dimarts, 13 de maig del 2008

Tres días que conmovieron a España.

Por acuerdo generalizado en la politología española las elecciones de 1982 se consideraron "cataclismáticas" pues el partido del Gobierno se hundió, el PSOE obtuvo su más abultada mayoría absoluta y el segundo partido de la derecha quedó a una enorme distancia de él. En las elecciones de 2004, veintidós años después, los resultados no fueron parecidos en modo alguno, ganó los comicios la oposición pero por estrecho margen y el partido del Gobierno, lejos de hundirse, obtuvo un muy apreciable resultado que le permitió hacer una oposición estruendosa y contundente a lo largo de la legislatura. Sin embargo, las elecciones se celebraron a los tres días del peor atentado en la historia de Europa, con un grado muy agudo de enfrentamiento entre las fuerzas políticas y con la esfera pública en estado de colapso como certeramente define la situación Víctor Sampedro en este libro (Victor Sampedro Blanco (Coordinador), Medios y elecciones 2004. La campaña electoral y las "otras campañas", Madrid, 2008, 278 págs, obra publicada por la Editorial Universitaria, la Universidad Rey Juan Carlos y la Universidad de Granada). Así que si no "cataclismáticas", las elecciones de 2004 fueron "trágicas".

Víctor Sampedro es un reputado estudioso e investigador en comunicación política desde una perspectiva que es a la vez crítica y empírica (dos facetas que no suelen aunarse con frecuencia) y que lleva una temporada concentrado en poner en claro las relaciones entre los medios de comunicación, los agentes políticos y la "esfera de lo público", aquí protagonizada por las multitud spinoziana en elaboración de Antonio Negri en las elecciones generales de 2004, como se prueba por un libro anterior (Sampedro (Coord.), Multitudes Online Madrid, los libros de la catarata, 2005)> que ya versaba sobre las movilizaciones populares de marzo de dicho año.

En la obra en comentario, que ha redactado conjuntamente con un brillante equipo de colaboradores, Sampedro somete a análisis la precampaña electoral de 2004 aplicando dos marcos teóricos muy productivos (agenda setting y teoría del framing, que reaparecerán en posteriores capítulos) a una recopilación de fuentes escritas tomadas de cinco diarios de referencia, El País, El Mundo, ABC, La vanguardia y El Periódico de Catalunya para examinar cómo el gobierno del PP controló la agenda mediática hasta el atentado del 11 de febrero creando un "pseudo evento mediático" con la filtración de la famosa entrevista de Carod Rovira con los terroristas de ETA. Dos o tres conclusiones son aquí relevantes: hubo diferencias entre la prensa de Madrid y la catalana; el Gobierno controló bastante bien la agenda mediática y, salvo excepciones, la prensa se plegó.

En el análisis de la campaña propiamente dicha, Sampedro (en colaboración con Óscar García Luengo y Ariel Jerez) toma de muestra 280 piezas de las cadenas de televisión TV1, Antena 3, Tele Cinco y Canal + y, garantizando la validez empírica de la codificación mediante un alto valor del coeficiente de fiabilidad, llega a la conclusión de que "El Partido Popular gestionó de modo eficaz su estrategia de agenda. Logró establecer como prioritarios en todas las televisiones los temas con mayor rentabilidad electoral. Consiguió redefinir la agenda de su principal adversario, el PSOE, y de las cadenas de televisión afines, obligándolas a tratar los temas más desfavorables." (p. 94).

El capítulo tres es un agudo ensayo de impecable factura empírica a cargo de Óscar García Luengo sobre "Negativismo y confrontación en televisión", también durante la campaña electoral y en las cadenas citadas más arriba. Su conclusión de que el negativismo no es tan acusado como creen los autores de la teoría de la videomalaise termina con un típico understatement: "el tono de las noticias en la televisión española durante el período de referencia se escora más hacia los parámetros de lo negativo" (p. 112)

El cuarto capítulo, a cargo de Andreu Casero Ripollés, analiza las estrategias políticas, la construcción mediática y la opinión pública en el 11 de marzo, considerado como un "caso excepcional". Se vale para ello de las concepciones de la Sociología fenomenológica de la "construcción social de la realidad", de Berger, Luckman, Schütz, et al. utilizadas a modo de framing. Establece unos rasgos característicos del "caso excepcional" entre los que extraigo, por parecerme el más explicativo fenomenológicamente, el de las estrategias políticas de las cadenas de televisión con su función de selección informativa en virtud del concepto de "beligerancia informativa con el terrorismo" que, "por un lado obliga a posicionarse haciendo imposible la asunción de neutralidad, la inhibición e incluso la discrepancia en temas relacionados con el terrorismo" y al mismo tiempo es una noción que "en el caso español se encuentra fuertemente vinculada a la banda terrorista ETA" (p. 123) lo que llevaba el agua al molino del Gobierno. Por cierto, me permito observar la fuerza de esta estrategia que hasta el autor utiliza la expresión convencional oficial y obligada de banda terrorista ETA. El resto del capítulo es igualmente interesante. Entiende el autor que en los días 12 y 13 se produjo una ruptura de la dependencia cognitiva de las masas/multitudes que llevó a las movilizaciones del día 13 (el "colapso de la esfera pública" de Sampedro) valiéndose fundamentalmente de los medios digitales (p. 128). Estos días fueron de "universos simbólicos enfrentados" lo que puso en marcha un proceso deliberativo, horizontal, periférico, autónomo y crítico, que cuestionó el papel y las funciones institucionales desempeñadas tanto por los medios convencionales españoles como por el sistema político-institucional." (p.136)

Esto es, con el Gobierno del PP controlando la agenda mediática, los medios absorbidos en su onda, la "esfera pública colapsada", si al final se produjo un vuelco electoral (que ya venía parcialmente predicho en los sondeos) fue gracias a la movilización espontánea de la "multitud" autoorganizándose a través de las nuevas tecnologías. Así es también como se razona en el capítulo cinco a cargo de Rafael Durán Muñoz, quien contrapone la teoría de la espiral del silencio a la de la espiral de la "mentira prudente" de Timur Kuran, llegando a la conclusión de que "un sector significativo de la ciudadanía rompió la espiral de la mentira prudente entre los partidos políticos (...) y forzó, si no el conocimiento de la verdad, sí el de la gran mentira que se había impuesto inicialmente." (p. 161).

Cierran el libro dos capítulos que me parecen menos logrados tanto por el interés en sí como por la relevancia de los resultados. Uno de ellos de Sampedro, Bruno Carriço Reis y Andrea Reis sobre las "otras campañas", toma pie en la expresión y la práctica zapatista de las últimas elecciones de México (muy dentro de este espíritu de las movilizaciones sociales autoorganizadas) para medir cómo se articuló la agenda social y ciudadana recogida en los medios durante las elecciones de 2004 (p. 166). Es ingeniosa la periodificación en "once días de campaña, tres de perplejidad y siete de movilizaciones postelectorales" (p. 175). De hecho abundan en la obra percepciones penetrantes muy notables. En este caso, por ejemplo, es curioso comprobar cómo los picos informativos de los tres diarios que aquí se analizan son el 12 de marzo para El País (que informa del atentado), el 13 de marzo para El Mundo (que habla del poder de convocatoria del PP en la manifa del 12) y el 14 de marzo para ABC (que informa del "acoso" a las sedes del PP) (p. 231). Pero los resultados del trabajo son entecos y los autores reconocen "...la preeminencia clara de los actores políticos sobre los sociales como promotores de la agenda ciudadana y, de modo notable, del partido del Gobierno que no sólo mantuvo la iniciativa durante la campaña, sino que la incrementó entre el 11-M y el 14-M." (p. 232)

A mi entender se echa de menos aquí una especie de recapitulación general de este libro con todo su importante trabajo que deje en claro cómo a pesar de tenerlo todo mediáticamente planeado al comienzo de la campaña (los "pseudoeventos" mediáticos), de controlar la agenda, de imponer los marcos interpretativos, de tener a la oposición uncida a su carro mediante los discursos estratégicos, etc, el resultado fue el vuelco electoral en situación de práctica ausencia de los agentes políticos tradicionales, sustituidos por una espontánea öffentlichkeit crítica armada de móviles e internet.

Finalmente, el último capítulo, de Sampedro et al. aun siendo un intento muy encomiable de abrir el analísis a los nuevos fenómenos del ciberespacio y la blogosfera y de haber hecho un gran trabajo de operacionalización, verdaderamente ingenioso, no da resultados relevantes por la incuria de los partidos políticos a la hora de gestionar y mantener vivas sus páginas web. Es de reseñar que sólo el PSOE contestó a las cuestiones planteadas por el equipo investigador y que los únicos foros activos fueron los de PP sin que el detectar en ellos un tipo de censura errática permita hacer comparaciones válidas porque las otras fuerzas políticas no tenían foros.

En conclusión una obra de investigación colectiva de interés sobre un tema de enormes posibilidades en el vasto campo de la comunicación política. Si tuviera que trasmitir algún ruego a los investigadores iría en el sentido de que la próxima vez incluyan un apartado para los medios radiofónicos, cuya importancia en el debate público en nada cede a la prensa escrita o a la televisión, cuenta habida de que la imbricación entre información y militancia política es aquí, en algunos casos, extremada. Por ello mismo tanto más interesante.


La obra en este ya largo comentario incluye un segundo volumen (Víctor Sampedro Blanco et al. (coordinadores) (2008) Televisión y urnas 2004. Políticos, periodistas y publicitarios 158 págs.) editado por las mismas entidades que el primero, de un notable interés por cuanto constituye una guía didáctica práctica para el estudio específico de algunas de las cuestiones tratadas en el primer volumen y otras nuevas. Está redactado como tal guía práctica, con baterías de preguntas y temas de reflexión y, lo que es más notable, viene con dos DVDs en los que se recogen los elementos gráficos y audiovisuales que sirven de apoyo a la investigación del primer volumen y abren vías nuevas en el segundo.

En concreto los temas tratados son: el "Caso Carod", correspondiente a la aguda y sutil reconstrucción que de este asunto hace Sampedro en el primer volumen.

El capítulo segundo, a cargo de Óscar García Luengo et al., versa sobre la encuestra preelectoral del CIS que, como es tradicional, se publicó con anterioridad a las elecciones y las interesantes y significativas divergencias en los sesgos con que las distintas cadenas de televisión la trataron.

El tercer capítulo (Sampedro/Vizcaíno-Laorga) analiza en profundidad un programa doble que hizo Telecinco, con una presentación de los dos candidatos principales, Rajoy y Rodríguez Zapatero, en De carne y hueso, doblado luego con otro llamado Cara a cara con el que se pretendía crear una especie de debate virtual entre ambos ya que, se recordará, en aquellas elecciones (como en las de 1996 y 2000) no hubo debates televisados reales. En este programa doble, la conclusión de los autores es que la imagen que se dio de los candidatos coincidía con la que ellos estaban interesados en proyectar (p. 92).

El capítulo 4 (mismos autores) analiza un programa especial de perfiles biográficos emitido por Canal + cuyas conclusiones (p. 106) son literalmente idénticas que las del programa de Telecinco en lo que juzgo que debe de ser una errata de paginación.

El capítulo 6 (mismos autores), sin duda el más divertido, es un estudio sobre un debate ficticio emitido por Canal + en el contexto de las noticias del guiñol. Al comienzo de este capítulo hay una afirmación de la que discrepo por parecerme injusta. Dicen quienes firman el capítulo: "Ante el rechazo de los candidatos a la Presidencia del Gobierno a mantener un debate, las televisiones intentaron suplir esa limitación." (p. 109) Eso no fue así. Tanto en 1996 como en 2000 y en 2004 los distintos candidatos socialistas pidieron debates televisados y fueron los candidatos del PP (Aznar primero, dada su amarga experiencia de 1993 y Rajoy después, que pensaba que tenía las elecciones ganadas) quienes se negaron. Un prurito de imparcialidad no puede llevarnos a tratar como iguales a los desiguales y no reconocer a cada cual su parte y su responsabilidad. A mayor prueba de lo que se dice más arriba, en las recientes elecciones de 2008, con el PP en la oposición (y, por tanto, interesado de nuevo) ha vuelto a haber debate.

Un último capítulo de Enrcanación Hidalgo, García Luengo y Manuel Trenzado hace un estudio minucioso y sistemático de los distintos estilos de vídeos de propaganda electoral de los partidos.

Este segundo volumen es, repito, una guía didáctica que carece de los vuelos teóricos y explicativos del primer volumen, pero su utilidad es enorme.