y roto el país por su incompetencia y su corrupción. Golpearía en la corrupción una y otra vez y la vincularía personalmente a Rajoy, le preguntaría por los sobresueldos y su beneficio personal y el de su padre dependiente, sin admitirle el argumento también falso, de que han legislado en contra de esta lacra. E insistiría en que el PSOE pondrá por delante los derechos de los más débiles y los blindará en la Constitución.
Si el debate sale bien, como es de esperar, en lo que queda hasta el 20 de diciembre, PSOE, Podemos y Unidad Popular seguirán haciendo campaña cada una por su cuenta en este clima de recuperación. Un criterio, sin embargo, debiera presidir todos sus actos: el de no insultarse ya más unos a otros. Ahora deben ir todas contra las derechas que, por primera vez, se presentan divididas. Concentrar la crítica en Rajoy, cuyo desprestigio es palpable entre los ciudadanos e incluso entre los votantes y hasta militantes del PP. Carece de sentido que las fuerzas de izquierdas se pierdan en recriminaciones que ya no interesan a nadie.
Si los datos de la encuesta de Metroscopia aciertan, a partir del 20 de diciembre no habrá mayoría absoluta de derechas pero sí podría haberla de izquierdas si sigue la recuperación esta semana. Eso quiere decir que se podrá hacer en España lo que se ha hecho en Portugal: gobierno en minoría del partido de izquierda más votado (el socialista en Portugal; en España, el que lo sea) con el apoyo parlamentario de los otros dos. Eso es lo menos. Lo ideal sería un gobierno tripartito PSOE/Podemos/UP, pero quizá sea demasiado pronto. Lo que sí está claro es que los electores vamos a presionar mucho para que haya un gobierno de izquierdas y nadie entenderá que, por las razones que sean, el triunfo de las izquierdas se convierta en un gobierno de las derechas.
He dicho un gobierno del partido más votado de la izquierda con el apoyo de los otros dos. No del partido más votado sin más, que es la estupidez que anda repitiendo el presidente de los sobresueldos. Sí, estupidez y mayúscula porque, para hacer realidad esa idea de que gobierne el partido más votado, con independencia de los apoyos que tenga, será necesario reformar la Constitución. Por si Rajoy no lo sabe, con la moción de censura constructiva que esta prevé, ningún gobierno minoritario puede mantenerse con una mayoría absoluta de la cámara en contra.
En resumen, tres cosas: 1ª) ganar el debate de hoy en nombre de toda la izquierda; 2ª) dejar de insultarse mutuamente en lo que queda de campaña y criticar a las derechas; 3ª) con la mayoría absoluta en el Congreso sumando PSOE/Podemos/UP-IU, formación de un gobierno de izquierda que ponga fin a estos cuatro años de pesadilla, detenga la involución y abra perspectivas reales de recuperación económica pero también política, social y moral.