dijous, 30 de juliol del 2015
¿Hay censura en Facebook?
dissabte, 25 de maig del 2013
De la ceca a la Meca.
divendres, 19 d’abril del 2013
¿Con qué dinero se paga todo esto?
dijous, 31 de gener del 2013
¿De qué está hecho el capital?
dimecres, 9 de maig del 2012
La banca o la vida.
(La imagen es una foto de bsterling, bajo licencia de Creative Commons. En ella, según la leyenda, se encuentran los tres bancos emisores: Bank of China, HSBC (Hongkong and Shanghai Banking Corporation), y Standard Chartered Bank.- Eso sí que es un nuevo mundo).
divendres, 2 de març del 2012
El dinero y el tiempo.
La Unión Europea no flexibiliza el objetivo del déficit que se queda en ese asfixiante 4,4% del PIB hasta mayo. Rajoy se vuelve por donde se fue. Si esto le pasa a Rodríguez Zapatero, al llegar, lo hubieran recibido a pedradas. Rajoy no tiene detrás un Aznar diciendo a quien quiera oírle que España no puede pagar ni el recibo de la funeraria.
Igual que hace con Grecia, la Unión no da dinero; da tiempo. "El tiempo es oro" decía, al parecer, Franklin y de ahí sacó mucha punta Max Weber. Pero, además de oro, el tiempo puede ser plomo; plomo en las alas. En realidad, la Unión no rebaja el importe de la deuda sino que lo "renegocia" y, por ende, lo encarece. Con eso el país no podrá remontar el vuelo y, si lo remonta, no será como reina en el vuelo nupcial sino como zángano.
El tiempo, el tiempo comprado, es además exasperante y no va a apaciguar los ánimos cada vez más encendidos. Y cada vez lo están más según se ve que, mientras la mayoría de la gente lo pasa mal, unos cuantos se llevan fortunas por las buenas o por la no tan buenas. Del fondo común.
(La imagen es una foto en el dominio público.)
dijous, 27 d’octubre del 2011
El baile de los millones.
Hacia 1975 traduje al español La filosofía del dinero (*), de Georg Simmel, su obra principal, junto a la Sociología. En ella, el ilustre filósofo, a quien la Universidad guillermina negó el acceso a la cátedra hasta poco antes de su muerte por ser judío, estudiaba el dinero desde el punto de vista histórico, filosófico, psicológico y sociológico. Todos menos el económico. Me consideré entonces suficientemente informado para seguir averiguando sobre tan abstruso tema y pronto descubrí que, cuanto más aprendía, menos sabía. El dinero es algo especialmente incomprensible. Por un lado es una realidad, una sustancia, tiene forma. Es más, puede tener todas las formas, desde un puñado de sal hasta un doblón castellano de a ocho, desde una vaca a una letra de cambio o una tarjeta de plástico. El dinero es proteico, tiene todas las formas y, por lo tanto, no tiene ninguna. Algo que resultaba fascinante para Simmel, el maestro del formalismo.
Se da además la circunstancia de que las formas dinerarias, en sí mismas, pueden ser insignificantes. Lo que vale en un billete de quinientos euros no es el papel en que están impresos sino esos quinientos euros que no son otra cosa que un enunciado, un titulo; es decir, el valor nominal que, para más lío, puede no coincidir con el valor real.
La indagación sobre el dinero es también problemática porque, a diferencia de otros objetos de estudio, se pega al estudioso como si fuera su piel y no permite el distanciamiento de otras investigaciones. El botánico sólo entra en contacto con sus plantas cuando va su laboratorio o sus cultivos; el que estudia el dinero lo lleva todo el día en el bolsillo y, mientras calcula millones, paga el colegio de los niños o compra una camisa. Y no solamente es como la piel del investigador; también incide en su mundo interior, levanta pasiones, ciega, impulsa a la locura o al crimen. Su objetividad es nada comparada con su subjetividad y no hablemos de su intersubjetividad.
El dinero no tiene definición porque decir, como hace el DRAE, que es la "moneda corriente" es tocar el agua con la punta del dedo. El dinero es un medio de cambio, el medio de cambio universal, el que permite comparar los valores de las cosas por lo que, en principio, no debiera añadirles ni restarles nada, igual que sucede con el número uno, que es divisor y multiplicador universal y no añade ni resta nada. Cualquier número multiplicado o dividido por uno sigue siendo él mismo. Con el dinero, sin embargo, eso no sucede. Por muchas veces que se multiplique un número por uno sigue siendo ese número, pero, por utilizar un estupendo ejemplo de Simmel, si subo el precio del billete de unos vagones de un ferrocarril sin que haya diferencia alguna con los otros, esos vagones pasan a ser "de primera" y tienen más valor y valor real, por ejemplo, el hecho que señala Simmel de que quien compra ese billete sabe que el vagón no estará abarrotado. ¿Qué ocurre? Que, además de una realidad sin forma, de la moneda corriente y del medio de cambio, el dinero es también una relación social.
El dinero, como la distancia, puede ser infinito y, por lo tanto, incomprensible. Todos vivimos en un mundo de magnitudes inteligibles. Sabemos la distancia de casa al trabajo; de Madrid a Segovia; de Pekín a California. Pero si un astrónomo dice que una estrella está a tres mil millones de años luz, la magnitud deja de tener sentido. Lo mismo que cuando los políticos dicen que el fondo de rescate tendrá un billón de euros, algo tan difícil de entender como las distancias siderales. Pero con una diferencia sustancial: las distancias están ahí; no van ni vienen, pero los billones sí, vienen de algún sitio y van a alguna parte. En ese momento la incapacidad de comprender se convierte en un abuso, un latrocinio, una injusticia.
La inmensa mayoría de la gente calcula el dinero en cientos o miles de euros, ni sueñan con hacerlo en millones y los billones supera lo imaginable. Pero todos barruntan que esos miles de millones, billones, salen de la riqueza de las sociedades, de los sueldos, los ahorros, las pensiones, los seguros de todos y desaparecen en el torbellino de una inacabable crisis bancaria en la que quienes han causado las mayores catástrofes se llevan sueldos y pensiones estratosféricos mientras más y más familias se hunden por debajo de la línea de la pobreza y la gente pierde sus casas a miles. Ese frenesí recapitalizador de la banca muestra la intención de los gobernantes europeos de socializar las pérdidas de Grecia haciendo que la quita de su deuda la financien los impositores de los bancos. La incompetencia y la codicia de estos los ha llevado a convertirse en lo contrario de lo que debieran ser porque los bancos están para financiar y hacer crecer la economía, no para estrangularla.
De ahí ese incomprensible baile de miles de millones que penden sobre los europeos con la amenaza de colapso del euro, ese dinero artificial que quizá tenga tantas posibilidades de consolidarse como el esperanto de ser la lengua universal.
Adjunto un vínculo a un interesante artículo/reportaje sobre esta crisis devastadora y aparentemente incomprensible, aparecido en Periodismo humano, bajo el titulo ¿Quién entiende esta crisis y quién se la explica a Europa?, del que es autora Luna Bolívar. En él Palinuro larga en abundancia en compañía de otros académicos que valen más que él. Lectura provechosa.
(*) George Simmel (1975) Filosofía del dinero, Madrid, Instituto de Estudios Políticos. Hay una reimpresión más reciente, Georg Simmel (2003) Filosofía del dinero, Granada, Comares.
(La imagen es una foto de Howard Lake, bajo licencia de Creative Commons).
dilluns, 10 d’octubre del 2011
El precio del dinero.
Hay algo obsceno, inmoral, inhumano en el modo en que se reciben e interiorizan las noticias sobre el dinero que cada vez con más bestialidad, como si fueran los jinetes del Apocalipsis, van jalonando esta crisis que todos consideran financiera, es decir, del dinero. Algo que debiera considerarse antes de que la absurda conversión de un medio en un fin en sí mismo acabe llevando el mundo a una situación sin salida.
No se hablará aquí de lo que está pasando en Europa, en donde los poderes públicos corren prestos en auxilio de un banco que habrá cometido todo tipo de fechorías, mientras permiten que países enteros, como Grecia, se hundan en la ruina y su población en la miseria, con ser ello ya bastante repugnante. Tampoco se hablará de que, a su vez, estos mismos países, de nuevo Grecia, empobrezcan a sus habitantes mientras emplean el dinero que no tienen en comprar cuatrocientos carros de combate a los Estados Unidos con el único fin pensable de emplearlos contra sus propios ciudadanos si elevan el tono de sus protestas; cosa no menos repugnante que la anterior.
Este post se limitará a España, lugar en el que se dan máximos ejemplos de obscenidad en las injusticias del dinero sin que sea necesario ir a buscarlos fuera. En un país en el que el salario mínimo interprofesional es de 641,40 euros (y eso los que lo cobran) hay cajas de ahorros al borde del desastre, mal gestionadas, si no delictivamente, y cuyos directivos pueden llevarse, por ejemplo, cuatro millones de euros de indemnización por barba, es decir, más de seis mil veces el salario mínimo interprofesional. Como el dinero es un medio de cambio y el cambio se hace siempre cuantificando, resulta que cada uno de estos inútiles que han arruinado algunas cajas, vale por seis mil ciudadanos, muchos de los cuales, a su vez, si no todos, valen bastante más que él. Una catarata de dinero para premiar la incompetencia cuando no el fraude y la corrupción y que en realidad es una deslegitimación radical del sistema que lo tolera.
Porque es el sistema. Los beneficiados no hacen otra cosa que aprovecharse de las posibilidades que éste ofrece. Ninguna autoridad monetaria, financiera, económica del país ha salido al paso de semejante gatuperio. Estas autoridades, en el fondo, son cómplices. Hierve la sangre al escuchar al gobernador del Banco de España insistir en que hay que bajar los sueldos cuando el suyo el año pasado, después de una rebaja del quince por ciento "para dar ejemplo" era de 165.026 euros brutos, un 111 por ciento más que el del presidente del Gobierno. 165.000 euros brutos al año por no saber gestionar una crisis y permitir que las cajas parezcan cuevas de ladrones. Porque ¿qué hace falta para estar al frente de una de esas cuevas y forrarse el riñón para siempre? Enchufe y sólo enchufe, como siempre en el país.
Y del rey abajo, todos. No menos obscenos son los salarios, prebendas y bicocas de cientos, si no miles de consejeros, asesores, personas de confianza y altos cargos digitales. Camps, a punto de comparecer ante el juez acusado de un delito de cohecho, cobra un sueldo público de 57.586 euros anuales como miembro del Consell Consultiu y cuenta con coche oficial y secretaria. Los miembros del Consejo de Administración de RTVE, que hace una fechas pretendían imponer la censura en el medio cobran cantidades astronómicas y cuentan con numerosos privilegios a cambio de atentar contra el derecho a la información de los españoles. Un espectáculo bochornoso. Una caterva de asesores se forra literalmente a cambio de aconsejar a un político sin escrúpulos cómo burlar la ley en su gestión.
La clase política en su conjunto contribuye al espectáculo con fervor. Los diputados tienen un régimen de retribuciones, privilegios, pensiones y gajes varios al que debieran renunciar, ajustándolo a lo que moralmente puede defenderse en España hoy dadas las circunstancias. Esos alcaldes de poblaciones de veinte o treinta mil habitantes que se adjudican sueldos estratosféricos también superiores al del presidente del Gobierno son ejemplos de esta situación general de inmoralidad y abuso.
Después, los más demagogos entre ellos fingen asombrarse de la indignación que estas costumbres provocan cuando lo asombroso es que tal indignación no se haya transformado ya en un estallido social. Porque el asunto es muy sencillo. No es necesario poseer grandes conocimientos de la ciencia económica ni discutir sobre alambicadas fórmulas y políticas económicas de uno u otro tipo, que si la demanda, la oferta, el ahorro o el gasto. Basta con adoptar una regla muy simple que todo el mundo entiende y, generalmente, aprueba. Basta con que sólo cobren del erario público quienes realicen un trabajo real y útil y que lo hagan de acuerdo con su productividad, esto es, que se apliquen el criterio que pretenden imponer al sector privado. Y, ya en éste, que ese criterio se aplique no solamente a los salarios sino también a los beneficios.
(La imagen es una foto de ArchiM, bajo licencia de Creative Commons).