La propuesta de reforma constitucional puede verse de muchas maneras. Una de ellas, distinguiendo entre su contenido material (qué se quiere reformar) y su valor simbólico, al que el presidente Zapatero parece haber prestado poca atención. Si añadimos que el contenido material ha provocado un estallido de indignación en la izquierda, es lógico que apenas se hable del segundo.
Y, sin embargo, puede ser más importante que el del contenido material. No todos los sistemas políticos son iguales, aunque se denominen "democracias parlamentarias". Tienen culturas políticas disímiles. Por ejemplo, en lo relativo a la función que cumple la Constitución. Hay países en donde ésta se reforma con cierta frecuencia; por ejemplo, Alemania, que tiene una constitución rígida pero flexible o, como dijo un estudioso con sentido del humor, "flexiblemente rígida o rígidamente flexible". En otros, en cambio, no se reforma nunca; por ejemplo, España, cuya Constitución es súper-rígida y sólo se ha reformado una vez en 1992 para un asunto menor del sufragio pasivo de extranjeros residentes en elecciones locales. Una vez por aunto menor en 33 años de vigencia .
España es un país con un sistema político cuestionado en cuanto a su legitimidad por la forma en que se hizo la transición y el modo en que se han articulado los nacionalismos. Sectores mayores o menores de la sociedad suelen pedir un referéndum sobre la Monarquía o la República o el reconocimiento del derecho de autodeterminación. Otros piden la reforma del sistema electoral. En todos estos casos las peticiones sólo pueden avanzar mediante reforma constitucional. Pero la mera mención de ésta pone en contra cerrada a los dos partidos mayoritarios, al menos hasta ahora, en que Rubalcaba admite que habría que cambiar el sistema electoral. Nadie quiere hablar de la reforma constitucional porque se considera terreno peligroso. La Constitución es intangible, sacrosanta.
Sin embargo, de la noche a la mañana, ambos partidos deciden revertir su oposición acotando la reforma al asunto del techo del déficit. Pueden hacerlo porque entre los dos cuentan con más del 92 por ciento de los escaños, aunque sólo con el 66,5 de los sufragios del total del electorado, que tampoco es baja cantidad puesto que equivale al 82 por ciento de los votantes. Ese aplastante predominio bipartidista explica que los dos partidos puedan bloquear toda reforma de la Constitución y puedan hacer lo contrario sin explicación alguna, imponiendo una reforma en los términos que quieran. Pueden, pero dejan una desagradable sensación de arbitrariedad. Van a aprobar una reforma constitucional con un apoyo electoral real inferior al que obtuvo el texto en referéndum (88 por ciento de votantes de síes) lo que es significativo. ¿Por qué hay que reformar la Constitución no solamente cuando el bloque mayoritario quiera sino en los términos que quiera?
Y hay una pregunta aun más peliaguda: ¿por qué ahora? Zapatero viene dando a entender desde mayo de 2010 que las medidas que toma son obligadas y no hay alternativa. Dicho en forma algo más rotunda, que no gobierna sino que lo gobiernan. ¿Quién? Hasta ahora se decía que "los mercados", pero la decisión de la reforma parece provenir del Banco Central Europeo (BCE) o la señora Merkel, lo que es igual porque el BCE es la señora Merkel. Para los alemanes, ya se ha visto, la reforma constitucional es cuestión menos trascendente que para los españoles y los españoles no han sabido explicar que en España el asunto no es lo mismo.
En cuanto al contenido, el techo del gasto, que ha incendiado a la izquierda, es más sencillo de tratar. Obviamnte, la protesta no está en el techo en sí (puesto que ya lo hay en el 3 por ciento del PIB, según el tratado de Maastricht) sino en su constitucionalización. Los dos argumentos que utiliza la izquierda para oponerse tienen fallos: de un lado se dice que el techo termina con el Estado del bienestar pero eso sólo será cierto si ese techo es rígido y, además, se abandona la política de ingresos por vía fiscal que es lo que se viene haciendo dsde los años 90.
El segundo argumento de la izquierda señala que la constitucionalización del techo de gasto no solamente maniata a los parlamentos sucesivos sino que supone una dejación lamentable de soberanía ya ahora mismo. Lo de los parlamentos posteriores es un futurible y tiene un valor relativo. Lo de la dejación es más interesante puesto que se esgrime en una situación en la que todo avance que se da en la Unión Europea sólo puede hacerse a costa de mermar soberanía de los Estados miembros. Otra cosa es que la merma de soberanía no la imponga la Unión sino los miembros más poderosos de ella. Eso obliga a una revisión del funcionamiento de la organización.
Por último la petición de referéndum no parece que vaya a cumplirse salvo que algunos diputados de los dos partidos mayoritarios, singularmente el PSOE, rompan la disciplia de voto y se sumen a los de la oposición minoritaria hsta llegar a los 35 necesarios en el Congreso y 26 en el Senado. Solicitar algo que seguramente no va a producirse y que, si se produce, probablemente se perderá no es táctica ganadora. Claro que puede ser que su finalidad no sea ganar un referéndum improbable sino debilitar al PSOE y fortalecer las opciones a su izquierda. Es el síndrome del referéndum de la OTAN en 1986. Es posible que, en efecto, el PSOE quede en mala situación. En realidad ya lo está. Pero no es exagerado decir que no sólo el PSOE sino toda la izquierda está en mala situación. La insistencia en la petición de referéndum la empeorará.
(La imagen es una foto de Chesi - Fotos CC, bajo licencia de Creative Commons).