La xerrada de Reus salió muy bien. Tuvo lugar en un salón del Palacio del Marqués de Tamarit en el puro centro. El palacio era propiedad del filántropo reusense, Evarist Fàbregas, que se había hecho millonario, al parecer, en negocios dicen las malas lenguas que non sanctos durante la Primera Guerra Mundial y postguerra. Quizá aguijonado por la conciencia lo donó a una sociedad obrera fundada a mediados del XIX de nombre Centre de Lectura, el de hoy. O quizá lo tenía por costumbre ya que era hombre poco convencional. Federalista pimargalliano, posteriormente republicano (de hecho, él proclamó la II República en Reus) fue también presidente de un comité revolucionario, nada menos, y alcalde de la ciudad por ERC. El centro es ahora un potente foco cultural con unas instalaciones típicas de ateneo cívico en el que, entre otras cosas, estaba prohibido todo tipo de juego. Porque era y es un centro cultural con una notabilísima biblioteca y no un casino.
Cataluña tiene mucho encanto. Considérese: un círculo obrero dedicado a la cultura a mediados del siglo XIX, sito en un palacio de marqueses, donado por un millonario presidente de un comité revolucionario y miembro de ERC, en una ciudad en torno a los 100.000 habitantes hoy día. Patria de Prim y de Fortuny, el de los casacones. Una sociedad muy abierta y muy trabada.
Del contenido de la xerrada diré algo cuando suba el vídeo.
Al día siguiente, domingo, los amigos de Ómnium y la ANC nos había preparado un recorrido por la ruta del modernismo de Reus con una expertísima cicerona, Úrsula Subirá, especialista en historia del arte, nacida y criada en la ciudad, cuyos rincones, piedras, monumentos y recovecos conoce a la perfección. Hasta le echamos un ojo a la antigua judería, que siempre tiene su aquel. Hay que ver qué buena fama suelen dejar los judíos en los lugares en donde los habían tenido en guettos o de los que los habían expulsado.
El punto fuerte del recorrido, en realidad su inicio, era una visita a la casa Navàs, cuya fachada principal a la plaza del Mercadal ilustra el post. Es un edificio puramente modernista, por dentro, por fuera, en su parte privada y en la pública mercantil por cuanto es una vivienda no solo adosada, sino engarzada en un negocio textil. El textil Navàs. Es obra del arquitecto Lluís Domènech i Montaner, amigo y rival de Gaudí, a quien, por cierto, bautizaron y confirmaron en Reus, pero luego no lo contrataron como arquitecto por razones ideológicas. Reus prefirió a Domènech por ser más librepensador y republicano, quien también construyó algunas otras casas en la ciudad. Y la construyó para el adinerado matrimonio Navàs, propietario de la empresa textil. Los Navàs procedieron a derruir el edificio que habían comprado e hicieron construir esta especie de extraña fantasía en piedra, metal y vidrio con abundancia de mosaicos y reinado absoluto de la madera en el interior. Eran burgueses ilustrados, cultos, viajeros y de refinados gustos.
El edificio luego derruido lo compraron a Eduard Toda i Güell, interesante personaje del último tercio del XIX y primero del XX, egiptólogo, diplomático, antropólogo, escritor que tuvo una vida muy variada, siendo descubridor de momias en Egipto y vicecónsul en la China, entre otros destinos. Según contó Úrsula, estuvo en París, presente en la firma del tratado del fin de la guerra de Cuba. Me dio por fantasear que podría ser el alto funcionario que inmortalizó Theobald Chartran en un cuadro en el que aparece firmando bajo la atenta mirada de otros dignatarios, obviamente el estadounidense, el francés y el grupo de españoles. Un momento dramático, solemne y amargo en la historia de España. Busqué su retrato por otra parte y creo haberlo reconocido en uno de esos asistentes, pero no el que con contenida congoja firma el documento. El cuadro es muy curioso y hoy cuelga en la llamada "Sala de los tratados" de la Casa Blanca, contigua al despacho oval.
La visita a la casa en sí misma es como un paseo por un interior de Alicia o de un cuento de Hoffmann. Desde el momento en que se traspasa el umbral no hay un centímetro cuadrado de paredes, suelos, techos, ventanales, muebles y resto de decoración interior que no sea rabiosamente modernista. Se admira mucho más, sobre todo cuando la muestra y explica una guia excepcional, Concha Blasco, familiar de los propietarios y que pasó en ella parte importante de su infancia. Realmente un privilegio porque aunque ella adoptaba una actitud de distanciamiento de guía, estaba hablando de los lugares y espacios en que había vivido. Y con tanto más mérito cuanto que lo hizo cargada con una hija bebé que ha empezado prontísimo a familiarizarse con el ámbito en que creció su madre.
Cuando una dueña, una propietaria, alguien que ha vivido en el lugar, lo muestra, transmite una vivencia muy distinta a quien lo hace por oficio, incluso aunque aquella también pueda hacerlo por oficio cuando quiera. La visita es un itinerario por multitud de espacios abigarrados, todos cargados de referencias y símbolos, salas, salones, patios, alcobas, galerías, dormitorios, cuartos de baño, cocina, comedor, despachos, vitrales, repletos de mobiliario de fantasía en maderas preciosas, taraceadas, con bajorrelieves, miradores, etc. Por cierto por ellos entraba la música de unos gigantes y cabezudos que bailaban fuera, como si la magia del lugar se prolongara en la plaza, antiquísimo lugar de mercado medieval. De inmediato hace presa en uno la sensación de que está en medio de una pura sinestesia, en donde los colores y las formas evocan sonidos armónicos. Que es justo el momento en que Concha recuerda que el modernismo profesa el concepto del arte total. Esas observaciones no tienen precio, son como síntesis de memoria, como fogonazos que trasmiten los que habitaron el lugar. Efectivamente, avanza uno envuelto en arte total. Hasta los cuartos de baño de los señores, con su complicada grifería y la cocina, con un fogón de los que llamaban "económicos", son modernistas.
Y cuando iba ya bien avanzada la visita, en la tercera planta, igualmente modernista, pero más humilde dado que eran aposentos de la servidumbre, la guía hace otra observación de radical intimidad: tras haber visto la casa entera en la que hay aposentos dedicados a casi todo, debe notarse que no hay ninguno dedicado a niños. Ella pasó la infancia en un lugar en el que no se suponía que hubiera niños en el mundo. El matrimonio Navàs no tenía hijos. En uno de los aposentos de la planta noble se ven dos fotografías de los dos cónyuges. Él, un caballero de abundante cabellera, poblado mostacho y cerrada barba con un gesto afable. Ella, una adusta matrona de severo porte. Produce tal impresión que se entiende muy bien otro comentario de la guía: a pesar de su apariencia distante, era en una realidad una mujer alegre y cariñosa. Casi parece como si hablaran las misteriosas palabras de la tribu.
En un velador perdido en una galería tropecé con un libro de poemas escritos por la abuela de la guía. Verso libre en catalán, de intenso lirismo inspirado por la casa y sus dependencias y transido de nacionalismo porque insiste en que los destinatarios de sus versos hablen catalán. El modernismo, en realidad, es un estilo nacional. Eso se ve en el patio interior de la casa, un amplio espacio al aire libre que cumplía y cumple la función de iluminar con luz natural cenital a través de unas claraboyas en el suelo el despacho al público de la tienda de textiles del piso inferior.Los textiles, ya se sabe, deben apreciarse a la luz natural. En las paredes del patio dos enormes murales de mosaico con dos temas fuertemente patrióticos: uno la flota que aparejó Jaime I para conquistar Mallorca en 1229 y el otro, una idealización del lugar en que fue asesinado en 1305 Roger de Flor, capitán de la Compañía Catalana, Gran Duque y Emperador y adalid de los almogávares. Los de desperta ferro!
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