Estas cosas son así: unos conjurados urden un golpe y fían su éxito a la rapidez. La maniobra triunfa si hay una rendición inmediata, en este caso, la dimisión ipso facto del Secretario General. Si no la hay, las cosas se ponen chungas para los golpistas, que no suelen ser personas de principios, ni capaces de resistir. Y no la ha habido, sino todo lo contrario: un rápido contraataque, una reacción fulminante que ha dejado a los dimisionarios boqueando de asombro.
El País, o lo que queda de él, no da crédito. ¡Qué desfachatez! Sánchez no claudica ni se doblega a la insolencia y la arrogancia de esta gente de la derecha
moderada, convencida de que todo el mundo la obedece y nadie le rechista. Todavía menos entiende que la dirección del PSOE ignore el nuevo truculento editorial,
Salvar al PSOE en el que, so capa de ir en auxilio del partido, se insulta a Sanchez de modo grosero y se le amenaza en el más puro estilo pedante de Cebrián. El editorial sin duda es suyo, con algún añadido de Rubalcaba, ese hombre del PP dispuesto a destruir su partido desde las páginas de un periódico de la derecha. Ninguno entiende de dónde ha sacado Sánchez la fuerza y la entereza para hacer frente a esta maniobra de intrigas, pasillos, traiciones y alevosías propias de gentes que solo sirven para ejecutar (y mal) las órdenes que les dan.
Tampoco entiende Felipe González que alguien en el PSOE se atreva a no seguir sus mandatos, generalmente disfrazados de consejos de estadista de alto nivel. No contento con haber cometido la villanía de revelar una conversación privada con un compañero con la intención de hacerle daño, ahora le exige, furioso,
que actúe de acuerdo con sus responsabilidades. No veo las responsabilidades de Sánchez por lado alguno. Pero sí veo las de los 17 ejecutores del plan de zapa que ha urdido el cogollo de Prisa y los barones del PSOE. Y, sobre todo, veo las de los dos principales responsables de la lamentable artimaña, Susana Díaz y Felipe González. Los dos debieran pedir perdón por su deslealtad y retirarse de la vida pública.
Tendrán que hacerlo porque, al no producirse la dimisión inmediata ni un cese fulminante (pues los conjurados no tienen fuerza para provocarlo) el golpe prácticamente ha fracasado.
Ya se sabe que los dimisionarios tratarán de enredar el asunto con sutilezas interpretativas, estatutarias y hasta es posible que hayan preparado algún truco de leguleyo para embarrancarlo en los tribunales porque ya están viendo que han fracasado y que se han dado la castaña de su vida. Porque el asunto es muy sencillo: frente a los golpes de efecto de los covachuelistas, sus marrullerías de filisteos, hay un hecho que ni ellos ni nadie puede soslaya: a Sánchez lo eligieron las bases en primarias y en votación democrática. Por supuesto, siempre hay quien cuestiona la limpieza de esas elecciones pero se estará de acuerdo en que, al lado de los tejemanejes de estos burócratas, fueron transparentes. A Sánchez lo eligió la militancia, ¿quienes son estos 17 de la infamia para destituirlo? Y, mejor aun, ¿quiénes se han creído que son? Está claro, los trujamanes de unos cabalistas que tratan de torcer la voluntad y el criterio del único secretario general del PSOE que ha tenido el valor de enfrentarse a la derecha.
Entre los 17 firmantes a golpe de silbato y los que han escurrido el bulto pero inspiran la operación -los González, Díaz, Rubalcaba- hay dos acuerdos que pasan por encima de cualquier consideración, por encima de la voluntad popular o los deseos de los militantes: a) a Podemos y a los indepes catalanes, ni agua. Sobre todo a los indepes; b) hay que permitir que gobierne el PP con Rajoy a la cabeza. Esto último es lo que produce mayor repugnancia: que se pretenda dar un cheque en blanco a un partido corrupto que lleva veinte años robando al erario, mandado por un tipo sin escrúpulos, embustero, franquista y responsable del mayor índice de corrupción que ha vivido el país; que se quiera que continúe el máximo responsable del enfrentamiento con Cataluña y, por tanto, de la fractura de España merced a su concepción franquista del Estado. Es inexplicable.
Por descontado los 17 ocultan el fondo real de la cuestión y la reducen a la necesidad de cambiar la dirección del PSOE ante su sucesión de derrotas electorales en los últimos dos años. Sin duda se les alcanza que no es justo cargar sobre los hombros de Sánchez las consecuencias de una herencia catastrófica, la que le dejó Rubalcaba, al convertir el PSOE en una comparsa del PP. Pero prefieren no verlo. Y no es lo único que no ven.
Ciegos de poder, embriagados por las continuas lisonjas, adormecidos en los lujos de los despachos, engañados por las más elementales apariencias, estos conjurados llevan años alejados de la realidad miserable y sórdida de un país sometido a saqueo por una asociación de presuntos malhechores. Tampoco ven a los millones de parados, ni a los jóvenes emigrando, ni a los dependientes abandonados. No ven nada más que sus sueldos, sus coches oficiales y sus privilegios de todo tipo. No ven a los militantes ni a los votantes.
Pero estos se alzan y resisten. No van a permitir que 17 individuos, por muy importantes que crean ser, destituyan a su secretario general y obliguen al partido a hacer lo que los militantes no quieren hacer. Y con los militantes, una parte muy importante de la opinión pública. Resistiendo a los golpistas, Sánchez está haciendo más por regenerar al PSOE que todos los demás secretarios generales, incluido González, quien tuvo su momento, también padeció innoble persecución, pero ya tomó partido hace tiempo por todo lo que en teoría decía haber combatido de joven.
Lo dicho. El golpe ha fracasado. El Comité federal del sábado decidirá y allí habrá una batalla campal. Justo la que querían evitar los 17 con su triquiñuela de la dimisión en grupo. Y si la militancia se alza en defensa de su secretario general, el fracaso será rotundo, el PSOE saldrá muy fortalecido, NO seguirá siendo NO, quizá haya gobierno de progreso y los golpista tendrán que encajar su derrota, los 17, Díaz, González, Cebrián y Rajoy, en cuyo beneficio se ha montado este espectáculo.
Por cierto, la portada de El País trae otra noticia aun más trascendental para España. En su discurso en el debate sobre la cuestión de confianza en Cataluña, Puigdemont ha reafirmado su propósito de convocar un referéndum de autodeterminación en septiembre de 2017. A finales de junio, estará preparada la maquinaria del nuevo Estado Catalán. Como siempre, los españoles no quieren enterarse y, claro, no se enteran. Lo convertirán en objeto de alguna de esas tertulias a base de alaridos. Y nada más. No quieren enterarse de que Puigdemont ofrece la posibilidad de negociar el referéndum prácticamente en todos sus términos, excluido, supongo, su carácter vinculante. Entretenidos como están en la no formación del gobierno, dejarán escapar la última oportunidad de negociar un referéndum más favorable a sus posiciones y, al final, tendrán que habérselas con el menos favorable.
Pero no importa. Aquí lo único que importa es que sigan gobernando Rajoy y el PP que, como puede verse, lo han hecho de cine.