Cuando en 2002 salió en París por primera este libro (Punks de boutique. Confesiones de un joven a contracorriente, Almadía, México, 2008, 219 págs) de Camille de Toledo, publicado por Calmann-Lévy llevaba por título Archimondain jolipunk y fue algo parecido a una sensación. Un comentario favorable del filósofo alemán Peter Sloterdijk que el propio De Toledo incluye en la obra, ayudó a catapultarlo de forma que en relativamente poco tiempo estaba traducido al alemán, al inglés y al italiano. ¿La revelación de comienzos del siglo XXI? ¿El final de la postmodernidad? Algo así debieron de pensar muchos, incluido quizá De Toledo. Sin embargo, de entonces al día de hoy, en que damos cuenta de la estupenda traducción al español hecha por Juan Asís y Ramón Palao, esos vaticinios no se han cumplido. Y no será por falta de lanzamiento, sino probablemente por el contenido de la obra en sí.
Ciertamente, no hubiera sido raro un joven de veintiocho años (cuando hoy son ya treinta y cuatro y el joven tiene dos novelas más en el mercado) que saliera a la plaza pública escandalizando. Hasta cierto punto esto es una tradición en Francia y a la mente se vienen nombres como los de Théophile Gautier, Arthur Rimbaud o Raymond Radiguet, si bien en este caso no parece haberse mantenido la llama del escándalo y el interés, de forma que si se consulta "Camille de Toledo" en Google viene dando unas 11.800 entradas cantidad más propia de un modesto y oscuro profesor universitario que de una estrella rutilante que rompe moldes en el universo literario y ensayístico contemporáneo. ¿Por qué ha sucedido esto, cuenta habida de que el libro tiene el tono irreverente, sarcástico y agresivo que normalmente se valora en estos menesteres de hacer tabula rasa con el pasado y establecer un nuevo genio creador? Me atrevo a decir que porque si bien es una especie de manifiesto rupturista con el mundo heredado, que es el nuestro (y el suyo, por cierto), le falta una clara unidad de sentido, una unidad de voluntad, un significado específico. La prueba más evidente se me antoja está en los títulos con que se ha traducido a las distintas lenguas de que yo tenga noticia. El libro se ha titulado Goodbye Tristesse en alemán, aunque parezca mentira, con un guiño como teutónico a Françoise Sagan, Coming of Age at the End of History en inglés y Superpunk, arcimondano. Confessioni scomode di un giovane disobbediente en italiano, donde, como en español, se vierte también el subtítulo. Sea cual sea la relación entre título y contenido, el desacuerdo respecto al primero probablemente refleja el que hay respecto al segundo.
Si tuviera que pronunciarme por alguno de los enunciados creo que lo haría por el inglés porque es el que mejor condensa en una línea el contenido de la obra. Es una condensación que alguien podría considerar humillante para el autor puesto que habla de "hacerse mayor" pero no debe de ser el caso porque el propio De Toledo se refiere en alguna ocasión a su juventud e, incluso, a su adolescencia. Y lo sitúa perfectamente en un tiempo ideológico, el del fin de la historia de Fukuyama, con el que nuestro autor entabla algún que otro combate y él mismo considera determinante en su formación.
El libro es, en efecto, un manifiesto generacional que recuerda mucho a los de la generación contra la que, en cierto modo, se subleva, pues está escrito de forma muy parecida, con la misma irreverencia por los valores heredados, la misma mentalidad contracultural y parecida agresividad frente a lo que se ve como mediocre y caduco, esto es, casi todo lo anterior. El autor reitera la definición de su generación como la comprendida entre dos hundimientos (el del muro de Berlín en noviembre de 1989 y el hundimiento de las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2002) (págs. 31. 32. 51, 196, 210). Generación entre dos hundimientos. No me parece mal, pero me quedo con la que alguien nos aplicó a nosotros: "Hijos de Marx y la Coca-Cola". Cuestión de gustos.
Así pues, por reiterada confesión del autor, es un manifiesto generacional, algo que suele preocupar mucho a los veinteañeros y se difumina después en el curso de la vida; un manifiesto de una generación que no quiere el poder (p. 157), que se alza contra las ilusiones del mundo pasado, el de la generación del 68, que le parecen caducos y las del que se juzga su enterrador, esto es, la del fin de la historia, para la que reserva su más agudas críticas. "Que se mueran, ¡carajo! y que se lleven sus egos miserables, sus recuerdos, su Estado, su liberación sexual, sus revoluciones fallidas, sus desilusiones, sus partidos, parlamentos y todos sus cadáveres." (p. 32). No es mala idea: hay que hacer sitio para los nuevos.
La nueva generación del "doble derrumbe" se alza frente a la opinión "muy generalizada de que el mundo está definitivamente cerrado y de que ya no existe más que un único sistema de gestión política, social y cultural de lo humano." (p. 33). O sea, en contra del pensamiento único, vamos. ¿Me atreveré a decir que como todos los que protestamos, seguimos protestando y nos moriremos protestando?
El libro es muy interesante asimismo porque es un diálogo fogoso con maestros antiguos, en muchos casos hipostasiados, como Foucault, Deleuze (quien más parece haber influido al autor) Guattari y Debord. Sobre todo, Debord con cuyo cadáver exquisito ajusta cuentas sosteniendo que el situacionismo no fue más que "el pedestal ideológico de la sociedad de la información" (p. 57), que "no cuestionaba lo real, sino su imagen" (p.61), una crítica que tiene que dejar un poco descolocados a los situs que estaban a tortas precisamente contra la imagen, la cosificación, el espectáculo.
Esta generación del "doble derrumbe" admite la condición líquida del ser presente (p. 101), muy en la estela de Zygmunt Bauman que es tan viejo que es incluso anterior al 68; se considera repleta de scheezes (entre la contracultura y el credo de los nuevos emprendedores) (p. 131); y adopta la hipotética práctica TAZ (Temporary Autonomus Zones) del anarquista estadounidense Hakim Bey (p. 165).
La cosa oscila pues entre la rebelión ante el "descorazonador" principio de que "...el capitalismo es desde ya, y por los siglos de los siglos, el único régimen auténticamente revolucionario. Quienes se oponen a él son unos reaccionarios." (pp. 78/79). Entre esto, digo, y una forma vital y atroz de aburrimiento. No sé si falta aquí algún ingrediente de lo que podría llamarse el "género de la provocación": una vez que da uno cuenta de la miseria espiritual de cuanto antecede, se sienta uno a contemplar los despojos repleto de hastío. Siempre es muy revelador aquello que le produce aburrimiento a uno: "Aburrimiento de las gafas de carey y las chaquetas de pana. Aburrimiento de la pipa, del socialismo. Aburrimiento de las ceremonias de los veteranos de guerra, de los dormitorios separados, las prohibiciones de salir. Y aun así, por encima de los grandes trastornos culturales de los años setentas que habían producido un mayor aburrimiento todavía -la nostalgia del carrujo, la pasión del vintage, el regreso del funk, la idolatría por las víctimas del rocanrol, por los olvidados del rocanrol-, el Estado-providencia no lo había hecho mal del todo". (p. 147). Eso del carrujo debe de ser un mexicanismo por porro. El libro, se habrá observado, está muy bien traducido (y conste que no me pierde el hecho de que de los dos hermanos, uno sea ahijado mío) pero la editorial mexicana debe de haber impuesto algunos portazgos lingüísticos, como platicar o huarachudo.
Bien, llegados aquí, conviene que los lectores sepan que este sacrílego y escandaloso joven que arremete sin piedad contra el capitalismo, sus panegiristas y sus adocenados críticos es, a su vez, nieto del creador del emporio Danone, una de las mayores fortunas de Francia, educado en los centros más exquisitos y elitistas, habiendo cursado estudios en universidades del Reino Unido y los Estados Unidos, poseedor, entre otras cosas, de una especie de mansión de una antepasada suya en Calcuta desde la que podía contemplar a los pobres "invisibles". Además, su nombre no es Camille de Toledo, sino Alexis Mital. Habrá quien diga que estas circunstancias restan todo valor a su crítica, rebelión y manifiesto. En mi opinión, el joven De Toledo (se trata de uno de los apellidos de su padre, descendiente de judíos sefardíes) ha hecho una rebelión contra el orden constituido empezándola por donde hay que hacerlo, esto es, por él mismo y sus relaciones familiares. Pero nada en el mundo impedirá que esta peripecia personal coloree su juicio sobre el orden social y sus opiniones sobre él. Será algo tan inevitable como la apropiación que el capitalismo ha hecho de todo cuanto se le enfrentó y que él, a su vez, critica.
En resumen, un libro muy interesante para quien quiera saber qué se avecina.
(Las imágenes son todas reproducciones de la cubierta del libro de De Toledo en las diferentes lenguas).