Algunas almas cándidas comienzan a flaquear y dar síntomas de compadecerse del hundimiento, el desprestigio y la soledad de Rajoy el de los sobresueldos. Mal hecho. Él no daría cuartel, no se arrepentirá de ninguna de las canalladas que ha perpetrado y lo único en qué piensa es en cómo volver a engañar a la gente como hizo en 2011.
La soberbia de este personaje, como la del cogollo de sus íntimos, Sáenz de Santamaría, Cospedal, etc., no es un reacción subconsciente, inadvertida, producto del desconocimiento o la falta de práctica. Al contrario, es su actitud normal en la vida, según la cual los pobres tienen que trabajar, pagar impuestos sin rechistar y callarse excepto en las fiestas y celebraciones religiosas, en las que pueden entonar cánticos de alegría por la salud eterna de su Señor y aplaudir a las autoridades. Y esa soberbia es la que lo ha conducido a un ridículo aislamiento tanto fuera como dentro de su país. Es alguien indigno de ocupar el puesto que ocupa, un usurpador.
Fue displicente con los periodistas, manipulador y embustero con los demás medios, altanero con los partidos de la oposición, despreciativo hacia la gente, hirió los sentimientos de amplísimos sectores de la población, atropelló su derechos y gobernó mediante los trágalas sucesivos de los decretos-leyes. ¿Qué sucede ahora? Que nadie lo traga. Condigna respuesta a una actitud autoritaria, impositiva y frecuentemente insultante hacia quienes no coincidieran con sus criterios.
Se resiste a marcharse. Como un nuevo Rip van Winkle, parece haberse despertado de su sueño y no entiende nada de lo que pasa en el mundo, que ya no es el suyo. Le llena de furia y rabia saber que será el primer presidente de España desde la transición que no repetirá mandato porque la ciudadanía no lo soporta. Pero no hay nada que hacer. Cuatro años de desprecios y chulerías, lo han colocado en la posición de los apestados leprosos de la antigüedad. Con él se va una época, una forma de entender la política hecha de abusos, altanería, desprecio, embustes e imposiciones a machamartillo de creencias dogmáticas subjetivas. Se va y que no vuelva nunca más. Y que se lleve con él todo el desprecio que su gobierno inspira.
Para disimular, para hacer como que hace, el Sobresueldos ha preparado un plan de gobierno con algunas ofertas a Sánchez y Rivera, a ver si consigue que estos dos entren en esa coalición que el Sobresueldos quiere ver materializarse bajo su experta mano. Pero es ya poco probable que los demás partidos le presten atención.
El Sobresueldos es una figura del pasado. Nadie cuenta con él. Ni los de su partido.
Todo lo que no sea echar a este irresponsable de su guarida en La Moncloa es perder el tiempo y hacérselo perder a los demás.