dijous, 12 de febrer del 2009

Glu, glu, glu.

Palinuro me ha confesado hoy que, cuando deje la nave de Eneas por haber llegado a destino, quiere ser como Zygmunt Bauman, al que publican un librete como el presente (Múltiples culturas, una sola humanidad, Barcelona, Katz - CCCB, 2008, 62 págs) con un título casi más largo que el texto y compuesto a base de una conferencia impartida en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) y una entrevista concedida a Daniel Gamper Sachse con tan grato motivo. Lo que no sabe el pobre Palinuro es que, para que eso suceda, tienes que ser un célebre sociólogo octogenario polaco y haberte distinguido en el campo de la teoría sociológica contemporánea con, entre otras, la aportación de la teoría de la posmodernidad líquida. O quizá sí lo sepa, dado que no es la primera obra de Bauman que reseña, pues ya lo hizo con Arte ¿líquido? (Es lo líquido lo que se desvanece) y Archipiélago de excepciones (El miedo al desorden) de donde deduzco que quizá anide en él, en Palinuro, cierta animadversión hacia el autor polaco residente en Inglaterra.

La tesis de Bauman en esta obrita es que las múltiples culturas son lo que hemos heredado del pasado y la humanidad única lo que nos proyecta hacia el futuro. En el centro, como pivotando, el concepto de frontera, concepto que quiere analizar señalando que en él anida una paradoja: la de que las fronteras pierden relevancia en el mundo global pero la ganan en nuestro fuero interno, psicológicamente, en cuanto muestran nuestra necesidad de resguardarnos y sentirnos seguros. Las fronteras sirven en el marco de los Estados nacionales pero estos a su vez pierden importancia de modo que "en nuestro mundo cada vez más globalizado, hay política local sin poder y poder global sin política (o sea, un poder sin limitaciones políticas)" (p. 18). Esta conclusión me parece brillante, pero no así su supuesto, ese de que los Estados nacionales están hoy obsoletos en el mundo globalizado que Bauman da por cierto y prácticamente todos aceptan siendo así que no lo es ni lo ha sido y ya veremos si alguna vez lo será. Tal superficial idea se predica siempre como si todos los Estados nacionales fueran iguales; pero no lo son. Hoy hay más de 190 de estas entidades en la tierra. Estado nacional es Zimbabwe y Estado nacional son los EEUU y sus respectivas fronteras no tienen nada que ver. Es posible (casi seguro) que las de Zimbabwe no tengan valor alguno, pero las de los EEUU o las de la Unión Europea son una realidad contundente. Que se lo pregunten si no a los mexicanos en Gringolandia y a los africanos en Europa. No quiero parecer tremendista pero esa teoría de la globalización está aún lejos de ser convincente y no un mero nombre-tapadera de la nueva forma de dominación mundial de las potencias occidentales. .

Hoy, dice Bauman, vivimos en la Unsicherheit. Utiliza el término alemán porque dice que no tiene buena traducción a otras lenguas ya que es un compuesto de incertidumbre, inseguridad y ausencia de protección. Me parece una manía pero no es cosa de discutírselo todo. Más graves se me antojan otras afirmaciones que repite siempre y son parte esencial de su teoría de la realidad líquida: que vivimos en la fragilidad y la indefinible duración de nuestras condiciones (p. 19). Eso, obviamente, no lo dirá por él que lleva sesenta años casado con la misma mujer y de ellos treinta y siete en la misma casa. Palinuro sostiene que quienes predican lo que no hacen o hacen lo que no predican no le merecen crédito. Yo, que soy un conformista burgués, lo tengo por menos grave. Sí puede llegar a molestarme, en cambio, que el señor Bauman se desplace a Barcelona a anunciar a los señores del CCCB como rasgo característico de la posmodernidad líquida que "todo cambia" (p. 21), cosa que ya dijo Heráclito de Éfeso, indebidamente llamado "el oscuro" hace veintiséis siglos sin que, por cierto, las cosas hayan dejado de cambiar ni un solo segundo desde entonces.

Me parece que a Bauman le ocurre lo que a Marx, que acabó proyectando sobre la totalidad de la historia humana las condiciones de lo que él llamaba el "modo de producción burgués". Podría ser verdad, si le echamos buena voluntad, que en los tiempos de la juventud del sociólogo polaco cada cual debía hacerse lo que Sartre llamaba un projet de vie y que eso servía para toda la vie, cosa que hoy no sucede pero sí (insisto), si le echamos buena voluntad, en el siglo XIX. Pero ¿qué sentido tenía, digamos, que alguien hiciera un projet de vie en la Francia de la Guerra de los Cien Años, cuando la vida humana -como, por lo demás, prácticamente a lo largo de toda la historia- pendía de un hilo que podía cortar cualquier cosa, una peste, una invasión, una guerra de religión, un terremoto, una sequía, el capricho del señor, la orden del Rey que, por ejemplo, te convertía en galeote de por vida cuando tú habías querido ser un honrado patán?

Entiendo que éste es el principal problema de la teoría de Bauman, esto es, el presupuesto de que la contingencia de la humana condición es rasgo distintivo de nuestra época cuando lo ha sido de toda la historia. De eso habla Hesiodo; de eso habla hasta el poema de Gilgamesh en el origen de los tiempos. Salvando este pequeño escollo, la verdad es que la teoría de la realidad líquida encaja bastante bien con la realidad contemporánea. Recoge Bauman una idea de Alain Peyrefitte de que los avances "sólidos" anteriores a nuestra época "líquida" se debían a que teníamos tres confianzas (en nosotros mismos, en los demás y en las instituciones) que ahora hemos perdido. Señala igualmente que nuestras ciudades condensan tres tipos de problemas: los globales (cambio climático, inmigración, etc), la contradicción entre libertad y seguridad y el hecho de que son laboratorios de soluciones locales a problemas globales. Es posible. Termina su exposición, por lo demás brillante, se ve que la tiene muy preparada, con la oposición contemporánea entre la proteofilia y la proteofobia, entre la mixofilia y la mixofobia.

Insisto en que la teoría de la realidad líquida puede aceptarse siempre que se le rebane la pretensión de aportar novedad alguna y como prueba final aduzco que precisamente el ejemplo que el autor pone remite al mito griego de Proteo. Se me dirá que si no es nueva para qué sirve y me atrevería a decir que para satisfacer nuestro ego de ser únicos en el universo. En ese sentido Bauman es una buena inversión.

La entrevista concedida a Daniel Samper Sachse tiene el interés de ser una especie de caldo concentrado de la teoría baumaniana de lo líquido. Está bien su precisión de que su idea de lo líquido viene a llenar la penosa laguna conceptual que habían dejado los partidarios de la posmodernidad dado que este concepto no significa nada al margen de algo distinto a la modernidad. La teoría de lo líquido especifica que, a diferencia de la modernidad (que fundía lo sólido para hacer otro sólido) la posmodernidad funde lo sólido para hacer lo líquido, lo que llevado al terreno de la acción social (que es el campo de pruebas de las ciencias sociales) quiere decir que ya nadie va por ahí diciendo que se resuelven los problemas para siempre sino solo a trozos y transitoriamente, en tanto surgen otros. Esto viene a ser la famosa piecemeal social engineering de Popper el venerable.

Por último, encuentro tierno que nuestro autor tenga tan alto concepto de nosotros mismos que nos haga únicos en territorios en que me malicio que somos del puro montón: en mayor grado que en otras épocas necesitamos que alguien nos ayude, alguien nos insufle seguridad entre tanta inseguridad (p. 44). Me parece que la caída del Imperio Romano de Occidente, la del de Oriente mil años después, la peste negra en Europa, la invasión sarracena, etc, etc, no debieron de ser epocas plácidas como el franquismo para el señor Mayor Oreja. Y eso por hablar de Occidente. El tiempo de los reinos combatientes en China, por ejemplo, tampoco.

En fin, hay una conclusión de la entrevista que los editores consideran tan importante que la llevan a la cubierta del libro y reza: "Si perdemos la esperanza será el fin, pero Dios nos libre de perder la esperanza" (p. 60). Dan ganas de tranquilizar a todos, al autor, al editor, al librero y hasta al lector. No cunda el pánico baumaniano: la esperanza, sabido es, es lo último que se pierde. Por volver a Grecia, recuérdese que es lo que quedó y sin escaparse en el fondo de la caja (que era una vasija) que Pandora abrió tan imprudentemente lo que permitió que un filósofo contemporáneo edificase su interpretación del marxismo sobre el Principio esperanza, elemento inherente a la naturaleza humana.