Esta novela de José María Guelbenzu (Un asesinato piadoso, Madrid, Alfaguara, 2008, 380 págs.) es la cuarta de la serie policiaca cuyo protagonista es la Juez Mariana de Marco.
Guelbenzu es uno de los escritores españoles más reconocidos y valorados por su otra producción, digamos "civil" y que, como se ve, cultiva el género detectivesco y con singular acierto. Cosa nada de extrañar por cuanto este género (véase el Planeta que acaba de ganar el señor Savater) es muy literario; es literatura quintaesenciada, literatura dentro de la literatura ya que por lo general -siempre con excepciones- es una forma de contar una historia que no está abierta, sino que ha de estar cerrada de antemano. Se dirá que esto pasa con todos los relatos de ficción pero no hasta el extremo de que ese estar cerrado de la historia la condicione desde el mismo comienzo. ¿La prueba? Traten de leer una novela policiaca dos veces y verán cómo en la segunda lectura van detectando las pistas que el autor ha ido dejando, cosa impensable, por ejemplo, en una novela-río. El autor de novelas policiacas sabe quién es el asesino desde el principio. También aquí hay excepciones y una de ellas es precisamente una de Guelbenzu, la primera (No acosen al asesino) porque el criminal es conocido desde el principio por el autor y el lector de forma que su trama consiste en averiguar cómo lo atrapará la Juez De Marco.
Pero eso es excepcional. El autor conoce al asesino y su tarea reside en llevarnos a descubrirlo al final de un juego de probabilidades más o menos complejo. Además, la historia debe ser creíble, una especie de secuencia lógica (aunque no siempre con la misma lógica) y ese es su interés. La novela policiaca es un género por derecho propio que establece una peculiar relación de complicidad entre el autor y el lector, el primero tratando de conducir y despistar al mismo tiempo; el segundo, de acertar. Eso le sale muy bien a Guelbenzu, excepto en los momentos en que la protagonista habla para su coleto en voz alta, lo que resulta teatral y chocante. Porque el género en sí mismo y las novelas de Guelbenzu, están hechas de psicología y sociología, lo que las obliga a ser realistas, puro whodunit en el que caben pocos experimentalismos estilísticos.
Todas las historias de Mariana de Marco se insertan en la vida cotidiana de gentes de distintas extracciones sociales (tendencia a clase media y media alta) y en ambientes de provincias con su moral, sus costumbres características, lo cual aproxima a nuestro autor más al modelo de Chabrol en cine o Simenon en novela que a A. Christie. Y en todas, por cierto, tiene importancia por activa o por pasiva el mundo de la niñez, especialmente en esta última en la que una niña que apenas habla es el eje oculto de la historia.
Los personajes que rodean a la Juez De Marco, en ocasiones, reaparecen en las novelas posteriores dando así continuidad al mundo de la protagonista, como sucede con la obra de Balzac; así su confidente y alter ego Carmen Valle o alguna de sus amigas o incluso relaciones profesionales con las que llega a tener algún amorío, como el capitán López, de la Guardia Civil.
Este personaje que ha creado Guelbenzu resalta ya por derecho propio frente a los otros dos protagonistas de series policiacas o de género negro que conozco en España, el detective Pepe Carvalho, de Manuel Vázquez Montalbán y el periodista Julio Gálvez, de Jorge Martínez Reverte. Tiene personalidad, está bien construido novela a novela y es un tipo humano muy reconocible: una abogada dedicada al penal que, tras unos años de trabajo en un bufete que comparte con su marido y otros socios, lo abandona a consecuencia de su divorcio y, después de un paréntesis de vida azarosa, ingresa en la judicatura por la vía del tercer turno y ejerce como juez de primera instancia e instrucción, si bien su anhelo es dedicarse al penal de nuevo como magistrada en una audiencia territorial. Por cierto, el autor podría contar de una vez en qué consistió el conflicto matrimonial que la llevó a abandonar el bufete y su vida posterior porque lo apunta en todas sus novelas pero nunca lo aclara. No porque sea imprescindible, sino para satisfacer alguna curiosidad, aunque sea cierto que la insinuación muchas veces supera a la explicación.
La Juez De Marco evoluciona interior y exteriormente de novela en novela. En la tercera (El cadáver arrepentido), creo, deja de fumar y también en ella tiene una relación adulterina con el citado Capitán López. Una buena ocasión perdida para reflexionar acerca de cuando el adulterio era delito en el franquismo. Porque eso del franquismo está muy presente en la Juez y en su pasado de estudiante progre. Incluso llega a decírselo al Capitán López, que en un tiempo anterior hubieran sido enemigos, cosa que él, más joven, no acaba de entender.
Es muy importante que la protagonista sea una mujer y una mujer descrita por un hombre que empieza relatando sus gustos musicales (rara es la novela en que no hay alguna observación de música clásica, Mozart, Schumann) y literarios concentrados, según nos informa Guelbenzu, sobre todo en la novela del siglo XIX, Thomas Hardy o Arnold Bennett, etc. Sólo poco a poco, y como si se fuera soltando, hasta llegar al relativo "desmadre" de Un asesinato piadoso, vamos descubriendo que tiene pronunciadas inclinaciones sexuales y, en diálogo con su íntima amiga y colaboradora Carmen, como si fuera una revelación interior, que la empujan hacia los que ésta llama "hombres malos", guapos, apuestos, castigadores, un poco machistas. Está muy bien vista y relatada la relación entre ambas mujeres, distintas y complementarias.
La personalidad de De Marco, su progresismo, su feminismo, su clara vocación profesional por el derecho, su afición al penal, su sentido de la justicia, su libertad de conducta son una especie de reflejo de la evolución del conjunto de la sociedad española, cosa que a veces es objeto de reflexión de la protagonista, sobre todo cuando se relaciona con gentes ancladas en el pasado por su edad y/o falta de cultura. El hecho de que ejerza como juez de primera instancia e instrucción y no como detective o inspectora de policía presta mucha originalidad y verosimilitud al personaje y da a sus peripecias un sesgo jurídico muy interesante porque ya se sabe que en España, como en Francia, la investigación, la instrucción, la hace el juez; no el fiscal. De aquí que, como tenga éxito la propuesta que ha hecho hace poco el señor Conde Pumpido, la Juez De Marco tendrá que dejar la carrera judicial si quiere seguir decubriendo asesinos gracias a su portentosa mezcla de facultades deductivas e intuición femenina o bien dejar de perseguir criminales, incorporándose por fin a una audiencia territorial.
Un asesinato piadoso tiene el elemento de forcejeo intelectual entre la Juez y el presunto asesino que es típico de las novelas de Guelbenzu, mantenido a lo largo de todo el relato que acaba en un final relativamente sorprendente, como cinematográfico y ese sí, de cine negro y que resulta un poco descabellado. Hay elementos que la relacionan con las otras, como la forma del primer asesinato, la reincidencia y la importancia de los descuidos, los factores fortuitos, los detalles inadvertidos, esto es, la complejidad de la existencia que permiten a la Juez De Marco afirmar siempre con contundencia que "no hay crimen perfecto". Esta historia, que mantiene su interés hasta el final, a ver cómo la Juez descubre al culpable y destruye su coartada, incorpora dos novedades muy típicas de nuestro mundo y que prueban ese carácter esponjoso de la literatura que todo lo absorbe: la informática y los malos tratos. Llama la atención sobre todo la informática y el uso de internet, cuyas posibilidades literarias no hacen sino apuntarse y permitiría un interesante debate acerca de si lo que el autor ha imaginado es como dice que es o no. Más bien creo que no, aunque ello no sea decisivo para la obra, pero no voy a explicarlo aquí, en un blog que tiene la guerra declarada a los spoilers.