Estamos de enhorabuena los fans de Los siete magníficos, la película dirigida por John Sturges 1960. Con la nueva versión de Antoine Fucua, recién estrenada, vuelve esta preciosa leyenda de moral caballeresca. Aquellos siete magníficos de Sturges ya eran un remake de Los siete samurais, una película de Akiro Kurosawa, de 1954. El film japonés situaba la acción a mediados del siglo XVI, la época de los reinos combatientes, cuando imperaba el código Bushido o del guerrero que, en su versión romántica idealizada, venía a ser el equivalente oriental de la literatura caballesca occidental, el ciclo artúrico, el bretón. El samurai lo era por observar las virtudes caballerescas, justicia, valor, compasión, educación, honestidad, sinceridad, lealtad y autocontrol. Cuando el destino se le ponía en contra se quitaba de enmedio mediante el sepuku o harakiri.
La versión de Sturges echaba sus raíces en un pasado legendario, pero actualizaba la leyenda al Oeste americano del siglo XIX, en la raya con México. Obviamente hay una adaptación técnico-material inevitable. Por ejemplo, las armas blancas de los ronin, samurais libres pendientes de contratación, son sustituidas por las de fuego. Curiosamente, en el film de Kurosawa, los bandidos disponen de tres de las primeras armas de fuego, de avancarga. Y en el film de Sturgeon hay una sutil referencia al mundo de las armas blancas en la destreza en el manejo del cuchillo del personaje que interpreta fabulosamente James Coburn. Pero junto a la adaptación, había muchas referencias a los samurais y al código del honor y el relato seguía en buena parte el japonés, incluso en los lances amorosos. El espíritu caballeresco quedaba afirmado, a modo contrario, cuando los siete pistoleros aceptan jugarse la vida con muchas garantías de perderla, por veinte dólares. En el desarrollo hay frecuentes referencias a otro tipo de motivaciones y mucha sentencia. Pero, al mismo tiempo, la peli protagonizada por Yul Brynner, Steve McQueen y otros famosos del momento, tiene unos magníficos y muy chispeantes diálogos y algunos episodios memorables, que quedarán en la memoria del cine del Oeste, como el del enterramiento de un indio en el cementerio de un pueblecito tejano reservado solo a blancos.
La nueva versión se apoya mucho en la de 1960, tanto que reproduce en parte la banda sonora y trozos de diálogos. Pero cambia el contexto pues la acción ya no transcurre en Texas sino en California y no hay mexicanos en ella. Son colonos, mineros yanquies, pero sometidos al mismo expolio y la misma tiranía que los campesinos mexicanos en la versión anterior. La historia se ha simplificado y se ha americanizado del todo. Si la versión de Sturges estaba relacionada con los westerns de John Wayne o solo ante el peligro, esta otra es más al estilo de Sam Peckinpah y el grupo salvaje con elementos de "spaghetti western". El código del honor tiene aquí menos relevancia. Las cuestiones de la moral del guerrero palidecen frente a la vistosidad y espectacularidad de los tiroteos y las balaceras.
Pero, en cambio, la versión de nueva incorpora elementos llamativos de ruptura en el plano del metarrelato. Es como un deliberado intento de cuestionar las narraciones convencionales, dando entrada en esta al multiculturalismo en nombre de la necesidad de multiplicar las miradas, los puntos de vista y los relatos mismos. El protagonista, Dentzel Washington, es negro. Quizá por no otra razón que porque el director, Antoine Fucua también lo es. Pero hay otros elementos rupturistas. Uno de los siete magníficos actuales es un indio comanche con sus pinturas de guerra. Otro, un japonés experto, cómo no, con el cuchillo y vínculo lejano a la peli de Kurosawa.
La película desprende un tufo machista muy acusado. Solo una mujer tiene un papel de alguna entidad, aunque secundaria. Cuando menos no es como sujeto de un lance romántico sino de ardor guerrero. Queda la esperanza de que, así como Fucua ha roto el convencionalismo anglosajón, la siguiente versión, meta una o dos mujeres entre los siete magníficos. ¿Por qué no? La leyenda es eterna. Basta seguir con ella.
En realidad, da igual lo que hagan en las versiones. Gracias a su fondo de literatura caballeresca al más clásico estilo, la historia aguanta lo que le echen. Hasta ametralladoras. Con ellas se cierra el ciclo desde los mosquetes japoneses hasta las primeras armas automáticas. El episodio de la ametralladora, por lo demás, también remite a las escenas finales de Grupo salvaje.
Con tanto tiro hay poco tiempo para profundizar en los siete personajes. Tienen fuerza los tres "fuera de norma", algo también el mexicano y muy escasa los tres yanquis al uso. Irónicamente, los tres supervivientes son el negro, el mexicano y el comanche. Esto no lo hubiera tolerado el código Hayes, que no tiene nada que ver con el Bushido.