Este asunto de la compra de Repsol, o de parte importante, quizá decisiva, de Repsol por Lukoil puede verse de dos modos. Uno en el aspecto día a día y de los avatares de las personas que tienen que ver con él y el otro desde un punto de vista más despegado y general, teórico, que se pregunta por las consecuencias de las privatizaciones.
Desde el punto de vista inmediato hay un lío muy difícil de entender, al margen de si merece la pena, acerca de si ha intervenido el Rey, de si el señor Zapatero tiene alguna deuda con don Luis del Rivero, presidente de Sacyr-Vallehermoso o qué diablos pasa.Todo eso, es de suponer, se explicará antes o después pero dejando claro con ello que el asunto es más que una simple compraventa entre dos empresas privadas en un mercado libre porque las intervenciones supuestas o reales del jefe del Estado y del presidente del Gobierno así lo demuestran. No se ve por qué los poderes públicos han de tomar posición en operaciones inter privatos salvo que se piense que no son estrictamente inter privatos. Porque hasta el PP, el partido que sostiene la autonomía del mercado, ha intervenido pidiendo una comisión de investigación sobre Lukoil. En el mercado privado, que yo sepa, a nadie se le ocurre pedir una comisión de investigación para indagar sobre uno de los agentes, el comprador en concreto. Entre otras cosas porque hay un problema de objetivos: exactamente ¿qué tiene que investigar esa Comisión en Lukoil? El mercado libre no investiga a los clientes; se limita a comprobar que tienen dinero. Eso es todo.
Se dice entonces que el sector energético es "estratégico", expresión que debe traducirse por de "interés público" o "nacional" o "patriótico", si queremos ponernos simbólicos. Entonces, por el amor de Dios, ¿por qué se privatizó? La privatización de la estratégica Repsol empezó con Felipe González y terminó con José María Aznar. Me da igual si hay diferencia o no acerca del modo de privatizar; lo que me parece algo indubitable es que los dos partidos privatizaron un bién público estratégico y ahora no saben cómo evitar la catástrofe que ellos mismos provocaron que es que una empresa extranjera compre en un sector estratégico español.
Y el problema es que no hay modo de evitarla, de acuerdo con las doctrinas más preclaras sobre el significado de globalización y libertad de comercio que suponen que una empresa rusa pueda comprar otra española que esté en venta porque para eso la privatizaron y la mandaron a cotizar en bolsa. Así que la metedura de pata está en la privatización de la empresa española. Esa es, me parece, la gran enseñanza de este episodio que, en sus aspectos thriller estilo Pantera rosa son divertidos (que si el Rey o Luis del Rivero) pero no decisivos en relación con los hechos.
Mas no se crea que con señalar esta relación perversa quede resuelto el problema porque éste reside en que, en epoca de globalización, las empresas públicas tampoco pueden blindarse frente a la compra, salvo que dispongan de una condición especial legalmente protegida. Con lo cual los partidarios de la supremacía del mercado sobre el Estado confiesan el fracaso de su doctrina ya en el comienzo. Está claro que sin el Estado no hay mercado porque cuando éste impone su libérrima condición, se libera del Estado, retorna al de naturaleza, donde la vida humana es solitaria, pobre, desagradable, bestial y corta, según decía Hobbes con su habitual sentido de la alegría. De momento está siéndolo de las empresas; luego vendrán los hombres.
Pero nada de eso importa: el ansia de lucro y la codicia de los seres humanos no conocen límites. El razonamiento es claro: primero sobrevivimos, que es un derecho; luego nos enriquecemos, que es otro derecho; y sólo después hablamos de las conscuencias de nuestros actos. Cada cual verá cuánto aguanta en un orden social así. Y cuánto creemos que vayan a aguantar los órdenes sociales aun así.
(La imagen es una foto de Kittykatfish, bajo licencia de Creative Commons).